El mismo día en que nació John Lennon en Liverpool, nació en un pueblito llamado Quivicán, en Cuba, un señor de nombre Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro. Claro, el nacimiento de este caballero ocurrió en realidad 22 años antes. Alto, muy alto creció muy pronto Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro. Y algunos le empezaron a llamar caballón, de lo grande que era. Sin embargo, para la historia tan largo nombre, para hombre tan largo y corpulento, quedó reducido a dos silabas: “Bebo”, Bebo Valdés.
El pasado viernes 22, 94 años después de aquel día en Quivicán, fallece muy muy lejos de la isla de Cuba, en una latitud gélida, Estocolmo, el mismo Bebo Valdés.
¿Por qué fue a parar tan lejos? Pues, finalizando los años ’50, Bebo se enamora de una sueca que pasó por Cuba, fue tanto el amor, fue tanto lo que él vio en aquellos ojos verdes, que decidió irse de Cuba para no volver jamás. Después vendrían, por supuesto, las dificultades, la revolución, la separación de los hijos y todo ello. Pero él jamás abandonó a Rosmarí. Rosmarí le dejó en verano del año pasado, y suelen decir que estas parejas, muy unidas, parejas longevas, cuando uno de ellos se va, el otro, el otro no tarda mucho en irse también. Quizá por eso se fue Bebo. Pero Bebo, increíblemente estuvo grabando y trabajando hasta prácticamente el último día.
Al fondo suena “La Comparsa” un clásico tema del repertorio cubano. Y esta es una versión singular y magnifica porque es una versión hecha a cuatro manos, dos pianos, por Bebo y su hijo Jesús, Chucho Valdés. Quien con los años pasaría a ser para muchos pues el más grande pianista de Cuba, después de Bebo, claro está.