Nuestro 19 de Abril – Luisa Kislinger

 

Por: Luisa Kislinger

El 19 de abril amaneció con cielo azul y sol radiante. Con nuestros hijos pequeños, no habíamos podido o querido tomar parte de las manifestaciones de las últimas dos semanas en Caracas, aunque en cada oportunidad deshojamos la margarita: ¿ir o no ir? No queríamos dejar de ser parte de la “madre de todas las marchas” que en efecto fue. Luego de un par de llamadas logísticas para resolver el cuidado de los niños y acordar punto de encuentro para salir a la marcha con mi comadre, su sobrina y una amiga, partimos desde Sabana Grande con dirección a San Bernardino a las 10:30 a.m. Lo que normalmente en un día feriado nos tomaría 10 minutos, se convirtió en un viaje de casi una hora.

Desde la esquina de nuestra casa, cruzando la Av. Libertador, observamos a lo lejos el piquete de la GNB y la reja sostenida por dos tanquetas dispuestas a la altura de la Av. Las Palmas que impedía el paso hacia el centro. Subimos por la Av. Los Jabillos rumbo a la Cota Mil. Al final de la avenida estaba la concentración más grande e impresionante de GNB motorizados que hayamos visto por esta zona. Ninguno con protección anti motines. Sólo con unas motos enormes paradas en estricta fila a ambos lados de la avenida que llamaron la atención y comentarios de los pequeños.

En la entrada de la Cota Mil correspondiente a La Florida, un enorme tronco impedía el paso y varios GNB verbalmente lo confirmaron: no podemos seguir. Nos devolvimos y tomamos los caminos verdes que comunican a la Alta Florida con Las Palmas. Logramos bajar hasta la Av. Andrés Bello. Creíamos haber dejado todo atrás cuando nos topamos con tráfico a la altura de Mariperez. Frente al parque Aristides Rojas, otra de esas rejas sostenidas por tanquetas para bloquear el paso había sido colocada, pero dejando un solo canal para el tránsito. Una de las tanquetas tenía en su parte superior una de esas pantallas de bombillitos que curiosamente mostraba el mensaje “Bienvenidos hermanos del Uruguay.”

Superamos la Hermandad Gallega sólo para encontrar otra cola, esta vez causada por numerosas unidades de transporte de todo tipo (incluyendo Metrobuses) estacionadas en la avenida y personas con franelas rojas que cruzaban de un lado al otro de la calle. A medida que avanzamos, nos percatamos de que estábamos frente al Ministerio de Alimentación y allí estaban los oficialistas concentrándose para salir a la Av. Bolívar. Parados en la cola, notamos de cerca camisas rojas nuevas y relucientes. La gente alborotada iba de un lado al otro de la calle. Enseguida vimos que el alboroto era por un “kit” de alimentos que contenía un sándwich, un Gatorade de cajita y una galleta, todo empaquetado en una bandeja de anime sellada con “envoplast.” Una muchedumbre forcejeaba por obtener un “kit” mientras que del otro lado de la calle numerosas personas portaban vistosas pancartas que tenían aspecto de ser recién hechas. Sin duda, un derroche de recursos en alimentos, transporte y vestimenta para los manifestantes. Nuevamente, a la altura del Hospital Ortopédico Infantil, una pared similar a la que dejamos atrás obstruía el paso hacia el centro. Sin embargo, dejaron un espacio pequeño para permitir el paso de vehículos. De allí en adelante la marcha hacia San Bernardino fue rápida.

Pasamos por una calle adyacente al punto de concentración en la Plaza Estrella. Conocemos bien la zona. Mi esposo y yo crecimos allí y todavía frecuentamos a familiares y amistades que ahí residen. Nunca habíamos visto una concentración similar en San Bernardino. Nos sorprendió además ver numerosos grupos de manifestantes que bajaban desde la parte norte de la urbanización para unirse a la marcha. Dejamos a nuestros hijos donde mi suegra. Mi hijo de 9 años nos dijo que no nos metiéramos mucho en la manifestación, y que sí las cosas se complicaban nos regresáramos. Hace dos semanas tuvimos a la GNB en nuestra calle lanzando bombas lacrimógenas y eso de alguna manera lo marcó. Le prometimos hacer lo que nos pedía y le aseguramos que todo estaría bien.

 

Caminando hacia la Plaza Estrella, llamamos a mi comadre. Nos dice que han disparado a alguien y que la gente se dispersó. Por un minuto nos detuvimos. ¿Nos quedamos? No. Sigamos. En el camino de dos cuadras entre la casa de mi suegra y la Plaza Estrella nos encontramos con grupos de manifestantes parados en las puertas de los edificios. Me acerqué a un grupo para preguntar qué había pasado. Un muchacho joven, con un tiro en la cabeza. Nos interrumpen dos PNB en una moto. “¿Dónde queda la Plaza Estrella?” preguntan. Nos confirman que ha habido un herido de bala y van a investigar. Quienes allí estamos reclamamos y protestamos “¿cómo es esto posible? ¿Por qué no hacen nada contra los ‘colectivos’?” La cara del policía parrillero fue de pesar, diciendo no con su cabeza, como queriendo expresar que no hay mucho qué hacer.

Llegamos al encuentro de mi comadre, su sobrina y su amiga en la puerta de su edifico, a una cuadra donde ocurrió el disparo. Una vecina dice que el muchacho cayó a su lado y ella echó a correr. Las caras evidencian conmoción y miedo. En el grupo nos preguntamos qué hacer. Otra amiga del grupo nos anima. Dice que quedarnos es justo lo que quiere el régimen. Así que decidimos seguir. Caminamos rumbo al punto de concentración frente al antiguo CADA y notamos que a nuestro alrededor había otros grupos como el nuestro, caminando hacia el mismo punto. Al llegar vimos en el suelo, sobre el rayado peatonal, la enorme mancha de sangre, testimonio de lo que allí había ocurrido minutos antes. Era imposible no verla. La concentración se había dispersado a ese punto, pero seguía llegando gente y muchas personas – nosotros incluidos – permanecían allí paradas, como esperando dirección. Quien llegaba se topaba con la terrible imagen en el pavimento. Para todos la pregunta era ¿qué hacemos ahora? De la nada salió una mujer con una voz fuerte y una botella de agua: “Vamos  a seguir. Sin miedo. Hay que seguir adelante.” Otras personas repetían lo mismo. La mayoría de quienes hablaban fuerte y animaban a la gente eran mujeres. Lo hacían con vehemencia y en tono solemne. El ambiente colectivo era de indignación y determinación. Nos sentimos animados y seguimos. Éramos un grupo nutrido cuando bajamos por la Avenida Vollmer. Allí observamos que ya la marcha oficialista venía en camino. Algunos nos detuvimos. La mayoría siguió. En la boca del elevado hacia la Av. Urdaneta se encontraron las dos marchas: cada una gritando sus consignas, pero caminando una al lado de la otra pacíficamente, sin contratiempos.

Parados en la entrada de la Vollmer, observamos sobre el elevado a un hombre, con radio transmisor sofisticado, narrar el paso de la marcha opositora. Fue una constante que vimos a nuestro paso: hombres con radio transmisores que acompañaban a la marcha oficialista y parecían reportar lo que veían. ¿Protegiéndola? ¿Avisando a la GNB para que le abrieran el paso o se alejaran? No hay manera de saberlo. Allí también vimos dos camionetas de la GNB llenas hasta el techo de sacos de naranjas y botellas de agua mineral que se movían al lado de los oficialistas. Apoyo logístico para los manifestantes, pagado con dineros públicos. En nuestro lugar se formó un pequeño grupo de observadores de la situación, entre ellos un mototaxista. Las dificultades de movilidad son una oportunidad de negocio que estas personas han sabido aprovechar. El que nos acompañaba se marchó con un bombero que necesitaba llegar a Altamira. Más adelante nos encontramos a otro que se detuvo a trasladar a un periodista muy bien vestido.

Continuamos nuestro paso por la Cruz Roja y los Salesianos para bajar hacia la Avenida Libertador a través de calles sucias, malolientes y con bolsas de basura abiertas y regadas por el suelo. Nada distinto al estado de otras zonas del Municipio Libertador. Todos los puntos que conducían a Quebrada Honda estaban tomados por piquetes de la GNB. Un pequeño grupo de simpatizantes del oficialismo observaba a quienes por allí caminábamos. Parados junto a una camioneta oficial, tenían bolsas de hielo, agua y jugos. Un par de personas parecían tomarse unos tragos usando como vaso improvisado un pote de jugo de naranja de dos litros cortado por la mitad. La marcha opositora estaba dispersa, seguíamos sin saber qué hacer, a dónde ir. Nos preguntamos ¿será que vamos de una vez a la Defensoría? Estábamos muy cerca, pero queríamos unirnos a la marcha principal. Sin embargo la marcha principal la tenía difícil ya que por la Libertador no podrían pasar. Continuamos ya sobre la Libertador a la altura de la CANTV y decidimos bajar hacia el Paseo Colón. Allí nos topamos con un piquete de la GNB que comía naranjas y tomaba agua (marca Zenda no Minalba). Entendimos para quiénes eran los sacos que vimos antes en las camionetas oficiales.

Vimos numerosas motos con o sin parrilleros, muchas de ellas sin placa, que se acercaban lentamente a observar a quienes tomábamos parte en la marcha opositora y se alejaban en dirección contraria, de vuelta hacia el centro. Más adelante volvimos a ver personas con camisas rojas de organismos oficiales en camionetas hacer lo mismo. Nos detuvimos a pensar qué hacer ya que veíamos difícil que pudiéramos llegar al encuentro con la otra marcha. Bajamos y vimos que lanzaban bombas lacrimógenas más adelante, ya dentro del tramo de la autopista que corre paralela al Paseo Colón. En ese punto, y sabiendo que todas las vías estaban bloqueadas, tomamos una decisión: vámonos. Nos fuimos a mi casa que estaba más cerca, en Sabana Grande. Para ello, tuvimos que atravesar la concentración oficialista que estaba en Mariperez. Los manifestantes parecían ya dispersos, como sí la actividad principal hubiera concluido. Subimos por la avenida principal y observamos numerosas personas sentadas en el piso o en la entrada de edificios y negocios de la zona comiendo. De envases blancos de anime sobresalía una pasta con trozos de carne pálida y sin salsa consumida con avidez por los manifestantes. De pronto notamos que de una camioneta oficial sacaban la comida y repartían agua. Ya sabemos en qué tipo de cosas, aparte de bombas lacrimógenas, invierte el régimen. Mi esposo tuvo el atrevimiento de pedir que le regalaran una botella, la cual le dieron sin mediar preguntas. De allí hasta nuestra casa eran unas cuadras largas que atravesamos sin mayores dificultades, salvo un desvío que el piquete de la GNB nos obligó a tomar en la esquina del Hotel Crillón para caer a nuestra calle.

A salvo en casa, llamamos a nuestros hijos para decirles que estábamos bien. Tomamos algo, revisamos teléfonos y abrimos el balcón sólo para sentir el picor intenso de las bombas lacrimógenas que ya estaban lanzando a la altura de El Recreo. Nos enteramos de que el joven disparado había muerto. Se llamaba Carlos Moreno y tenía 17 años.

Pasado un rato, decidimos regresar a San Bernardino a llevar a mi comadre, su sobrina y amiga y a buscar a nuestros hijos. Nuevamente lo que sin tráfico suele ser un trayecto de 10 a 15 minutos, se transformó en un viaje de una hora o más. Igual que en la mañana, nos devolvieron de la Cota Mil así que optamos por el mismo camino entre montañas, sólo que esta vez no pudimos entrar a la Avenida Andrés Bello. Bajamos por la Avenida La Salle y tuvimos que devolvernos porque estaba tomada aún por el oficialismo. Dimos varias vueltas y lo volvimos a intentar, esta vez con éxito. Allí, a la altura de la fuente de Plaza Venezuela, caminaban libremente opositores y oficialistas, todos pendientes de sus propios asuntos. Cruzando la calle, sentados, tomando algo para refrescarse o esperando un transporte público, personas de ambas tendencias estaban juntas ocupando el espacio en paz.

Tomamos hacia la autopista. Salimos hacia Parque Central y nos topamos con gente del oficialismo caminando sin rumbo por las calles. Se observaba que distintos tarantines ya estaban recogiendo. De nuevo gente de franelas rojas con logos de organismos oficiales llevaban la bandejita de anime con comida y agua mineral en bolsas. Intentamos entrarle a Bellas Artes bordeando el Hotel Alba Caracas, pero los carros venían en sentido contrario. Una señora claramente seguidora del oficialismo nos dijo que nos devolviéramos, que el paso estaba cerrado. Tuvimos que regresar a Mariperez. Numerosos hombres (adivine el color de sus camisas) desmontaban una enorme tarima que había sido instalada en el lugar donde una vez estuvo la estatua de Colón, lo cual complicaba enormemente el tráfico. Por el  Paseo Colón avanzamos para llegar de nuevo a la autopista. Allí observamos un grupo grande de motorizados. Algunas de las motos eran de alto cilindraje, como las que usan los escoltas. Las otras motos eran de las más comunes. Claramente se trataba de oficialistas que se retiraban de la concentración y todos llevaban bolsas con comida y agua, además de sacos de naranja. Una mujer que iba de parrillera en una de las motos iba recostada de dos (o más) de esos sacos. Esta vez decidimos salir por Puente Hierro. Los únicos uniformados que vimos en la zona estaban en un piquete de policías de tránsito en la esquina donde funciona esta dependencia oficial. Dimos muchas vueltas tratando de encontrar cómo salir hacia la Av. Panteón en San Bernardino. Las estrechas calles estaban tomadas por gente que se retiraba de la concentración oficialista. La Avenida Lecuna estaba repleta de gente, unidades de transporte, incluyendo nuevamente Metrobuses, y carros que no podían seguir la marcha. Tomamos vías paralelas que nos condujeron a otras calles bloqueadas con unidades de transporte y gente. En uno de los cruces, nos topamos con un grupo que portaba franelas azuelas que decían “Colectivo Alexis Vive,” caminando por el medio de la calle. Era inevitable notar la ausencia de la GNB en todas las calles del centro a pesar del número de manifestantes. Decidimos subir hasta la Avenida Baralt. Pasamos por la Plaza La Concordia donde todo tenía aspecto de día de asueto normal. La gente hacía compras en los pocos negocios abiertos. Se veían algunos oficialistas caminando, y otros simplemente sentados en la calle observando el tránsito. La estampa era la misma en la Avenida Baralt, con excepción del fuerte contingente militar que resguardaba la sede del SAIME y el número desproporcionado de unidades de transporte estacionadas, muchas de ellas con signos visibles de pertenecer a líneas del interior del país.

Finalmente logramos empalmar con la Avenida Este 2, que es una calle directa que baja desde la Avenida Baralt hasta San Bernardino. Nos sentimos aliviados mientras continuábamos nuestro paso sin mayores contratiempos. San José y la parte arriba de La Candelaria lucían tranquilos, con poca gente en la calle. Tensos y cansados, logramos llegar a nuestro destino.  A pesar de no haber podido ir lejos, nos sentimos parte de un todo más grande que nosotros mismos. Tuvimos suerte: no tragamos gases, no nos persiguieron ni detuvieron y no nos agredieron como a tantas otras personas que han salido pacíficamente a manifestar. Vimos cómo, sin pudor alguno, el régimen gasta nuestros recursos en comprar lealtades. Vimos gente sin miedo y vimos gente que piensa distinto caminando una al lado de la otra por calles que nos pertenecen a todos. Una alegoría del país que queremos quienes salimos pacíficamente a manifestar pero que quienes gobiernan se han empeñado en impedir.

 

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