Publicado en El Pais
¿De parte de quién llega ahora esta nueva versión del “diálogo-pistola-en-mano” que, cada tanto, nos ofrece el chavismo?
“Cuando estaba entendiendo lo que pasaba, ya había pasado lo que estaba entendiendo”. Ángel Alayón, editor de Prodavinci, prestigioso medio digital venezolano, subió la noche del lunes a la red Twitter la famosa cita de Carlos Monsiváis, dando así a entender lo que todos los demócratas venezolanos sentimos al enterarnos de que, con una inopinada audiencia papal en el Vaticano, Maduro pretendía borrar la ignominia de negarle a los venezolanos su derecho al voto. Esto ocurría apenas unas cuantas horas después de que la Asamblea Nacional aprobase por aplastante mayoría un acuerdo que apunta a la destitución de Maduro, si es que los altos mandos militares no estorban la restitución del proverbial “hilo constitucional”.
Entre otros desconciertos, está el hecho de que, con un pie en el avión que lo llevaría al otro lado del mundo, en otro fútil intento de fabricar un alza de precios del crudo, Maduro nos había mandado a todos muy largo al carajo.
No habría referéndum, vociferó, porque la economía, y no la voluntad revocatoria del 80% de los venezolanos, es lo prioritario. No solo se rehúsa a someterse al referéndum, sino que ordena aplazar sine die las elecciones regionales porque cuestan mucho dinero. Según el dictador, en Venezuela podemos pasarnos indefinidamente sin elecciones, aunque el desgobierno y la corrupción narcochavistas, el hampa, la violencia de Estado y la carestía hayan hundido al país a una crisis humanitaria sin precedentes. Todo ello sazonado con la superchería de moda entre los mandamases de la última oleada de populismo latinoamericano: la de que obrar con estricto apego a la Constitución no es más que una artera engañifa opositora que desde hace tiempo lleva nombre: “golpismo parlamentario burgués”.
¡Nos llaman golpistas los mismos que en 1992 acompañaron a un oficial de paracaidistas en una sangrienta intentona militar! No yerra Capriles declarando que es Maduro, al ignorar contumazmente el derecho al voto, al amenazar con disolver la Asamblea y encarcelar a sus autoridades, al hacerse aprobar el presupuesto de 2017 por el Supremo, en lugar de la Asamblea, como exige la Constitución, quien ha estado consumando un sostenido golpe de Estado.
¿De parte de quién llega ahora esta nueva versión del “diálogo-pistola-en-mano” que, cada tanto, nos ofrece el chavismo?
La audiencia privada con el Papa kirchnerista coincide con otra noticia que, por unas horas, había alentado el entusiasmo de la feligresía opositora: un venezolano, tenido hasta hace poco por demócrata, es ahora el Papa negro, el general manager de la Compañía de Jesús a la que pertenece también Bergoglio. Pero hasta los menos desprevenidos se quedaron boquiabiertos con las primeras declaraciones del generalísimo de los jesuitas. No resultaron nada halagüeñas para quienes esperaban que el Papa negro dispensara una “ayudadita” a la mesa de organizaciones opositoras.
El padre Arturo Sosa S.J., puesto a opinar sobre la tragedia de su país, se ha mantenido en el terreno de la anfibología y ya muchos barruntan que fue él quien propició la audiencia del Papa para lavar la cara de Maduro, el dictador, el carcelero de Leopoldo López que desde febrero de 2014 nos debe más de 40 muertes a manos de sus pretorianos; el único y verdadero golpista en la agonía que atraviesa Venezuela.
Esta, y otras trapisondas, solo buscan dividir y descorazonar el gran esfuerzo unitario del que, la noche del lunes, volvió a ser valeroso líder Henrique Capriles. Me late que el miércoles 26, todos atenderán su llamado a tomar, no unas cuantas avenidas y autopistas, sino a Venezuela toda.
“Pa’ que se acabe la vaina”.