Digamos que usted es una persona libre. Digamos que usted es un ciudadano de este moderno y avanzado siglo XXI. Que usted puede disponer de sus bienes, y de su vida tal y como a usted mejor le parezca. Moverse de aquí para allá, viajar -según sus posibilidades, claro está-, hacer negociaciones, transacciones. ¿Es usted libre de hacer todo eso? Pues siempre y cuando usted disponga de ciertos documentos, porque en la vida moderna hay reglas, papeles.
Veamos un par de ejemplos. Si usted va a hacer alguna transacción, es necesario que tenga a mano la cédula de identidad. Sí, ese rectángulo plastificado que cada día está más difícil. Si va a viajar, porque lo necesita o porque le provoca –estamos partiendo de la base de que usted es libre y no tiene porqué darle explicaciones a nadie al respecto–, usted necesita un pasaporte. Pero tanto la cédula como el pasaporte se las entrega a usted el gobierno, no como una gracia o una dádiva sino como una obligación, porque usted, en tanto ciudadano de este país, tiene pleno derecho a portar dichos documentos. Mas las obligaciones del gobierno con los ciudadanos no existen para el primero, lo que éste le termine dando a los segundos será siempre a manera de gracia o favor. Arrégleselas como pueda.
Pongamos que usted no tiene pasaporte y necesita obtenerlo en un lapso perentorio. Pero el gobierno, como ha venido siendo su inquebrantable característica, no está dispuesto a cumplir la obligación que tiene con usted. Solo le queda, pues, solicitar un favor. Pero los favores, lo sabemos, suelen costar lo suyo. Prepárese para el calvario.
Contrapunto publica un reportaje por demás interesante y revelador. El reportero, poniéndose en el lugar de un solicitante más, pasa toda la madrugada en los alrededores de la Plaza Miranda, frente a la sede del Saime. “Regresaron los gestores que espantó Dante Rivas y ahora están dolarizados”, es el título del trabajo. “El pasaporte tarda más de tres meses para que se lo entreguen, usted ve si lo saca o no”, dicen los funcionarios a los usuarios que madrugan a diario. Un pasaporte por primera vez puede llegar a costar hasta 600 dólares. Hay gente que asegura le han llegado a cobrar hasta 1.000 dólares”.
Juan Dugarte, director del Saime, el organismo que está en la obligación de darle el pasaporte, declaró recientemente: “Si bien es cierto que tenemos escasez de material, sí tenemos pasaportes para las personas que lo ameriten para viajar”. ¿Cómo se entiende semejante afirmación? ¿Para unos sí y para otros no? ¿Cuál es el criterio para diferenciarlos? ¿Quién lo decide, Dugarte o el gestor? ¿Y hay diferencia entre ellos? Imposible que, en esta Venezuela de hoy, no se nos revuelva el viejo dicho: “Piensa mal y acertarás”.
¿Por qué Dugarte no declara sobre los gestores? ¿Por qué Dugarte no dice nada sobre esos miles de dólares que flotan en la madrugada caraqueña en los alrededores de la Plaza Miranda? Para remate, y sin ahorrarse ni la ironía ni el cinismo, el señor Dugarte le aconseja: “Si usted no necesita viajar próximamente espere a que esté cerca de la fecha de viaje para realizar los trámites”. ¿Por qué, Dugarte? ¿Por qué si a mí, ejerciendo mis derechos ciudadanos, me provoca sacar mi pasaporte hoy? ¿Por qué usted decide sobre mis tiempos y mis días?
Claro, si soy un ciudadano libre tengo derecho a indignarme y a reclamar con este tipo de preguntas. Pero…
Por las noticias e informaciones que han corrido esta semana, ya hemos visto que el Carnet de la Patria está pasando a ser más importante que la misma cédula. Dicho carnet terminará siendo necesario para la educación, la alimentación, la salud, etc. ¿Para qué la cedula? Y como no tengo acceso a dólares y no consigo el pasaporte, pues también me desentiendo de este documento y me resigno y me quedo.
Sin cédula, sin pasaporte, sin documentos que lo certifiquen como ciudadano de una nación, usted no es nadie. Es un paria. No es libre. Usted, pues, no es más que un prisionero en su propio país