Zapata póstumo

Pedro-Leon-Zapata-1024x541Ópera y boleros es la exposición póstuma de nuestro querido maestro Pedro León Zapata. Esa exposición se inauguró en la Galería Utopía 19 en El Hatillo el pasado 20 de marzo. Y con esa inauguración se va a dar todo un largo período prácticamente de 2 meses para celebrar con cualquier cantidad de festejos a Pedro León Zapata, allí en el Municipio El Hatillo. Comenzó el 20 de marzo, y va a concluir esto el 30 de mayo con una intervención de Miguel Delgado Estévez y quien les habla. Vamos a presentar allí un pequeño extracto de nuestra obra En La vida hay Amores. A propósito de la exposición, tuve el honor de ser convidado por Pedro León Zapata y Mara Comerlati, porque la exposición fue planificada antes de la sorpresiva muerte del maestro, fui solicitado para escribir uno de los textos del catalogo. Así que este comentario lo vamos a acompañar con ese texto.

No hace mucho recibí en el programa de radio a Mara Comerlati, la viuda de Pedro León, y Ángel Zambrano Director de Cultura del Municipio El Hatillo, a propósito de todos estos homenajes hatillanos para Zapata, tuvimos esta conversación.

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(Texto para el catálogo de la exposición La ópera y el bolero de Pedro León Zapata)

Zapata y el bolero

Un hombre elegantemente vestido de flux y corbata. Diría que seguro se adorna con un bigote muy fino y coqueto. Pero no lo puedo decir porque no tiene cabeza. Permanece erguido y altivo, pero descabezado. ¿ En qué mundo cabe que se pueda perder la cabeza y seguir así, aparentemente firme y digno? Que la humanidad sepa eso sólo es posible en ese territorio exagerado que es el bolero, donde la cabeza se pierde (y se recupera) con pasmosa frecuencia. Y se pierde, invariablemente, por culpa de ella. Véanla allí, en primer plano, cruel e indiferente, fría, mirando para otro lado como si con ella no fuera la cosa, como si en efecto fuera inocente. Por eso Agustín Lara les decía todas esas palabrotas tan adornadas que le brotaban de su rabia y su despecho. Por eso Daniel Santos se emborrachaba hasta bien entrado el sol buscando con su canto a la Linda que no apareció jamás. Todos descabezados, todos roncos y empapados de bolero.

Apenas unos trazos, un par de figuras, y allí está resumido todo un universo de miles de letras y melodías, innumerables discos y películas, serenatas infinitas, añoranzas, suspiros, servilletas inútiles, cantores de fama y riqueza, y anónimos desafinados de botiquín. Apenas un cuadro y allí está, pleno, el espíritu de esa inmensa institución sentimental de los latinoamericanos. Tal capacidad de síntesis y elocuencia es una de las características fundamentales del genio creador de Pedro León Zapata.

Ya sabemos de su extraordinaria habilidad para contarnos el desconcierto cotidiano de este país encandilado. Sus Zapatazos recién han cumplido cincuenta años. Medio siglo en el que varias generaciones han aprendido a ver el país desde su mirada perspicaz, pícara, afilada y siempre sabia. Pero ahora vamos a una obra de mayor ambición y envergadura.

Los cuadros que componen esta colección fueron todos trabajados en el 2007. Pedro León decidió concentrarse en un tema que le apasiona desde sus años de aprendizaje en México. (Los personajes de esta colección parecen extraídos del cine mejicano de los 40 y 50; las mujeres, por ejemplo, me evocan a la misteriosa Marga López, con su mirada lánguida y sus aretes –los mismos que le faltaron a la luna).Tema sobre el que después volvió en varios momentos de su vida. Me viene a la memoria, por ejemplo, aquella extraordinaria Cátedra del Humor dedicada al bolero, en el Aula Magna de la UCV,donde, con insuperable libreto de Salvador Garmendia, Morella Muñoz, Miguel Delgado Estévez, Pedro León y otros más, nos reventaron de asombro y felicidad a comienzos de los 80. Años más tarde, la experiencia se repitió parcialmente en otros escenarios del país.

¿Pero por qué a Zapata le interesa el bolero? Por lo que sus cuadros nos dicen, quizá por esa suerte de desafío extremo, falsamente final, que supone el bolero. Porque éste planta un drama de dimensiones colosales y operáticas (la otra parte de esta exposición, detalle nada gratuito, obviamente) en esa pequeña parcela de nuestra anónima cotidianidad. Es el drama hondo, desgarrado, aparentemente irreversible e insuperable, del oficinista y la bioanalista, del estudiante y del abogado modesto y ojeroso en tribunales, del policía y la arepera, del doctor en su pedestal y su resignado paciente también; de todos, pues, que caemos en la trampa de pensar que, en la pena de amor, el mundo se nos puede acabar mañana. Ese hombre, pues, pintado allí, que por corazón sólo tiene una mancha negra y le abre los brazos a una mujer -la misma, otra vez-, siempre indiferente. Semejante exageración, obviamente, abre las puertas al humor. Y allí el genio de Zapata hace de las suyas. Una sonrisa siempre es preferible ante el desgarro del desaliento. Una herramienta fácil y rápida para evitar que la pena nos aplaste.

El bolero es un universo extraño y maravilloso, tan nuestro como nuestras contradicciones y desconciertos. Zapata nos lo presenta con una mirada tranquila, apacible y sarcástica. Buena. Cómplice, por encima de todo. A lo mejor no le gusta que lo diga, pero es una rendición enamorada y risueña, como la de todos nosotros.

César Miguel Rondón

Enero 2015

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