Un país llamado Cadenas – Anotnio López Ortega

Rafael Cadenas Premio Reina Sofia

Publicado en Diario de Avisos – El Español

Rafael Cadenas Premio Reina Sofia
Foto: El Universal

Por: Antonio López Ortega

Los actos del pasado martes 23 de octubre, cuando en la Universidad de Salamanca la Reina Sofía le entregó al poeta venezolano el Premio de Poesía Iberoamericana que lleva su nombre, un manto de emoción embargó a propios y extraños, pero sobre todo a los venezolanos que hoy sienten a su país desmembrado por los cuatro costados. Se diría que, en un plano más simbólico, Cadenas ha venido a representar un punto de encuentro, de concordia, de fraternidad, para todos los que sufren o emigran. Y en consecuencia, una especie de país Cadenas se ha ido creando en estos años aciagos, que va más allá de su presencia en actos o de sus muy ocasionales entrevistas. Ese país tiene que ver con su temple, con su palabra, con su ejemplo, con sus actuaciones públicas. Es algo que está más cerca de la hidalguía, de la honestidad, del civismo. Setenta años de creación poética hablan por sí solos; dan cuenta de una cima que todos los jóvenes que quieren escalar, aunque sea para asomarse y ver el panorama desde las alturas.
En definitiva, todo ha sido meditación, entrar en honduras, saber que el tiempo del ser no es el tiempo de nuestra vida, intuir que la inmortalidad es de la humanidad y
la muerte sólo una experiencia individual. En esas aristas se mueve esta poesía del despojo, que siempre se está acercando a un hoyo que nadie puede desvelar, que
siempre ensaya una aproximación, porque la poesía es finalmente tentativa, ensayo, amago contra el vacío. La legitimidad que da toda apuesta franca, toda fe de vida, es
motivo suficiente para sentir que en esta obra también hay un país, con personajes, aventuras, destinos y encuentros. Y este país, a veces, es más sólido que el otro, el
que debería ser referencial y ahora es una colcha de retazos. Por eso los jóvenes poetas quieren caminar por el país Cadenas, y también los no tan jóvenes, y también
los lectores de toda raza. Para hallar algo de certidumbre, para entender que más vale meditar que mentir, para cerciorarse de que el tiempo inmortal de la poesía no
es el tiempo lleno de mortandades del presente.

El país que en cuanto a esfuerzo colectivo ya no está, al menos sobrevive, con otras claves, con otras señas, en obras como la de Cadenas. Hablar de islas, de
destierros, de derrotas, de falsas maniobras, de intemperies, de memoriales, de amantes, de gestiones, de dichos o de sobres abiertos da para una cartografía, da
para un país minúsculo pero autosuficiente. En ese país nos refugiamos, aunque sea a la intemperie, en espera quizás de que el otro país, el originario, resucite de las
sombras. La obra de Cadenas, afortunadamente, ya no le pertenece: es una isla puesta a flotar, que deriva por múltiples corrientes, pero en la que vamos todos,
apelmazados sí, pero felices. No es este el destino que el gran poeta, profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, traductor, custodio
puntual del lenguaje mal hablado, hubiese querido, creo, para sus versos, pero toda obra es finalmente de los lectores, de los tiempos que la reciben, de los jóvenes

poetas que beben de sus aguas. La presencia de Cadenas, más allá de Cadenas; su vigilancia secreta, más allá de sus gestos parcos; su autoridad moral, más allá de
quien sólo esgrime como propósito de vida la humildad, se constituye en uno de los pocos regalos que estos malhadados tiempos nos han dado. Qué dicha que esa isla
flotante sea de palabras; qué oportuno que ese país sea de certezas; qué sostén que esa deriva preserve verdades insoslayables. Cuando el país mayor que le hace falta al
poeta reaparezca, tendremos tierra para saltar a la tierra, tendremos agua para bañarnos en los ríos, tendremos palabras para hablarnos los unos a los otros.

 

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