Publicado en: La Gran Aldea
Por: Mari Montes
Generalizar, cuando se habla de los venezolanos que viven en el Sur de la Florida, es desconocer la historia en su real dimensión, con toda la gama de matices. Han llegado y están llegando venezolanos en condiciones económicas precarias, algunos a través de la frontera con México, por Texas o Arizona. ¿Qué hay personas en Miami con vidas de lujos que no son capaces de explicar? ¡Las hay! Como en otras ciudades del mundo, pero no son la mayoría; mientras, esa mayoría está igual que el resto de los venezolanos, incluidos los que viven en Venezuela, sobreviviendo, trabajando honradamente para ganarse la vida y ayudar a los suyos. Somos los mismos.
En Miami hay “enchufados”, claro que los hay, están por todo el mundo, no solo en Miami. Suelen ser dispendiosos, andan en carros costosos, viven en lugares caros y les gusta exhibirse. Todo eso es verdad, pero no son la mayoría, lo que sí es que son vistosos, escandalosos y hasta ordinarios.
La inmigración de venezolanos que vivimos en Miami es muy diversa. Están los que llegaron antes de 1998, otros que vinieron en una “oleada” que dejó el país después de los eventos de 2002, en abril y más adelante por el paro petrolero. A raíz de los resultados del referéndum revocatorio de 2004, salió otro grupo, y cada año fueron sumándose más.
Esos venezolanos que tienen rato en Miami, son en su mayoría profesionales. Hicieron las reválidas de sus carreras y las ejercen, o estudiaron aquí. Son médicos, odontólogos, arquitectos, abogados, ingenieros, educadores, comunicadores, músicos, artistas de la escena, escritores y productores de TV, por ejemplo.
En 2014 llegó un buen grupo, muchos solicitaron asilo, algunos lo consiguieron con celeridad, otros aún esperan respuesta, viven con el temor de que sus casos sean rechazados y tener que regresar. Una buena cantidad de profesionales y técnicos superiores universitarios, no ejercen sus carreras, pero se han acomodado trabajando como vendedores en tiendas; en la cocina o como meseros; supermercados; en la construcción; floristerías; peluquerías; como manicuristas, estilistas o barberos; han montado emprendimientos de comida venezolana en “Foodtrucks”; hacen dulces; en diciembre elaboran hallacas; trabajan en mantenimiento; cuidan niños; son parqueros; conductores de Uber, Lyft o de las distribuidoras de mercancía comprada online. Trabajan en lo que sea, para poder mantenerse, y apartar algunos dólares para enviar a sus familias en Venezuela. Dejaron allá a sus padres, tienen hermanos, o hijos, o todos…
“En Doral vivimos un montón de venezolanos (…) es una ciudad donde no se extrañan nuestros sabores, nuestros sonidos y acentos”
Algunos llegaron con ahorros y eso les permitió rentar un lugar para vivir independientes, pero la mayoría llega a casa de un familiar o un amigo, renta una habitación o se hospedan en sitios baratos donde no tienen que dar depósito o meses de adelanto. En principio, si no tienen permiso de trabajo, se emplean limpiando casas o en la construcción y ganan 8 o 10 dólares la hora, trabajan todo el día. Si hay un niño pequeño que aún no pueda ir al colegio, es muy probable que esa mamá no trabaje porque sería más costoso pagar la guardería.
No son pocos quienes han tenido que acudir a los repartos de comida, en estos tiempos de pandemia, porque se quedaron sin sus ingresos, porque el negocio donde trabajaban tuvo que cerrar. Cazan las ofertas de los mercados y sitios de comida rápida. Como en todo el planeta, miles quedaron desempleados.
Como dije, son tantas historias como venezolanos hemos terminado en el Sur de Florida, buscando mejor calidad de vida y oportunidades para nuestros hijos y para nosotros mismos.
Los venezolanos estamos por todas las áreas del condado de Miami, desde las más lujosas hasta condominios de alquiler en La Pequeña Habana, y fuera de Miami, en complejos de trailers en Davie, en urbanizaciones más acomodadas en Cutler Bay, Weston, Pembroke Pines o Cooper City, condado de Broward. En todo Miami y en Broward hay gente que vive muy bien, producto del trabajo de toda la vida, allá o aquí. Han logrado establecer sus negocios y generan empleo.
En Doral vivimos un montón de venezolanos, atraídos, principalmente, por la calidad de sus escuelas y porque es una ciudad donde no se extrañan nuestros sabores, nuestros sonidos y acentos. Es una ciudad cara, donde hay que tener un vehículo, aunque existe un servicio de transporte público, dentro de la ciudad y llega el sistema de Metro. Ha crecido no sólo en urbanizaciones, sino en áreas para la práctica deportiva y el esparcimiento, y pronto habrá un Museo de Arte Contemporáneo. Tengo amigos cubanos que dicen que la verdadera “Ciudad que progresa” (slogan de la ciudad de Hialeah), es Doral.
Generalizar, cuando se habla de los venezolanos que vivimos aquí, es desconocer la historia en su real dimensión, con toda la gama de matices.
Les cuento lo que ha sido mi experiencia luego de dos años y medio trabajando como voluntaria del programa “Raíces venezolanas Miami”, que pertenece a la Fundación Venezuela Awareness, dirigida por Patricia Andrade, una abogada guayanesa con más de tres décadas en Florida y quien desde 2016 lleva adelante esta labor, porque se dio cuenta de la necesidad de atender a esos venezolanos.
Han llegado y están llegando, venezolanos en condiciones económicas precarias, algunos a través de la frontera con México, por Texas o Arizona, pagando a los llamados “Coyotes”, contrabandistas de seres humanos, a quienes cobran por “guiarlos”, sin ninguna garantía, y corriendo cualquier tipo de riesgos. Hay historias de horror hasta que pasan y la pesadilla cambia de lugar. Algunos se entregan a las autoridades luego de pasar y piden asilo. Son detenidos, viven otra pesadilla. Los que se vienen a Florida, llegan con lo que llevan puesto y es ahí donde “Raíces” los apoya, al menos con ropa, calzado y lencería personal, en caso de que lleguen a casa de alguien. Es una ayuda para quien necesita estar bien arreglado para una cita de trabajo. Por cierto, han llegado con grilletes electrónicos porque aún están a la orden de alguna corte de inmigración.
Quienes pueden alquilar para vivir independientes, porque tenían ahorros o vendieron propiedades en Venezuela, han tenido que pagar un depósito y meses de adelanto, suelen quedar sin capacidad para arreglar su nuevo hogar. Equipar una casa para una familia de 4 personas, con lencería para los cuartos, toallas, vajilla, cubiertos, utensilios básicos, electrodomésticos, ollas, cafetera y algún objeto decorativo, en una tienda económica, con ofertas, ronda los 2 mil dólares. Para una familia que acaba de gastar los ahorros de meses de trabajo, para alquilar, esa cantidad es una fortuna, sin contar los muebles, la mensualidad del carro y el seguro, que por barato que sea, es un gasto importante. En la Fundación se les ayuda para que instalen sus hogares con cosas donadas por venezolanos, y amigos de otras nacionalidades que conocen la necesidad, y brindan así su solidaridad. Desde hace 5 años funciona
esta organización, que ha alcanzado a más de 3 mil familias procedentes de toda Venezuela.
Les puedo decir que hemos atendido a profesionales para quienes ha sido incomodísimo recibir la donación, no están acostumbrados a eso, en Venezuela siempre trabajaron y aquí lo siguen haciendo, pero la necesidad los ha obligado a dejarse ayudar. Muchos lo manifiestan, con vergüenza que no deberían sentir, pero que se entiende.
Atendemos familias con sus hijos, y en el espacio que tenemos, hay un sitio para los juguetes, regalados en perfecto estado, que llamamos “La juguetería”. Ahí entran los niños y se pueden llevar lo que quieran. Se emocionan cuando consiguen una muñeca “igual a la que dejé en Venezuela”, un carro, o un juego de mesa.
Una vez vino un chiquillo muy especial. Le ofrecí un carro de control remoto, precioso. El pequeño, de unos 7 años, me dijo muy tranquilo y sin drama: “Necesito uno que no lleve pilas, porque estamos recién llegados y solo trabaja mi papá, así cuando se gasten no vamos a poder comprar otras y no va a servir, prefiero otra cosa”. Se me rompió el corazón, a veces no prestamos atención a cómo procesan los niños la situación que les toca junto a sus familias. Hallamos unos muñecos de Marvel, él los conocía a todos, se fue feliz. Ya debe tener 9 años. De una cosa estoy segura, va a ser un tipazo; ya lo es, consciente, considerado, y agradece con una sonrisa inolvidable.
Los venezolanos en Miami dan para miles de historias.
¿Qué hay personas en Miami con vidas de lujos que no son capaces de explicar? ¡Las hay! Como en otras ciudades del mundo, pero no son la mayoría.
La mayoría está igual que el resto de los venezolanos, incluidos los que viven en Venezuela, sobreviviendo, trabajando honradamente para ganarse la vida y ayudar a los suyos.
Somos los mismos.