Publicado en El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Mientras otras disciplinas analizan sus efectos por décadas, el ambientalismo tiene vocación de muy largo plazo y debería dedicarle el grueso de sus energías al futuro global. ¿Por qué? Pues porque el daño ambiental es, por definición, acumulativo y con frecuencia irreversible. Un ejemplo, entre muchos, salta a la vista al viajar por la Europa actual y ver que allí prácticamente no quedan bosques grandes, los cuales fueron talados sobre todo antes de 1900. Aunque en décadas recientes ha habido bastante reforestación, su sesgo comercial hacia los maderables se traduce en un modesto beneficio ecológico real. Los viejos bosques primarios europeos ya no volverán.
En lo que atañe al año del título, lo más importante pasa muy lejos de donde se escribe esta columna: en África. Al menos esa es la conclusión que uno saca al leer el informe de la ONU sobre las perspectivas demográficas de este resto siglo (solo aparece completo en inglés en http://bit.ly/2trJiNF). Según las proyecciones, en 2100 la población mundial oscilará entre 9.600 millones y 13.200 millones de habitantes. La primera cifra parece manejable, en tanto que la segunda implicaría una hecatombe de proporciones colosales. La cifra media de 11.184 millones, con África llegando a 4.468, no deja de ser potencialmente catastrófica. Esto no se debe a las viejas predicciones maltusianas de que habrá hambrunas, sino a que toda persona lleva bajo el brazo al nacer una necesidad dual de alimentación y energía, que mancomunadas ejercerían una presión insostenible sobre el planeta. Dicho de otro modo, hay que empezar desde ahora a evitar que cientos de millones de las personas previstas para 2100 nazcan. No a las malas, claro que no, sino con políticas inteligentes y efectivas (ya sé que para muchos la frase es un oxímoron).
La globalización más importante de todas es la de los problemas. Para los hijos, nietos y biznietos de cualquiera de nosotros no es indiferente que Níger pase de los 21,4 millones de habitantes actuales a 192 millones en 2100, multiplicando casi por nueve su población. ¿Y será viable Nigeria con 793 millones de habitantes en 2100? No lo creo.
Mientras que hoy no existe ningún país rico con altas tasas de crecimiento demográfico, la pobreza suele venir atada a grandes aumentos de población. Por lo mismo, los países pobres tienen menor capacidad de asegurar la reducción en la huella de carbono con la que cada persona nace. De más está decir que en estos países casi todos los riesgos institucionales empeoran con el aumento acelerado de la población. Ya lo vivimos en América Latina en la inmediata posguerra: megalópolis inmanejables, pobreza, violencia y demás. Puede incluso decirse que a menor fertilidad mejor vida sociopolítica, por lo menos hasta llegar a una población estable. Y en la medida en que la pobreza de un país afecta al resto del mundo, el resto del mundo debe participar en su solución. Obviamente entre más temprano se actúe, mayor será el efecto dominó para 2100.
La emigración hace parte de las soluciones y seguirá su curso, quiéranlo o no los países receptores. También, claro, seguirán los conflictos asociados con ella. El mundo tiene que aprender a manejar sus migraciones. Las mejoras en su gestión deberían intensificarse y abordarse desde ya.
La lástima es que, aunque la amenaza ambiental es global, existen fuerzas poderosas que vuelven al ambientalismo localista y provinciano. Pero ese es tema para otro día.