Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
La lucha por superar la actual dictadura venezolana tal vez no sea inédita del todo, pero en el continente americano y en tiempos recientes tiene muy pocos antecedentes. Esto importa porque uno mismo, así como gran cantidad de analistas profesionales —y no hablemos de los miles y miles de aficionados—, no saben para dónde va el lío. Caen así en la duda y en la exasperación. Ven fuerza donde no la hay. Hablan de un fracaso que no se ha dado.
La flexibilidad es un atributo político que uno asocia con las democracias. En cambio, en la naturaleza de las dictaduras está ser inflexibles. A la hora del daño pueden hacerlo profundo: muertos, países arruinados. Al mismo tiempo son claramente rompibles. En el imaginario popular y hasta en el académico, una dictadura cae, cuando cae, rápido. De lo contrario se consolida. Los dictadores de todo cuño suelen recurrir a métodos probados: cárcel o muerte a los opositores, palo y bala a las masas rebeldes y a otra rosa mariposa. También se han visto dictadores a bordo de aviones camino al extranjero sentados encima del botín o, de tarde en tarde, colgados de algún poste por las masas triunfantes. Piénsese nada más en lo que le habría sucedido a un Juan Guaidó cubano hace diez, veinte o treinta años. Lo habrían echado a la guandoca en un pispás, si no lo fusilan. En cambio, el Guaidó venezolano lleva cuatro meses haciendo de las suyas.
Hay claros signos de debilidad en el régimen de Maduro. Lo dicho, Juan Guaidó sigue libre y dentro del país. Sí, el dictador le pone cortapisas y encarcela a algunos de sus colaboradores, aparte de que un día sí y el otro también amenaza al presidente encargado, pero no lo han encarcelado, como lo hacía el chavismo de antes. Esto implica otro rasgo inédito: los militares muchas veces no le obedecen al dictador, pues al menos yo no dudo de que Maduro y Cabello hayan dado la orden de apresar a Guaidó y no se ha cumplido. En general, es un signo de debilidad que los militares, en contraste con los mal llamados “colectivos”, no estén dispuestos a generar grandes masacres. Sí, aquí y allá matan gente, aunque las proporciones no son las que uno ve, qué sé yo, en Egipto o en otras partes donde una tiranía usa la fuerza sin restricciones. Es decir, la cúpula militar sí sostiene al dictador, pero no quiere mancharse las manos de sangre profusamente en su nombre.
Puede, por ende, asegurarse que el miedo campea entre las huestes de militares chavistas. ¿A qué le temen? No lo han declarado, así que no nos queda de otra que especular. Les temen a los gringos, claro, si bien se ha revelado que también aspiran a arreglar su relación con el imperio y aún no deciden cómo. Ven que el mundo les es muy inhóspito, por obvias razones, aunque parecen creer que tiene que haber modos para poder salir a gozar de sus mal habidas fortunas. Increíble.
En fin, yo tampoco entiendo bien la situación. He leído explicaciones varias, ninguna del todo creíble, todas con algún elemento de verosimilitud. Ciertas versiones se centran en el protagonismo y el predicamento que la semana pasada tuvo Leopoldo López, hoy refugiado en la embajada española.
En todo caso, la situación no puede durar mucho. Hay que reiterar que ni Maduro ni los militares que lo respaldan tienen solución alguna para los males de Venezuela, así que algo definitivo deberá pasar en los próximos meses. Imposible prever qué.
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