Por: Fernando Rodríguez
Yo creo firmemente, frente a los detractores malsanos de la MUD –hay críticos necesarios– que estamos ante una realidad muy simple que se invierte para atacarla sin piedad. Me permito enunciarla de la manera más escueta: la salida de la dictadura no ha sido posible básicamente por la fortaleza del gobierno y no por la ineficiencia (complicidad, abulia, torpeza, traición, etc.) de la oposición. Y esa fortaleza que ha acabado con fórmulas electorales, diálogos o acciones de calle radica en el poder de la cúpula militar, corrupta y fiel secuaz de los masacradores del país. Para convencerse de esto baste oír al poderoso general Padrino, por ejemplo, su última encíclica anticonstitucional declarando a nuestras fuerzas armadas decimonónicamente zamoranas y antioligárquicas. Y como bien lo dijo el presidente Mao, el poder está en la boca del fusil. Lo cual es cónsono con cualquier teoría del Estado que postula que cuando este deja de funcionar ideológica y legalmente apela a su última defensa, las armas y la represión. De manera que hay que encontrar la forma de saltarse semejante obstáculo, lo cual no resulta fácil para quien no tiene fusiles. Así de elemental.
Por ejemplo, la calle, término por lo demás equívoco y bastante marrullero. Se dice de dos maneras básicas. O juntar mucha gente que camina en alguna zona de confort, obligada por las armas, y que tiene bastante de aerobic y de saludo a la bandera y que generalmente termina con la queja por lo ineficaz del ejercicio hecho tantas veces. O, en el otro extremo, se va a la calle como a un campo de batalla a enfrentar a las fuerzas del mal y a tratar de expulsarlas del cuerpo enfermo de la república. A esto último parecieran aludir los fieros críticos de papel, por lo menos a tartamudear o insinuar. Yo diría que lo primero que hay que establecer al respecto es que están a kilómetros de distancia un sentido y el otro y agregar que la incesante palabra, calle, alberga no pocas veces una buena dosis de ambigüedad y mala fe. ¿Qué era la felizmente postergada marcha hacia Miraflores, un simple ejercicio de un derecho constitucional o el principio del fin de los sátrapas gobernantes? Dígalo ahí.
Si es así, lo de la boca del fusil, no resulta muy coherente una de las ideas centrales que quiere explicar la más reciente ineptitud de la MUD. Se abandonó la calle para caer en la trampa del diálogo, gana-tiempo y somnífero gubernamental que a nada podía conducir, de la cual son cómplices el Papa comunista (insólita afirmación que se expande a gran velocidad) y los mediadores, sobre todo Rodríguez Zapatero y un coro bastante generalizado de países, críticos abúlicos y cegatos del chavismo. La calle que se abandonó no era la calle del combate, sino la de la caminata en el Este, y posiblemente el diálogo va a seguir existiendo, seguramente haciendo muchas cabriolas, por no poco tiempo. No era una mera dosis de efecto inmediato y pasajero.
Por supuesto que la MUD ha cometido errores, cosa humana. Más humana cuando se trata de juntar en un saco gatos de diverso pelaje. Pero las cosas pueden ir mejor si se tiene en cuenta las fortalezas del enemigo y que acaso el error fundamental es no haberlas valorado en toda su artillada fortaleza. Si esto hacemos, con prisa se dice y hay razones para ello, tendremos más claras nuestras reales posibilidades y, de paso, nuestra necesidad de unidad y generosidad. Y, sobre todo, no olvidar que el objetivo primordial que debe marcar la naturaleza y el tiempo de la acción es el inhumano sufrimiento a que son sometidos los humildes ciudadanos de la república, los más. Ese ha de ser nuestra fuerza moral y la medida de nuestros sacrificios y osadías, algo así como la fuente de la rebelión que necesitamos para vivir con dignidad y modificar con eficacia una de las peores crisis de nuestra historia. Tiene que ver con vida y muerte.