“Pleased to meet you, hope you guess my name. But what’s puzzling you is the nature of my game”. Bien le podría decir el presidente cubano, Raúl Castro, a Mick Jagger, si llegara a saludarlo, y al resto de los Stones, durante la anunciada visita/concierto a Cuba de la mejor banda de rock que el universo ha parido. Con un poco más de entusiasmo, uno se podría imaginar a la gerontocracia partidista del PCC y sus lobeznos, vestidos de verde olivo, o con sus impolutas guayaberas blancas, marcando el ritmo con unos recatados “uh, uh”, mientras se bambolean de lado a lado como un coro de evangélicos suecos. Si por milagro, tiene usted un paquetico de café, o de arroz, apuéstelos a que el día del concierto una cámara traviesa poncha al presidente Maduro en medio de la nomenclatura, tocando un bajo Fender imaginario y celebrando el concierto. Tiene usted todas las de ganar.
Según relata el diario El País, de España, del 1 de marzo, ya en la isla y en la diáspora se desató una tormenta tropical alrededor del evento musical: su significación política y lo que representa como muestra de la profundidad del actual proceso de apertura está en duda. ¿Simple maquillaje, o fractura de la máscara totalitaria? Es una discusión sin fin, de la cual está ausente una mayoría de los “condenados del condado” en la isla, alegres por las cosas que se cuelan por la rendija recién abierta que hace apenas unos años eran la materia de un sueño descalabrado, por hambriento y fumado. Un teléfono celular, o el acceso regulado al Internet, no anuncian la entrada a una democracia plena, pero son pitillos que succionan oxígeno para respirar bajo el agua de la opresión política. Amortiguan el rigor del otro embargo: el de las libertades públicas internas.
El escritor cubano Leonardo Padura -quien vive en la isla- citado en el trabajo de El País al que hicimos referencia advierte: “Si alguien me hubiese dicho cuando era un adolescente que algún día el grupo británico pudiese actuar en mi país le hubiese dicho que era un enfermo mental sin causa posible de reparación”. Pero no fueron sólo los Stones, o los Beatles, quienes tuvieron que esperar décadas para ser escuchados. Los míticos soneros cubanos, los músicos de la noche habanera que tan bien retratara Cabrera Infante cuando “ella cantaba boleros”, también fueron prohibidos -en otro embargo interior, este musical- de ser oídos en su propio país. Los que no tuvieron la suerte, o las ganas de salir, sobrevivieron haciendo labores menores, malgastando su inmenso talento, mientras unos funcionarios con guitarra paseaban por el mundo una fraudulenta Nueva Trova Cubana de la que hoy sólo queda desencanto y resentimiento. Sin embargo, aquellos luminosos ancianos del Buenavista Social Club, nos siguen haciendo tan felices como cuando los escuchamos por primera vez.
Es todavía temprano -o tarde, o lo que usted decida- para tener un juicio responsable sobre lo que se lleva a cabo en Cuba. A todas luces, las cosas están cambiando; no a la velocidad y la profundidad que muchos desean con razón. Más bien, marchan al ritmo que el reconocimiento tardío del despropósito histórico en el que se embarcaron sus hoy octogenarios dirigentes lo permite. ¿Se puede pensar que pronto se desarrollará una sociedad abierta en la isla? Es poco probable. Pero seguramente irá amainando la penuria y el atraso que el experimento comunista ortodoxo repartió a manos llenas entre sus habitantes. Y ya eso es un alivio, sobre todo para ellos.
Una vez más, la música sirve para subrayar la necesidad de diálogo y apertura. Más sabe el diablo por músico que por viejo: Pleased to meet you, hope you guess my name…uh.uh.uh.uh.
@jeanmaninat