La mayoría de las conversaciones de los venezolanos gira alrededor del futuro inmediato. En las tertulias familiares y en los encuentros fortuitos de las colas predominan las interrogantes sobre lo que pasará con nuestras vidas. Ni hablar de las conferencias o de los foros que cada día abundan más: aunque se trate del destino de Cataluña, por ejemplo, o de alguna sociedad lejana cuyos problemas se ventilan en la prensa, no hay traba que impida las inquisiciones sobre lo que sucederá con la suerte de los agobiados oyentes. Nos las arreglamos para plantarnos a la fuerza en la angustia de nuestra vida. También se da con frecuencia el caso de que nos alegremos por las cosas que suceden en el exterior, con vicisitudes relacionadas con elecciones presidenciales o grandes debates de ideas, sucedidas todas en otras latitudes, porque las extrañamos en lo más hondo de nuestro ser y las observamos como el visitante de los museos ante la obra maestra colgada en la pared, reverenciada pero ajena e inaccesible.
Como se complica la posibilidad de sacar conclusiones plausibles en un ambiente dominado por los enigmas, como no hay sabio capaz de soldar las piezas del rompecabezas, cada quien saca las suyas como si cual cosa. De allí la aparición de soluciones disparatadas que parecen obra de la locura, o la abundancia de propuestas que no pueden llegar a la esquina más cercana, entre ellas el apego exagerado a las salidas abruptas que deben manejarse en el hermetismo de los cónclaves o desde una poderosa oficina del primer mundo. La situación se hace más ardua debido a que la preocupación por la posteridad cercana no es monopolizada por los habitantes del país. Es alimentada también por los que baten el cobre desde la diáspora y se sienten naturalmente concernidos. De allá no solo llegan a diario los estereotipos alimentados por la lejanía, los clichés multiplicados por la debilidad de un conocimiento superficial de lo que pasa de veras, sino también las arengas que claman por desembocaduras automáticas y drásticas. Tampoco dejan de enviar mensajes de conmiseración, de esos que los sortarios mandan a quienes perdieron el juego por no saber apostar a tiempo, para que, en lugar de crear vínculos de solidaridad, se abra sensible brecha. Se da entonces el caso de una proliferación de salvadores nacidos en el ostracismo, animados por una fortaleza de estreno y dispuestos a llenar la falta de redentores entre los que nos quedamos en el centro del purgatorio porque no nos quedó más remedio. Imposible un predicamento más enredado.
La confusión acaba con el prestigio de los líderes, o crea entre ellos uno nuevo cada semana, para que el vaivén de las figuras que caen del pináculo mientras otra de ellas sube con propulsión a chorro, imponga y sustituya celebridades y salvaciones cuya fortuna debe ser perecedera. Pero ciertamente no es la realidad la que origina una chamusquina infinita de dirigentes y una elevación sorpresiva, sino los tumbos de ellos mismos, los desaciertos de su carrera, no vaya a ser que se crea en fuerzas fatales que nos someten a todos como juguetes y nos ponen a chapotear en el pantano de la incertidumbre. Todos nos metimos en la oscuridad del charco poco a poco, y no es lícito que atribuyamos la obra a influencias alejadas de nuestra voluntad. Estamos en el hueco por una decisión compartida, que nos ha llevado al extremo de no saber, ni siquiera desde una aproximación, lo que pasará con nosotros mañana.
Quizá en las elecciones municipales que están en puertas sobren evidencias sobre lo que se viene describiendo. Si han nacido de una dislocación de los partidos, o de la contradicción de sus señales; de la opacidad y de la irresolución de los líderes, semejante a la de nosotros los liderados, solo debe esperarse de ellas la obligación de chocar otra vez contra un muro porque no hicimos la escalera que lo pudo superar. Entre todos lo edificamos, en faena colectiva, para ofrecerle, u ofrecernos, el sacrificio de una historia frustrada. Pero quizá todo funcione distinto y las comunidades impongan su interés cívico y la lucidez que hoy aquí se ha negado, para que el escribidor tenga, como desea, tema edificante dentro de poco.