¡Qué papelón!

¡Qué papelón! ¡Qué bochorno! ¡Qué vergüenza! ¡Qué pena con esos señores!

Leo la reseña de El País, de Madrid, con el reporte de Carlos Cué desde Buenos Aires:

“Mercosur ha vivido un episodio inédito en la diplomacia como consecuencia de la crisis tras la suspensión de Venezuela. La canciller de este país, Delcy Rodríguez, trató de entrar por la fuerza en una reunión de Mercosur en Buenos Aires a la que no había sido invitada. Acompañada por el canciller de Bolivia, David Choquehuanca, y aplaudida por militantes kirchneristas en la calle, Rodríguez se abrió paso entre la policía hasta lograr entrar en el Palacio de San Martín, sede del Ministerio de Exteriores, que estaba rodeado de vallas, con la intención de irrumpir en la reunión que mantenían sus colegas de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Ante la prensa, a las puertas del palacio, dijo que si no le dejaban entrar por la puerta lo haría “por la ventana”. La canciller argentina, Susana Malcorra, explicó después con tono estupefacto que le había comunicado por escrito que no estaba invitada a la reunión. Malcorra trató de aplacar la situación invitando a Rodríguez a una reunión bilateral en su despacho (…) Estuvieron más de una hora intentando convencerla de que no podía participar en la reunión, pero no lograron llegar a ningún acuerdo (…) “La dejamos pasar para no tener un problema mayor”, explicó Malcorra. “No conozco ningún precedente de que se pueda entrar a una cumbre sin autorización”.

“La dejamos pasar para que no hubiese un problema mayor”. Las palabras de la canciller argentina apuntan a que la nuestra -¡qué vergüenza!- estaba incontrolable. Enloquecida quizá sea el calificativo pertinente. Sigue la nota: “En medio de una enorme tensión, Rodríguez accedió al palacio. Pero ya era tarde. Cuando se presentó en el lugar se encontró con una sala vacía: los cancilleres ya habían dado por terminado el encuentro y en esos momentos almorzaban fuera del edificio.” ¡Qué papelón! “La Canciller después denunció agresiones físicas por parte de la policía”. Y en el desquiciamiento dijo: “Yo lo asumo como una venganza del señor Macri”.

En los videos ella se ve con su sonrisita meliflua, siempre cínica, caminando muy erguida. Pero aparentemente la hirieron. Y Nicolás Maduro, quizás asesorado por algún traumatólogo, afirmó: “La Canciller tiene una grave afectación, posiblemente una fractura en la clavícula. Fue lanzada al piso en las puertas de la cancillería de Argentina, al entrar sin presencia de medios, fue agredida por los jefes de seguridad de la cancillería argentina. Y al canciller de Bolivia le fracturaron la mano”, así le citan en Tal Cual. Pero uno no vio esas agresiones en los videos que rápidamente se hicieron virales. En ninguno la Canciller acusa llanto, ni siquiera un gesto, una leve mueca de dolor. En fin, todo está en la fantasía.

Y, a propósito de la fantasía, el editorial El Nacional bajo el titulo “Delcy y su vulgar show”, finaliza con un párrafo contundente: “Los venezolanos estamos profundamente apenados con nuestros hermanos de los países del sur. Estos comportamientos nos producen un gran bochorno y una enorme tristeza. La diplomacia de Maduro y Delcy no nos representan, como tampoco nos representan Tarzán y la mona Chita, simples y pasajeros personajes de ficción.”

Entre los múltiples chistes que han quedado regados luego de la lamentable escena, se escucha que Delcy es como el billete de 100: nadie la quiere, nadie la recibe. Y el billete de 100 sí es nuestra cruda y espantosa realidad. Hoy el mismo El Nacional titula: “Los banco privados no recibieron los nuevos billetes ni monedas”. Ya lo habíamos dicho la semana pasada: es imposible que para el jueves 15 –es decir, hoy- estén los nuevo billetes y monedas en la calle. Y no van a estar. Así nos quedamos sin el viejo billete de 100 y sin los billetes y monedas del nuevo cono monetario.

Imagínese usted cómo va a ser el día de hoy, mediados de quincena, día de cobro. Antes, así fueran escasos los salarios y los sueldos, uno sabía que vivía del quince y del último. Pero ya ni siquiera tenemos quince y mucho menos último.

Eso ocurre cuando se vive en tiempos de Tarzán y Chita.

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