Ultimas Noticias publica hoy declaraciones de Diosdado Cabello: “El diálogo es para la convivencia no para entregar el gobierno”. También se destacan otras opiniones de Elías Jaua: “Hay que definir un modelo de coexistencia”. Llama la atención que, lejos de vociferar palabras terribles como sangre y guerra, ahora usen unas más pacíficas como “convivencia” y “coexistencia”. Pero éstas, por más de las bocas de los altos personeros del régimen que las han pronunciado, ya resultan extemporáneas, pálidas y sin mayor validez o credibilidad.
Luis Almagro lo había dicho la semana pasada: unas elecciones habrían evitado todo esto. Aludiendo, se entiende, a las manifestaciones de calle, a la “inhumana” represión –como la calificó la Conferencia Episcopal-, a los heridos y las muertes. El año pasado, por ejemplo, se han podido han podido llevar a cabo las elecciones de gobernadores; se ha podido realizar el tan luchado referéndum. Es más, si hace tres meses se hubiese realizado algún tipo de elección, un país más sosegado respiraríamos hoy. De manera que la turbulencia que se vive, la zozobra que hoy acorrala y asfixia más al gobierno que al país, es su culpa. Su culpa directa y exclusiva.
Y la situación ya ha llegado a un desmadre tal que, ni siquiera procurándolo con la infinidad de recursos que todavía tiene, el gobierno podría recoger lo derramado. El caos que él mismo ha generado le reduce salidas y opciones. Hoy la convocatoria a unas elecciones de gobernadores ya no es suficiente. Hasta el probable asomo de unas eventuales elecciones generales, poco haría para cambiar el ánimo y la decisión de las multitudes que plenan las calles del país. Allí, a pesar de la represión cada vez más criminal y salvaje, hay un pueblo firme y enardecido, sin miedo. Un pueblo harto que le grita al régimen basta. ¡Basta de ustedes!
Días atrás le preguntamos al historiador Pedro Benítez ¿cómo termina esto? Su respuesta fue rápida y contundente, sin espacio para dudas: “Esto termina con la salida de Maduro”.
De manera que Cabello y Jaua, y también Padrino y el mismísimo Maduro, pueden devanarse los sesos tratando de suavizar la discusión con palabras benévolas como “convivencia” o “coexistencia”, que antes eran imposibles por prohibidas en el discurso revolucionario (recordemos que, para el régimen, la oposición siempre fue un enemigo –que no un adversario- que había que eliminar más que derrotar; la oposición era “la nada”, como lo proclamó Chávez con todas sus letras en su última campaña).
La oposición -es decir, el país- ha puesto sus condiciones. Y, a estas alturas de las lacrimógenas, la violencia criminal y los muertos, estas condiciones, al parecer, solo aceptan una lectura: la salida de Maduro y su régimen. Nada más y nada menos.
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