Esto es grave. Esto es muy grave. La decisión del Tribunal Supremo de Justicia contra la Asamblea Nacional es un golpe. Así lo definen no pocos titulares en la prensa venezolana. En ello coinciden dos diarios barquisimetanos, El Informador y El Impulso: “Golpe al Parlamento”. Ahora bien, un golpe al Parlamento es un golpe a la voluntad popular manifestada el pasado 6 de diciembre. Es lo más cercano a un golpe de estado.
La sentencia número 9 elaborada por el Magistrado Arcadio Delgado Rosales hace que la Sala Constitucional, como dice el abogado constitucionalista Juan Carlos Apitz citado en El Nacional, se convierta en una Constituyente que está creando su propia Carta Magna. Los magistrados son designados por la Asamblea Nacional, y estos designados pasan a decidir contra la Asamblea Nacional. Pero la Asamblea Nacional, a diferencia de los magistrados, es elegida de manera directa por usted, por los ciudadanos, por el pueblo. Cuando los magistrados proceden contra la Asamblea como un todo, proceden contra usted, contra el ciudadano.
La ex magistrada del Tribunal Supremo, Blanca Rosa Mármol, afirma: “De los siete miembros de la Sala Constitucional, tres -Calixto Ortega, Luis Damián y Lourdes Suárez- no firmaron la sentencia y debieron inhibirse porque se trata de su propia designación. La sentencia es inmoral, y ellos merecen la destitución.” El calificativo es el pertinente: inmoral. Porque esto es también un problema moral. Es una inmoralidad lo que han hecho.
Ahora, más allá de dejar a la Asamblea como “Mirones de palo” -según el gran titular de La Verdad, en Maracaibo-, el problema se agrava considerablemente con otro peligroso elemento. El jefe de la bancada parlamentaria del oficialismo, Héctor Rodríguez, en lugar de hablar desde el hemiciclo, reta a la Asamblea y, acompañado de un pequeño grupo de personas –según Julio Borges había más gente en una cola de Mercal que la que ellos lograron arrastrar a las afueras de la Asamblea- dando un mitin en las afueras del palacio legislativo. Según leo en El Nuevo País: “Dio un exaltado discurso en el que acusó a la mayoría opositora de no representar al país”. ¿Cómo que no lo representa, si el país de manera abrumadora y mayoritaria votó por esa Asamblea? Quien no representa al país es precisamente Rodríguez. Y, por si fuera poco, este exaltado diputado soltó -y leo la cita que le hacen en La Verdad-: “Vamos a protestar hasta que esta Asamblea Nacional caiga”.
¿Caiga? Una cosa es que salga y otra cosa es que caiga. El verbo “caer”, en la política tropical venezolana, solo supone Golpe de Estado. Nadie ha hablado, por ejemplo, en la oposición, de que caiga Nicolás Maduro. Hablan de la salida de Maduro, de la renuncia de Maduro, de la revocatoria de Maduro. Pero nadie ha dicho que caiga Maduro. Cuando Héctor Rodríguez pide que caiga la Asamblea, lo que está pidiendo, ni más ni menos, es la formalización del golpe de estado.
Pero hay algo que es mucho más grave todavía. Cuando Rodríguez, en lugar de hablar desde el hemiciclo, como diputado, lo hace desde las afueras, como camorrero de esquina, está enviando un mensaje inequívoco de desconocimiento a la Asamblea. Y la amenaza que está planteada es que la bancada del oficialismo no asista más a las sesiones en el hemiciclo. De no asistir desconocerían por completo a la Asamblea Nacional. Desconocer por completo la Asamblea Nacional es desconocer y patear vilmente la voluntad popular. Desconocer y patear la voluntad popular es afianzar una dictadura.