Publicado en El País
Solo un “hombre fuerte” del chavismo podría tomar las medidas económicas necesarias.
“Mentidero” es una de esas palabras por la que debe uno preciarse de ser hispanohablante. Pocas hay, en ninguna otra lengua, tan decidoras y transparentes como “mentidero”: ese sitio al que se concurre para canjear rumores y ponerle nombre a los miedos y así conjurarlos mejor.
El núcleo gravitatorio del mentidero es, claramente, un personaje que llamaré el Sujeto Bien Enterado. Singulariza al Sujeto Bien Enterado el que sus hipótesis y relatos, por mendaces que sean, luzcan verosímiles y suenen esperanzadores a oídos de sus contertulios.
Especialmente cuando se vive un estancamiento, político y económico, sin desenlace a la vista, como el que acogota hoy a mi país. Últimamente, en muchos mentideros, el Sujeto Bien Enterado respectivo ha puesto a circular la noción de que una transición política está ya en marcha en Venezuela.
Es notable el poder encantatorio de algunas palabras, según el momento en que sean proferidas: “transición”, en la Venezuela de hoy, suena a destrabamiento, a fin del estancamiento con inflación, a cese de la matanza a manos del hampa organizada y, por último, a cambio de régimen político.
Premisa de esta hipótesis es que hay ya conversaciones, muy discretas, entre caracterizados factores de la MUD (Mesa de Unidad Democrática) y la cúpula militar chavista, encaminadas a eliminar esa obstrucción de vías urinarias llamada Nicolás Maduro, aplazar concertadamente hasta el año que viene el referéndum revocatorio y convocar nuevas elecciones.
La figura llamada a presidir esta jugada de billar de salón sería el general Vladimir Padrino, actual ministro de Defensa y Superministro de Abastecimiento Soberano cuyas potestades, otorgadas por Nicky Maduro bajo presión de los 178.456 generales en activo del Ejército venezolano, ponen al gabinete en pleno bajo su mando. Padrino es el Albert Speer del poschavismo.
Voceros de la oposición, salidos de los “observatorios ciudadanos” del estamento militar, se hacen lenguas del prestigio personal y del gran predicamento que goza el general Padrino en los cuarteles. Se pone énfasis en que no es narcotraficante, como Diosdado Cabello. Se obvia también que Padrino es el mismo desalmado fidelista que, en 2014, hizo aprobar una ordenanza que permitiese el uso de armas de guerra para la represión de manifestaciones pacíficas de civiles opositores.
¿A qué obedece esta “rehabilitación moral” del general Padrino, quizá el más procubano de los militares sedicentemente marxistas del Alto Mando militar chavista, que hoy hacen algunos factores de la oposición? Pues nada menos que al dislate de pensar que solo un “hombre fuerte” del chavismo, y no un cantamañanas como Maduro, presidiendo el país hasta 2019, podría tomar las duras medidas económicas que ningún hipotético candidato opositor querría tomar en un todavía más hipotético poschavismo, atrayendo sobre sí la furia popular.
Según esta martingala, Padrino, una vez hecho presidente, se tornaría pragmático y hasta fondomonetaristaen materia económica. Un Padrino benévolo dispuesto a liberar sin condiciones a los presos políticos. De allí la idea de no insistir demasiado en que tengamos el referéndum este año, sino el próximo, cuando constitucionalmente Padrino el Bueno podría pasar de superministro a presidente.
Yo, que no acudo a los mentideros, me quedo con la proverbial navaja de Ockham, principio filosófico que data del siglo XIV y que, entre dos hipótesis, recomienda quedarse siempre con la más sencilla. Y me resulta más sencillo pensar que, en efecto, una transición ya está en marcha, pero no hacia una normalización de la vida política, sino hacia una desembozada dictadura militar. Anacrónica y brutalmente premoderna, de esas que las almas buenas suponen que ya no tienen cabida en América Latina.
@ibsenmartinez