Publicado en ALnavio
El reclamo para que Maduro atienda la desastrosa condición de la economía venezolana ha venido de un flanco inesperado: Su Constituyente. Él la ofreció como la plataforma de nuevas soluciones y varios de sus representantes allí le han tomado la palabra. Pero esas soluciones son la peor versión de las mismas políticas que han devastado al país.
Si algún aspecto es revelador de la incapacidad de Nicolás Maduro para rectificar es la economía. Buena parte de la propia dirigencia chavista presente en la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) por designación del Presidente, le empieza a reclamar atención y respuesta ante el avance incontenible de la inflación y el inocultable empobrecimiento de la población.
Inesperadamente en la ANC (totalmente controlada por el chavismo) se han dado conatos de debates entre los partidarios de acercarse al sector privado de la economía y los representantes más radicales que exigen una profundización anticapitalista de la gestión económica. Pero las respuestas de Maduro han sido más de lo mismo.
No puede afirmarse que sea la profundización de un modelo comunista, como muchos han temido en Venezuela. China y Vietnam son dictaduras de partidos comunistas que desde hace 30 años no aplican políticas económicas comunistas. Si ese fuera el propósito, Maduro nacionalizaría la banca y confiscaría todo el efectivo en manos del público como hizo Fidel Castro en Cuba en 1961. Pero siguiendo probablemente el consejo de los propios cubanos no ha hecho eso. Recordemos que fue el fallecido Castro quien en sus últimos años llegó a afirmar sobre el modelo cubano: “Ya no nos sirve ni a nosotros”.
De modo que sin girar hacia una estrategia promercado, pero sin radicalizarse definitivamente en sentido opuesto, las propuestas económicas que Maduro anunció el pasado fin de semana han sido una versión desmejorada de las medidas que ha venido aplicando sin ningún éxito desde que llegó al poder.
Un 40% de aumento salarial, lo que hace de Venezuela el país con mayor cantidad de incrementos de salarios de los últimos años en el mundo entero, mientras que al mismo tiempo es como ningún otro el de mayor caída del ingreso real de la población.
Maduro también llamó “a todos los sectores” (es decir, a los empresarios privados) a respaldar los nuevos mecanismos de precios acordados para contener la inflación.
Mayores incrementos salariales sin mayor productividad y más controles de precios sin más bienes de consumo en la calle, y sin medidas macroeconómicas coherentes. El resultado es previsible, más inflación.
Solo una novedad. El primer mandatario ofreció vender el petróleo, el gas y el oro en rublos, rupias, yuanes, en otras monedas “más allá del dólar”, como una opción para independizar al país de la moneda de EEUU.
Así, luego de cuatro años continuos de contracción del PIB y brutal empobrecimiento generalizado, Nicolás Maduro sigue demostrando una absoluta incapacidad para cambiar.
Una compleja red de intereses mercantiles
Sin embargo, además de la anterior hay otra interpretación posible: simplemente no puede. En la Venezuela chavista se ha construido una compleja red de intereses mercantiles al margen de la ley (es decir, corruptos) que se benefician directamente con un esquema cambiario absurdo que asigna dólares, por parte del Estado, a 10 bolívares de manera discrecional.
Solo los muy conectados con el “sistema” reciben esas divisas que luego pueden vender en el mercado negro en 18.000 o 20.000 bolívares. De modo que el control cambiario, que ya lleva tres lustros, es en sí mismo un incentivo perverso.
Grupos de poder se lucran al mismo tiempo que contribuyen al sostenimiento del régimen, aun a costa del empobrecimiento del resto de la sociedad. Nada nuevo, pues esta fue una de las características de los ensayos socialistas en el mundo y/o de los modelos estatistas. Esquemas de explotación social mucho peores que los que se le criticaron al capitalismo, por una razón: no fueron capaces de crear riqueza.
En eso justamente consiste el modelo económico chavista. En casi dos décadas se ha erigido una élite económica con fuertes vinculaciones con el poder que ha engordado parasitariamente del petro-Estado. Juan Carlos Zapata la bautizó como la “boliburguesía”, una categoría que ha sido aceptada en Venezuela incluso por el propio chavismo.
Importaciones de alimentos con dólares preferenciales, contratos de seguros y reaseguros de la industria petrolera, obras públicas asignadas sin licitación, control exclusivo en la explotación de recursos naturales en algunas regiones del país. Incluso el contrabando de diversos productos hacia fuera (como gasolina) o para ingresar bienes al país, es ejercido o controlado por funcionarios de todos los niveles en la administración. En particular, los altos jefes militares ocupan áreas estratégicas que los hacen claves en todo el entramado. Maduro considera que sin ese apoyo caería y por lo tanto requiere la defensa de esos privilegios.
En esta última interpretación reside el temor por parte de Maduro de alterar esos intereses que le impiden reformar el sistema, mientras que (paradójicamente) varios de sus beneficiados empiezan a pedir reformas a medida que perciben el costo de mantenerlo como una amenaza al estatus ya alcanzado.