Uso en esta misiva el lenguaje más sobrio que hallo en mi portafolio. Evito, adrede, para no caer en confusiones, los términos que llamamos “coloquialismos”, “venezolanismos” y “uruguayismos”. No es mi intención pretender dar a usted lecciones de historia, cultura o sociopolítica. Me propongo, sí, con el mayor de los respetos, hablarle desde mi condición de ciudadana suramericana a usted, quien también lo es, aunque en este momento ocupe la jefatura de estado de la hermosa República Oriental del Uruguay. Somos republicanos, usted y yo. Hablemos entonces como republicanos.
Su país, señor Presidente, ha pasado por dolores y sufrimientos. No es la primera vez que “el paisito”, como ridículamente lo llamaron algunos, vive momentos de prosperidad y bienestar. La del Uruguay ha sido una historia pendular. Ha habido etapas con malos al mando, que han cometido delitos y pecados. Y también han vivido ustedes largos lapsos en los que la decencia ha privado, para suspiro de alivio de su población.
Uruguay es miembro pleno de Mercosur. Ha sabido aprovechar con asertividad las oportunidades y ventajas competitivas y comparativas. La consecuencia ha sido beneficio para su nación y sus ciudadanos. Amén de ser un país hermoso, hoy vuelve a mostrar bonanza. Espero que esta etapa pendular no los lleve a los dirigentes políticos a caer en una pedantería peligrosa.
Venezuela vive momentos muy duros. Sufrimos, señor Presidente. Carencias de alimentos y medicamentos, a escala de catástrofe. Usted, como médico, sabe bien las consecuencias devastadoras a corto, mediano y largo plazo de la desnutrición. Y sabe bien que muchas enfermedades si no son tratadas con medicamentos de forma oportuna y de calidad se convierten en una sentencia de muerte.
Pero si los venezolanos estamos soportando estoicamente falencias físicas infinitas, el mayor sufrimiento lo cargamos en el alma. Nos han pisoteado y violado lo más preciado que cualquier ser humano puede tener: la dignidad.
Su gobierno, señor Presidente, y usted en particular, no puede virar la mirada. No puede ser un próspero país pequeño y a la par ser un enano moral. Es posible tener inteligencia económica y combinarla con inteligencia ética. No es cierto que la felicidad y el éxito sean tales a costa del sufrimiento del prójimo. Y, me duele decirlo, su gobierno está propiciando, auspiciando y patrocinando una severa injusticia contra el pueblo venezolano, ese mismo que recibió a uruguayos decentes que tuvieron que buscar refugio en nuestra tierra cuando el péndulo estaba en la zona de peligro e indecencia.
Uruguay no puede convertirse en cómplice. Entiendo, porque no soy tonta ni ignorante, que exportar a Venezuela toneladas de productos lácteos y alimentarios supone ingresos para su país. Pero, me pregunto, ¿acaso ese productor uruguayo, trabajador, esforzado, decente, sabe que su gobierno está mostrando éxitos a costas de una estrategia indigna?
Le hablo a su conciencia. Yo sí creo que es posible ser un político progresista, creativo y productivo. Pero ello no basta. Un buen político se convierte en un buen líder cuando en todas las ecuaciones que despeja está presente la variable ética. No manche usted su legado y no ensucie la historia uruguaya con decisiones indignas. Se lo digo de frente, con el mayor de los respetos.
soledadmorillobelloso@gmail.
@solmorillob
Totalmente de acuerdo con este artículo de opinión. Tengo en mi mente, además, la actuación ponderada pero firme del actual secretario general de la OEA