Hoy la prensa de la capital ilustra sus primeras páginas con una manifestación insólita que se vivió en el día de ayer. Los pacientes del Periférico de Coche, los médicos, las enfermeras, el personal obrero, hartos todos de una situación sencillamente insoportable, salieron a la calle a protestar. Salieron en camillas, en sillas de rueda y trancaron la avenida Intercomunal de El Valle. En los reclamos, por ejemplo, leo la lista que trae El Nacional en su primera página: El reclamo es extenso, no hay presupuesto, de 200 camas sólo sirven 10, se llevaron el tomógrafo, carecen de rayos X, la infraestructura se deteriora, Pediatría tiene dos años cerrada y Toxicología no produce suero antiofídico.
Leído esto podemos decir que eso no es un hospital. Usted comprende entonces por qué el Presidente de un país que tiene una manifestación como ésta, a la hora de enfermarse se va fuera. Él no puede confiar en un país donde la salud está en ese estado; se entiende.
Nos dice el Diario Tal Cual que ya son 67 días sin saber para nada de Hugo Chávez Frías. Sin ver, ni oír a Hugo Chávez Frías. No hemos tenido ningún reporte médico. Lo que tenemos son opiniones. Opiniones como esta que soltó ayer el señor Maduro: “El Vicepresidente de la República ratificó que el Presidente Hugo Chávez continua sometiéndose a tratamientos complementarios, complejos y duros en Cuba”.
¿Qué entiende Maduro por “tratamiento complementario”? ¿Qué entiende Maduro por “complejo” y por “duro”? Lamentablemente, eso es toda la información que hay.
Mientras, este señor manda. Y manda, -como lo definía ayer aquí en nuestro programa de radio la economista Tamara Herrera-, de manera repelente. Lejos de conciliar en la política económica, lejos de convocar, el Gobierno repele, actúa en la economía de manera repelente. Repeliendo a los demás, a todos los que no son Gobierno. Repelente es un viejo calificativo que antes se le atribuía a alguien antipático, amargo, de poco roce social. Hoy puede ser aplicable a todo el alto gobierno.
Pues bien, al lado del señor Maduro está el señor Jaua, el Canciller. Lo tenemos hoy en la primera página de El Nuevo País. La fotografía la titulan “¡Qué despelote!”. Jaua, vestido en jeans y con su guayabera roja, está en la fábrica de industrias Diana, una fábrica de aceite, y a su lado está el Ministro de la Energía Eléctrica Héctor Navarro, quien a su vez lo dejan de Vicepresidente cuando el Vicepresidente Maduro sale a Cuba. Es un despelote dicen en El Nuevo País, porque ¿qué hace el Canciller en una fábrica de aceite cuando debería estarse ocupando de los asuntos internacionales? Además, ¿qué hace acompañándolo Navarro? Por cierto, ayer hubo apagón en prácticamente todo el occidente de la República. ¿Qué hacía Navarro que no se ocupaba de eso? El despelote pasa a ser la orden del día.
El Ministro Jaua dijo ayer “que el beneficiario de los dólares baratos no había sido el pueblo sino la burguesía importadora”.
Y uno se pregunta ¿no es esa burguesía importadora precisamente la que está vinculada al régimen, la llamada boliburguesía?
Hoy en Tal Cual, Simón Boccanegra es feroz en este sentido con relación a Giordani: Ni una palabra ha dicho Giordani sobre las fortunas construidas al rescoldo de Cadivi, él que se la echa de ser el austero e íntegro “monje” del régimen, incapaz de tocar un centavo que no sea suyo. Pero ha visto a los otros y jamás ha señalado a nadie, jamás ha apuntado hacia la putrefacción que se desprende del control de cambio.
Giordani ha dicho hoy que Cadivi funciona con toda normalidad. ¿Qué se entiende por toda normalidad? ¿Qué entiende Giordani por “normalidad” en Cadivi?
Por otra parte, Giordani ha dicho -y esto lo leo de Simón Boccanegra-: …que si se eliminara el control de cambio, es decir, Cadivi, en tres días se acaban las Reservas Internacionales. Tiene razón, por supuesto, pero su juicio es casi un epitafio de su propia política económica. Después de 14 años de gestión de la economía, Giordani nos confiesa que lo que han hecho no le inspira confianza a nadie.
Ayer le preguntábamos a los economistas Herrera y Palma si esta devaluación no era en definitiva la confesión abierta del propio fracaso en el manejo de la economía. Ambos respondieron al unísono: sí.