Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
En el pasado, las predicciones han oscilado entre descachadas y espectacularmente descachadas. Escarbo mi cabeza —que los lectores por favor hagan lo propio— y no encuentro ejemplos importantes en contrario. ¿Qué clima tendremos —bueno, tendrá la humanidad, porque yo no andaré por aquí para saberlo— en 2100? Parece que habrá problemas, incluso problemas muy serios, pero de resto se ignora el grado o la tratabilidad de los mismos. Aunque William Nordhaus puede ser muy premio Nobel de Economía y puede llenar sus papers de ecuaciones complicadísimas, yo sospecho que él tampoco sabe mayor cosa sobre el futuro.
¿De qué depende? Depende de la conciencia ponderada y no histérica que se vaya adquiriendo del peligro, del acierto o desacierto de los tratamientos que se apliquen, de lo masivos que sean e incluso de la suerte. Varios fenómenos se anuncian tan centrales como impredecibles. ¿Tendrá África más de 4.000 millones de habitantes, una catástrofe; 3.000, una situación grave aunque no catastrófica; 2.500, una cantidad casi manejable? Toda variación en esta cifra es crucial y el factor determinante será la educación de las mujeres, algo que no solo las haría más productivas, sino menos reproductivas. Tanto en ese continente, como en América Latina, las ganaderías de carne y de leche que entonces subsistan ¿serán en su mayoría silvopastoriles o extensivas? Si es lo primero, la producción del dañino metano será poca y la industria, como un todo, generará oxígeno, no CO2, además de que muchas especies silvestres se beneficiarán. En cambio, la ganadería extensiva envenenaría la atmósfera y contribuiría a la extinción masiva de muchas especies. ¿Se consumirán muchos más vegetales, la mejor opción ambiental, o no? Para lograrlo no se necesita que la humanidad se vuelva vegetariana o vegana, imposibles biológicos ambos, sino que el balance sea diferente del actual, tan carnívoro.
En este territorio hay muchas cosas nuevas. Por ejemplo, el así llamado Primer Mundo pudo beneficiarse en el pasado del resto del planeta de manera casi exclusiva, dejándonos a los demás las sobras para sobrevivir. Cierto, unos pocos países se desarrollaron contando a veces con alianzas internacionales. Hoy, sin embargo, en el Primer Mundo andan echando chispas porque entienden que los trópicos pueden procesar cantidades inmensas de CO2, y dado que los gases circulan libremente por el planeta, todo el mundo se verá afectado. Ahí el problema es que la tradición no deja de ser el desarrollo y el tratamiento separados de los problemas. ¿Lograremos actuar de forma mancomunada los ricos y los pobres del mundo? El futuro va a depender en gran parte de que la humanidad aprenda a actuar así, es decir, a contrapelo de una tradición discontinua que tiene cientos de años. ¿Predicciones sobre los resultados? Yo tampoco tengo ni la menor idea.
Debo aclarar, por último, que no compro el discurso pesimista extremo. La histeria no es la mejor táctica. Hemos pasado por tiempos más difíciles: la humanidad paró a Hitler, paró a Stalin, no hubo el holocausto nuclear que muchos se temían, de suerte que creo que sabremos organizarnos para detener la catástrofe ambiental o, al menos, para hacer que no rebase ciertos límites. Más que una solución global, llave en mano, la clave estará en implantar miles de soluciones puntuales o parciales que se vayan sumando en lo que uno espera sea una gran avalancha.
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