Hay números que son sintomáticos. No entiendo muy bien por qué. Pero lo son. 911 adquirió en noviembre pasado un nuevo sentido entre nosotros: el de una enfermedad letal y corrosiva que padece el cuerpo social venezolano desde 1999. Por ahora voy a diagnosticarlo como el bronco padecimiento de la sospecha.
Si un antropólogo del futuro quisiera investigar el caso, debería remitirse a la publicación en Facebook de un manifiesto de apoyo al líder cubano Fidel Castro, 30 años atrás, a propósito de la visita del caballo para participar de los actos de toma de posesión de Carlos Andrés Pérez como Presidente de la República, en 1989.
El escritor Rafael Arráiz Lucca lo publicó en su muro de Facebook, en la oportunidad que se abrió con la muerte de Fidel Castro el pasado 25 de noviembre. Las razones pudieron intuirse en las de aprovechar ese efemérides para recordar cómo fue recibido el personaje en Venezuela aquel año.
Lo importante no es tanto esa publicación, que hubiera podido pasar desapercibida y sin mayor revuelo en otra época. Lo inquietante, lo que merece reflexión, fueron las reacciones que se desprendieron cuando las 911 firmas de apoyo a ese remitido ingresaron en el muro global de Facebook.
Parecía que el infierno hubiera abierto sus puertas y lenguas de fuego nos hubieran alcanzado. Algunos reaccionaron iracundos porque habían firmado y consideraban una delación tamaña exhibición de apoyo a Fidel en este momento tan crispado del país.
Hubo otros que no firmaron, pero se sumaron a la fiesta de anatemizar a quienes habían mostrado su apoyo en 1989 porque lo consideraban un error histórico, una falta de conciencia política y de paso una oportunidad que provechó el enemigo para implantar en estas tierras esta barbarie, vestida de Louis Vuitton y disfrazada de aroma comunista.
Hubo gente que no firmó pero consideró la publicación uno de los posibles pases de factura que se avecinan en el país, cuando las seis facciones que se pelean el poder en el chavismo pierdan piso y apoyo popular.
La pregunta que no he dejado de hacerme desde el pasado 25 de noviembre es ¿por qué un grupo de ciudadanos no puede firmar un manifiesto de apoyo a Fidel Castro? Y por qué no podemos recordar ese manifiesto cuando acaba de morirse el objeto de aquel homenaje.
Como mi cabeza aún no funciona con el chip chavista de que todo lo que es opuesto a lo que yo pienso es mi enemigo y lo debo destruir, para mí resulta legítimo defender a un dictador latinoamericano que acabó con un sueño en su país. No estoy de acuerdo con ese tirano, no firmaría nada para apoyar su visita a Venezuela, pero si hay gente que quiere defenderlo no me opongo. Todos podemos expresarnos.
Ese es el país que tenemos que volver a tener. Y no éste donde se instaló una cultura muy arraigada de la sospecha, del señalamiento, de la intolerancia, de la creación de listas para excluir y segregar a la gente en buenos y malos. El acto más subversivo contra este régimen es comenzar a actuar diferente a ellos, todos los días, de manera sistemática.
Se me ocurre un antídoto para la enfermedad 911: leer Tumulto de Hans Magnus Enzerberger (Malpaso). Este alemán indignado, sarcástico, revisa los tormentosos años sesenta. Es crítico con el comunismo. Se carga a Neruda porque vivía como Lord Byron en la Rusia comunista. Estuvo en La Habana y salió hastiado de un país con un señor que creía que todo lo hacía bien. Y nadie lo ha acusado de delator.
Pienso que leer Tumulto entre muchos otros libros puede ayudarnos a entender que para cambiar este país debemos cambiar cada uno de nosotros, y sacarnos esta enfermedad que nos condena desde hace 17 años. Hay que erradicar la malaria, pero también el 911. Es igualmente mortal.