Publicado en El Espectador
Tras el fracaso de Bahía Cochinos, Kennedy puso de moda un viejo aforismo que dice: “la victoria tiene mil padres mientras que la derrota es huérfana”.
La frase viene a cuento para hablar del legado de Obama, quien deja el poder este viernes. Ahora resulta que el presidente saliente de Estados Unidos no es más que un pico de oro carente de sustancia. Veamos.
Un raudo balance de sus ocho años arrojará en la columna del haber la recuperación económica tras la Gran Recesión, el Obamacare, la muerte de Bin Laden, el acuerdo con Irán y la apertura hacia Cuba. En la columna del debe irán la guerra civil en Siria, con Isis como subproducto, la invasión de Putin a Crimea, la ausencia de un sucesor ganador y el recrudecimiento de los odios y temores de la clase media blanca.
Ninguno de estos puntos puede verse en forma maniquea. Por ejemplo, la semilla de Isis se formó en las prisiones de ocupación en Irak y en el absurdo desmantelamiento de las instituciones sunitas del país tras la derrota de Hussein, todo ello legado de George W. Bush. Dice Marc Bassets en El País: “[Obama] Reformó el sistema sanitario y amplió la cobertura a 20 millones de personas sin seguro médico, pero preservó el carácter privado del sistema y quedó lejos de la cobertura universal, lo que sigue haciendo de EE. UU. una excepción en el mundo desarrollado”. Por favor, las precarias mayorías demócratas en el Congreso apenas daban para lo que se hizo. ¿Aprovechó Putin los parpadeos de Estados Unidos para invadir Crimea? Sí, aunque los críticos no dicen qué podría haber hecho Obama para contrarrestar esta invasión, como no fuera responder con un ataque militar.
El eslabón más débil de la cadena fue el Partido Demócrata, derrotado en forma catastrófica en las elecciones legislativas de 2010 y 2014, justamente cuando Obama no era candidato. Dicho de otro modo, hubo más presidente que partido, pues este último nunca se recuperó de las palizas recibidas. Los demócratas habían abandonado antes a la clase obrera blanca, optando por privilegiar las causas políticamente correctas, es decir, minoritarias. Queda claro que Obama no cultivó a un sucesor ganador o, lo que es lo mismo, que cultivó a la sucesora equivocada. Esa crítica es cierta, si bien descarrilar el fenómeno de Hillary Clinton no era fácil. El único que hubiera podido lograrlo, Bernie Sanders, no se movió al centro lo suficiente como para ser un candidato viable. Eso tampoco es culpa de Obama.
Obama quiso promover la armonía racial y se encontró con un racismo más arraigado y tenaz de lo que él, y casi todo el mundo, esperaba. O sea que el paciente estaba enfermo de otra cosa, de suerte que el tratamiento que le prescribió el doctor no funcionó. Se dice que Obama hizo demasiado o que hizo demasiado poco. Digamos que hizo bastante y que tal vez hubiera podido hacer más, pero también mucho menos.
Trump se montó en el odio extraordinario que cosechó Obama, tanto más difícil de entender cuanto que es un tipo decente, alérgico a cualquier radicalismo. En fin, ya habrá ocasión de calibrar el salto al vacío que quiere dar el señor del peluquín y que se anuncia sumamente riesgoso. De todos modos, comparado con su antecesor, Trump luce diminuto. Sus intenciones de desmontar el legado de Obama, más la relativa juventud del presidente saliente, tendrán sin duda el efecto de crear un expresidente militante. Ya veremos por dónde aprieta esa cuña.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes