Publicado en: El país
Por: Ibsen Martínez
Tarde o temprano, el líder opositor venezolano será invitado por Washington a hacerse a un lado. Para bien de todos, digo yo
Cualquiera que sea el resultado de las presidenciales colombianas, puede afirmarse con muchísima seguridad que precipitará el fin del “interinato” de Juan Guaidó. La estrategia de “máxima presión” concebida por su jefe político, Leopoldo López, procuraba el desalojo de Nicolás Maduro contando con un pronunciamiento militar respaldado con acciones, también militares pero gringas, propiciadas por los halcones de la administración Trump.
El aderezo retórico que vocearon las formaciones opositoras que hace tres años apoyaron en masse esa estrategia invocaba un mayoritario apoyo de la población y prometía acometer una inverosímil transición, acompañada por la inefable comunidad internacional.
La primera parada de ese tortuoso camino a la libertad sería la celebración de elecciones libres, “con resultados creíbles”, pese a estar tuteladas por generales y magistrados, hipotéticos desertores todos del gang de Maduro. De la población civil solo se esperaba que supiera hacerse matar en las acciones de calle que alentarían al elemento militar rescatador de nuestras libertades. Un clásico latinoamericano; la imaginación opositora no dio para más.
Como casi toda iniciativa política contemporánea en nuestra América, esta estrategia implicó también, si no máxima, suficiente corrupción del funcionariado interino como para que la pugna por los subsidios estadounidenses al aparato de un pseudogobierno en el exilio y por el botín de los activos petroleros venezolanos en el exterior hiciese saltar por los aires la coalición Guaidó.
Un relato pormenorizado y veraz de cómo esas acciones pusieron al descubierto la trágica improbidad de la clase política opositora, tomada en su conjunto, para la tarea de liberar a Venezuela y democratizarla puede leerse en el libro de William Neuman que esta columna reseñó semanas atrás.
Elemento primordial de la campaña de máxima presión fue el decidido apoyo que recibió del Gobierno de Iván Duque. Pero todo esto será ya solo back story, precuela de la serie que comenzará el próximo 7 de agosto, en la plaza de Bolívar de Bogotá. Para comenzar, si gana Petro, hay que dar por hecha la reanudación de relaciones diplomáticas entre Caracas y Bogotá. Así al menos lo ofreció el candidato la semana pasada durante un mitin electoral en Cúcuta.
“Los destinos de Colombia y del otro lado van por las mismas sendas. Se parecen hasta en sus gobernantes. No hay nada más parecido a Maduro en Colombia que Duque”, fueron algunas de sus palabras. Declaración muy consistente con el esfuerzo de distanciarse del chavismo al que, en el pasado, Petro juzgó más de una vez con benevolencia. Tolerar una sede bogotana del interinato sería, pues, por completo hostil al propósito de reabrir las embajadas.
No luce hoy ya Sergio Fajardo – y lo lamento de veras—futuro presidente de Colombia. Sin embargo, hay que señalar que la coalición de centro de la que hizo parte y que se midió en la consulta del pasado marzo se manifestó, ya en julio del año pasado, comprometida con “restablecer los canales de comunicación entre Bogotá y Caracas, en especial, para atender asuntos binacionales urgentes como la pandemia, la migración y la seguridad”.
El consenso a favor de restablecer relaciones entre Caracas y Bogotá ha venido creciendo en el ámbito político. Y ello sin desmedro de la condena planetaria a los desmanes del Gobierno de Maduro en lo que atañe a los derechos humanos y políticos de los venezolanos.
En octubre pasado, por ejemplo, el Senado de Colombia aprobó por unanimidad la proposición de crear una comisión bilateral en pro de la normalización de relaciones diplomáticas entre ambos países. El presidente del Senado, el conservador Juan Diego Gómez, envió una misiva al presidente del Parlamento venezolano, Jorge Rodríguez, quien desde el Palacio Federal Legislativo leyó complacido la proposición que había partido de la bancada del Partido Verde. La iniciativa, es sabido, fue bloqueada al nacer por la Presidencia de Colombia. ¿Y qué haría Fico Gutiérrez de ganar la segunda ronda del balotaje?
Sus declaraciones han sido inequívocas: al ser Maduro un dictador ilegítimo, no deberían restablecerse relaciones entre ambos países. Pero en declaraciones brindadas al diario El Tiempo de Bogotá, precisa: “Ahora bien, tenemos que entender que hay una realidad en frontera. Por ahí transcurren sueños rotos, familias destruidas y gente con miedo. Hay paso peatonal, pero no vehicular. Mi concepto: se debe permitir el paso vehicular por el tema del comercio, que de todas formas se está dando, aunque es por economía ilegal”.
Lo cierto es que la constelación de circunstancias que alentó la estrategia de máxima presión se ha dispersado y que la aproximación de Washington a Caracas, por razones ucranianamente petroleras, no habrá de cesar en el futuro avizorable.
No es verosímil, pues, ni siquiera en el supuesto de un Gobierno de Fico Gutiérrez, que se relance la demencial idea que descaminó a la coalición Guaidó y sus halcones trumpistas : hacer de Colombia un portaaviones. ¿Un pronóstico? Tarde o temprano Guaidó será invitado por Washington a hacerse a un lado. Para bien de todos, digo yo.