Publicado en El País
El jefe de la organización criminal de reclusos en Venezuela tiene bajo su control todo un presidio.
Mientras Nicolás Maduro tartajeaba ante las cámaras de televisión que lo ocurrido entre gallos y medianoche no fue la disolución de la Asamblea Nacional y la instauración de una dictadura, sino una trivial diferencia, diríase “académica”, en la interpretación de la ley por parte de dos poderes públicos, fue muerto a tiros, en la cárcel de Tocorón, Wilmer Brizuela, alias Wilmito, peligroso sicario que alcanzó renombre a comienzos de la década pasada como vocero de los reclusos amotinados en otra prisión: la de Vista Hermosa, en el Estado Bolívar.
Ya en aquel tiempo, Wilmito purgaba pena de prisión por homicidio, asalto a mano armada y sicariato. En lo que sigue, imparto algunas nociones de tipo lexical, imprescindibles para discurrir con soltura en torno a la vida y la obra de Wilmito.
Para comenzar, diré que, a la hora de su muerte, Wilmito era un pran muy cartelúo; esto es: de gran cartel y tronío.
El origen de la voz pran deja perplejos a los más doctos lexicógrafos en cuanto a su origen. Gente conocedora del submundo carcelario venezolano sostiene que la palabra surge al juntar las iniciales de preso, rematado, asesino y nato. En alguna parte leí que nos llegó de Puerto Rico, por polinización cruzada con la cultura penitenciaria de aquella isla, cultura que, dicho sea de paso, ha dado forma y contenido a un subgénero de la salsa.
Sea como fuere, un pran es el jefe máximo de la organización criminal de reclusos que tiene bajo su control todo un presidio. Un pran ejerce, además, señorío casi absoluto sobre un vasto territorio, extramuros de la cárcel, pues tiene a su servicio una burocracia del sicariato, el robo a mano armada y del secuestro (burocracia muy apropiadamente llamada tren) que involucra a delincuentes en libertad, jefes policiales, guardias nacionales y tribunales. Un pranato es el conjunto de trenes regidos por un mismo pran.
El fenómeno del pranato no es exclusivo de Venezuela, pero ha sido en este país donde ha alcanzado mayor preeminencia en la medida misma en que el régimen militar chavista se interpenetra profundamente con el narcotráfico, potenciando la capacidad de acción del pranato. Se trata, ni más ni menos que de la privatización de las cárceles, no a cargo de contratistas especializados, sino de peligrosos delincuentes recluidos en ellos.
El vínculo entre el funcionariado chavista-madurista y los pranes se deja ver en la relación personal entre Iris Varela, la ministra para los Servicios Penitenciarios y el célebre Wilmito. La ministra, famosa por su intemperancia, ha llegado a advertir que, en caso de una invasión extranjera, convertiría en soldados de la revolución bolivariana a los privados de libertad.
Wilmito gozaba de la privanza de la ministra a tal punto que, en febrero pasado, le fue otorgada una especial prerrogativa, que legalmente solo la ministra puede conceder, llamada “beneficio de confianza tutelado”. Este beneficio permitió a Wilmito ir, el mes pasado, de vacaciones con toda su familia a la isla de Margarita, pese a estar condenado por homicidio. Allí fue tiroteado y herido por presuntos enemigos personales.
A su regreso a la cárcel de Tocorón, fue asesinado por los hombres de un pran rival en ascenso, conocido como El Niño Guerrero. Una aeronave de la Guardia Nacional condujo sus restos mortales hasta su nativa Ciudad Bolívar. La ciudad fue militarizada durante las exequias del pran.
Sus hombres rindieron honores a Wilmito subidos a la azotea de la cárcel de Tocorón con una nutrida salva de fusiles AK-47 y AR-15, armamento militar de uso corriente en los penales del pranato llamado Venezuela.
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