Infamia. La palabra tiene una cacofonía particular. Suena a inflamable. Y así, como si un incendio le brotará de muy adentro, el acusado gritó: ¡Es una infamia! Pero sabemos que los dragones no existen y que sus llamaradas son solo fantasías que no queman. El acusado, a la sazón Vicepresidente Ejecutivo de la República Bolivariana de Venezuela, reaccionó ante el señalamiento de narcotraficante por parte del gobierno de los Estados Unidos, advirtiendo que recibía esa agresión -esa infamia- como un reconocimiento a su condición de revolucionario antiimperialista. Y me pregunto: ¿cómo se sentirán los otros revolucionarios antiimperialistas que no han recibido una acusación de semejante calibre? ¿Serán menos revolucionarios antiimperialistas? ¿Hay que recibir un señalamiento tan grave como ese para ser un revolucionario antiimperialista a carta cabal?
Por lo pronto, la situación es complicada. Si bien el nuevo Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Steven Mnuchin, ha dicho que esta sanción es el fruto de una larga investigación, con lo cual nos da a entender que viene desde los tiempos de Obama, le ha puesto un par de banderillas al asunto al afirmar: “Es un claro mensaje del gobierno del señor Donald Trump de solidaridad hacia el pueblo venezolano”. Y acota: “Esta medida no tiene nada que ver contra el gobierno venezolano, es una medida muy puntual y personal que involucra al señor El Aissami y a Samark José López Bello”. Además: “En este caso hemos bloqueado activos, decenas de millones de dólares en activos que tendrán un impacto muy grande para El Aissami y su entorno.” ¿Cómo un revolucionario antiimperialista a carta cabal, como se ha definido el vicepresidente, tiene decenas de millones de dólares en activos en los Estados Unidos? Y lo más importante, de ser cierta la acusación, ¿de dónde los sacó, de sus salarios como funcionario público?
De Samark José López Bello poco podemos decir ya que hasta ayer era un personaje completamente desconocido para la mayoría de los venezolanos. De él apenas sabemos que es un próspero empresario con múltiples intereses y, al parecer, vinculado con medios de comunicación; de origen muy humilde, nació en Tucupita, Estado Delta Amacuro. Con respecto a su relación con El Aissami se ha limitado a decir que “se conocen personalmente”. Hoy, en el Editorial de Analítica, se advierte: “Las consecuencias para Venezuela son serias, ya que casi de inmediato elevaron el costo a pagar en intereses por los papeles de la deuda que vence en 2017”.
Por lo pronto, El Aissami no ha pasado de gritar infamia. Horas después coincidió en la palabra la canciller Delcy Rodríguez, y más tarde el presidente de la república, con el mismo vocablo y sin aportar nada original.
Infamia significa deshonra. Pues la deshonra que cae, no solo sobre El Aissami sino sobre todo el gobierno, mas el vergonzoso salpicón que enloda a los venezolanos decentes (todos los demás), es letal. Una acusación como esta no se resuelve gritando infamia. Una acusación como esta hay que enfrentarla. Porque lo que está en juego no es solo el nombre del actual vicepresidente y el escaso prestigio del gobierno, sino el de todos los venezolanos. Lo que está sucio y bajo sospecha es nuestro gentilicio, nuestra cédula, nuestro pasaporte cada vez que pisamos el exterior. Por eso quiero hacer mía esta frase que ayer puso en un tuit el actor venezolano Edgar Ramirez:
“Que la vergüenza que sentimos hoy no empañe la voluntad de los venezolanos honestos que intentan echar pa’lante! #LosHonestosSomosMas”