Los hermanos Rodríguez dicen que en Venezuela no hay crisis humanitaria. Lo dicen con sus caras muy lavadas y sus sonrisas melifluas. Sin embargo, la realidad parecer ser otra. El Nacional: “En 7 de cada 10 hogares no hay comida para todos. Tener que comer se convirtió en una gran preocupación para los niños.” Atención: ya no solo para los padres sino para los niños.
“En una investigación realizada por Cecodap entre 1099 familias se determinó que 31,39% de ellas deja de hacer una de las tres comidas principales del día. Los adolescentes añoran cereales, arroz, pasta y caraotas. Tampoco comen frutas, carne de res, pescado y leche. La escasez de medicina y la debilidad física de los niños, niñas y adolescentes son los principales motivos para no ir a la escuela. En el último año 252 se enfermaron y les prescribieron una medicina. De ellos, solo 6 la compraron con facilidad. De resto, 74 buscaron en varias farmacias, 43 la obtuvieron en un establecimiento público de salud, 43 acudieron a las redes u organizaciones, 42 la compraron más cara a otras personas y 30 hicieron trueque por otro medicamento. Los menos lo consiguieron en otra ciudad o en otro país, se la regaló un familiar, la tenían en la casa o la recibieron como donación”.
La vida diaria se ha vuelto un tormento, una angustia indecible, inacabable. La misma Cecodap fue la que brindó la información para una noticia que estremeció el pasado viernes 2 de los corrientes en el diario El Informador, de Barquisimeto. Recordarán el terrible titular: “Cambiaron a una niña por 1 kilo plátano”. La información la dio Fernando Pereira, Coordinador de Cecodap, a propósito de un trabajo donde explicaba que el hambre de los niños ha aumentado el maltrato infantil por parte de sus padres: “A consecuencia del agotamiento producto de las colas, el cambio de rutina tras tener que levantarse a las 2:00 a.m. y el no tener dinero para pagar los servicios, por ejemplo, los padres se han vuelto más sensibles e irritables de lo habitual. Los niveles de intolerancia se hacen mayores y en toda esa situación los niños terminan convirtiéndose en víctimas por ser éstos los más vulnerables del grupo familiar”.
La nota también incluye las declaraciones de Francis Pérez, coordinadora del Consejo de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes de Iribarren, Estado Lara: “Seis de cada 10 denuncias que procesan por semana, guardan relación con la falta de comida (…) En el mes de septiembre, en la parroquia Juan de Villegas de la capital larense, una madre colocó una cucharilla caliente en el pecho de su hijo de cinco años porque éste comió de la leche en polvo que tenía destinada para la preparación del tetero de su otro niño con pocos días de nacido. Al ser entrevistada la mujer respondió que todo se debió a un impulso ante la escasez del producto. La falta de dinero para proveerse de alimentos también se suma a una de las causas por las cuales las acusadas dicen incidir en el trato cruel”.
Y es en este contexto donde Pérez narra la historia que nos descalifica como sociedad: “En la misma zona, una niña de siete años sirvió para acceder a un plato de comida. Los padres de la niña la llevaron a la bodega más cercana a su casa y tras pedir, inicialmente, un kilo de plátanos, la dejaron con los dueños del establecimiento quienes cedieron al ‘cambio’. Pero ante el suministro forzoso de alimentos por parte de los progenitores hizo que una petición de adopción llegara a nuestras manos. A la fecha la menor se encuentra en una de las seis casas de abrigo que existen en el Estado Lara, tras determinarse que los padres no son un factor protector para su crianza. Eso se hace en última instancia”.
Hablamos, entonces, de un país que realmente está pasando hambre.
Un país que se está muriendo de hambre.
Pero no, los hermanitos Rodríguez pueden seguir felices porque aquí no hay crisis humanitaria.