Parecía el sargento García en medio de un ataque agudo de diverticulitis. Patético es decir poco. Esperó, como es propio del primitivismo que le pinta de cuerpo entero, que Julio Borges le respondiera con el uso de la fuerza. Esperaba una especie de pelea callejera, de los más bajos fondos. Ese oficial, cuya preparación nos costó muchos buenos dineros a los ciudadanos, se comportó como gorila de prostíbulo. La escena fue de novela del boom latinoamericano, pero sin el duende que caracteriza la obra de nuestros grandes escritores. Es decir, el coronel Vladimir Lugo (GNB) se convirtió en el perfecto ejemplo del no deber ser. Julio Borges, quien detesta la violencia con la que cualquiera pretenda imponerse y, más aún, no le impresiona ni le arredra, le respondió con la más letal arma: la razón que sustenta su autoridad como diputado y como Presidente de la Asamblea Nacional.
Mientras ocurría el capítulo del culebrón, varias personas escribieron que se sentían desilusionadas por la reacción de Julio; que ha debido propinarle al menos una bofetada. Como persona que lo conoce muy bien y que pasó muchos años trabajando a su lado, si Borges hubiera recurrido al ejercicio de la violencia me hubiera causado una triste sorpresa. Julio está muy encima del primitivismo. Tiene mucho carácter y, si me apuran, no es hombre liviano en sus emociones. Tiene un verbo punzopenetrante. Pero a mí me complace y me tranquiliza que una vez más Julio se haya mostrado como lo que es: un caballero, un señor, un republicano de verdad, no un macho machote como tantos que mucho daño nos han hecho como nación y como sociedad y que suponen que el ejercicio de la política y el poder es asunto de gorilas que se dan de puños contra el pecho.
Coronel Lugo, usted da lástima. Y aprovecho para decirle que debe tenerle mucho miedo a las diputadas. Créame que esos cerebros son poderosos y peligrosos.
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