Venezolanismos en la académia

 Señoras y señores, conciudadanos como decía Betancourt, compatriotas todos. Pues resulta que la Real Academia de la Lengua nos toma en serio y ha aceptado varios venezolanismos.

  Sócate: portalámparas. ¿Usted pensaba que sócate era una palabra generalizada en nuestro idioma? Pues no, es una palabra venezolanísima y ha sido aceptada por la Academia.

  Pasapalo. Para la Academia pasapalo es un venezolanismo que dice: Bocado ligero que se sirve como acompañamiento de una comida.

  Pana. Pana en Puerto Rico y Venezuela es: amigo, camarada, compinche

  Borona. Venezuela es: migaja, maíz.

  Mecate. Mecate ha sido aceptado en América Central, México y en Venezuela como: cordel o cuerda hecha de cuerda hecha de cabuya, cáñamo, pita, crin de caballo o similar.

  Chamo. Venezolanismo. Niño o adolescente

  Emparamar En Colombia, Ecuador y Venezuela. Aterir, helar. Venezuela: Dicho de la lluvia, de la humedad o del relente: mojar.

  Rasca. Venezuela. Borrachera, efecto de emborracharse. Eso sí, no incluyeron ratón. Un venezolanismo que alude a la consecuencia de la rasca, pero con la rasca vamos bien.

  Una palabra venezolanísima: Faramallero, ra. Hablador, trapacero. En Venezuela. Presuntuoso (lleno de prensunción)

  Inclusive la palabra leche en su acepción venezolana. Todo sabemos que leche es, por ejemplo, del latin lac, lactis. En Venezuela es: Suerte favorable.

  Claro, se les pasó acotar que también existe la “mala leche”


Recibimos por parte del señor Francisco Javier Pérez una nota donde nos aclara lo siguiente:

Los 2.338 venezolanismos en el DRAE 23

FRANCISCO JAVIER PÉREZ – 1 DE JUNIO 2015 – 12:01 AM

El día 8 de mayo del presente, apareció publicada en el diario caraqueño Últimas Noticias una excelente entrevista que me hiciera la periodista Jenny Ramírez M. Su título: “Diez palabras venezolanas que están en el DRAE”, ha causado, de manera involuntaria, algunas contradicciones y muchas dudas sobre lo que realmente quería darse a entender sobre la presencia del léxico venezolano en la obra aludida. El primer párrafo de la nota venía a complicar más la comprensión de lo que quiso hacer la periodista, al señalar que: “El presidente de la Academia Venezolana de la Lengua, Francisco Javier Pérez, informó que diez venezolanismos fueron incluidos en la edición 2014 del diccionario de la Real Academia Española”. Escrito de esta manera, se estaría diciendo que el nuevo Diccionario de la lengua española, obra de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, publicada el año pasado en su vigésima tercera edición, popularizado como DRAE, habría incorporado, apenas, diez voces venezolanas para esa edición; siendo las felices elegidas: borona, chamo, emparamar, faramallero, leche (suerte), mecate, pana, pasapalo, rasca y sócate. La intención al dar esa lista de voces a la periodista, cosa que efectivamente hice, no era otra sino que pudiera contar, en vista de que la edición 23 de este diccionario no se ha comercializado aún en Venezuela, con algunos venezolanismos existentes en esa obra y que le sirvieran para usarlos como ilustrativos ejemplos para su nota. La escueta selección, aquí, vino a sustituir abruptamente al todo, al punto de borrarlo completamente.

Nunca un disparate así ha debido quedar escrito. Nunca yo informé que esas voces eran ni las únicas que habían sido incluidas en el último DRAE (ni que todas ellas lo habían sido, tampoco), sino que esas voces estaban incluidas en el repertorio del célebre diccionario, algunas, desde hacía ya mucho tiempo. Certificar eso por mi parte habría sido a todas luces imposible, pues he dedicado toda mi carrera y todos mis esfuerzos de estudio para lograr lo contrario: enriquecer el diccionario de la lengua con el español venezolano y proponer mejores formas descriptivas para nuestras voces. En honor a la verdad, y con plena exactitud numérica, hay que señalar que el DRAE 23 consigna un total de 2.338 voces o acepciones venezolanas y que esta cifra, aumentada edición tras edición, habla del empeño de los académicos e investigadores a ambos lados del Atlántico por hacer cada vez más completa la representatividad de la lengua de nuestro país en el diccionario más importante de la lengua española.

Hecha la aclaratoria, me parece conveniente aprovechar el equívoco para ofrecer algunas reflexiones que se desprenden de la situación de confusión misma que se generó y de la naturaleza de los diccionarios. Fundamentalmente, serían dos las que quiero desarrollar: lo cuantitativo en el diccionario como argumento de representatividad y el carácter de inconclusión permanente de los diccionarios.

Sobre lo primero, habría que decir que el número de voces venezolanas en una obra como el DRAE no es nunca garantía de verdadera representatividad del léxico del país. Está claro que la cantidad cuenta, en especial cuando se trata de cifras bajas, pero cuando hablamos de más de un par de miles de voces ya debe entenderse que ellas están ofreciendo un cuadro medianamente competente para definir, al menos en sus rasgos permanentes, el léxico venezolano en los diccionarios generales (otra cosa sería si estuviéramos considerando lo cuantitativo en diccionarios regionales, pues estos deben ofrecer el mayor número de voces de una comunidad hispanohablante con la finalidad de afinar y refinar al máximo los elementos distintivos y los aportes descriptivos que ellos comporten). Sería un error de técnica pretender que en un diccionario general de la lengua, sumatoria de las muchas parcialidades que vienen a integrar ese conjunto, se dieran los detalles más locales sobre el léxico o se incluyeran voces que ni siquiera en sus países de origen tienen una significación tan general como se piensa. El exotismo léxico siempre ha pesado mucho en lexicografía regional del español. Los diccionarios generales se entienden como frescos amplios de una lengua y por ello deben reflejar lo que tiene significación para el gran conjunto y no para una de las particularidades de ese conjunto.

Sobre lo segundo, debe insistirse en la comprensión de la naturaleza inconclusa de los diccionarios. Siempre parciales y nunca totales (ideal que no alcanzan ni los diccionarios históricos ni los tesauros de una lengua), los diccionarios, tanto los generales como los regionales, adolecerán por definición de una imposibilidad de exhaustividad. La lengua misma, por su riqueza inagotable y por su infinitud, ha pautado así los límites permitidos para que pueda ser compendiada y definida en su carácter total. Contrasentido donde se lo quiera, la infinitud de la lengua se enfrenta a la finitud de los recursos posibles para que ella se nos presente plena en grado sumo. Experiencia de siglos practicada por la lingüística ha llevado a una definición de la lengua como sistema finito de recursos con infinitas posibilidades comunicativas. Así, pues, la tarea del diccionario deviene en utópica gestión. La discusión, en otro sentido, se enturbia cuando de crítica lexicográfica se trata, pues no puede invocarse el principio anterior como justificación de carencias y errores de todo tipo (recurso justificador muy manido por los malos lexicógrafos que, en cuenta de sus pobres realizaciones, muy pronto vienen a recordar la imperfección inherente a la naturaleza de este género de trabajos).

Los 2.338 venezolanismos en la última edición del diccionario académico no están queriendo decir que la lengua de Venezuela se reduce, por más amplia e importante que esa selección sea, a ese sólo y único conjunto de voces y expresiones. Indica la cifra que ese número de voces, por los momentos, han pasado al diccionario como manifestación clara de un léxico distintivo de lo venezolano frente a las formas del español general (que no es el español de España solamente, sino el de todas y cada una de las comunidades nacionales en donde la lengua española tiene arraigo y vida en el tiempo presente).

Los 2.338 venezolanismos en la última edición del diccionario académico están, por otra parte, diciéndonos a los académicos e investigadores venezolanos de estas áreas (y de esta honrosa y sucinta lista excluyo a los advenedizos, aventureros y chapuceros que no dejan de aparecer de tanto en tanto como grandes sabedores de lo que es la investigación léxica de nuestro español; disciplina seria y de altas exigencias, seriedad y exigencia que muchas veces parecen no ser necesarias frente a la aparente facilidad con que el propio diccionario deja grabada en su fachada decodificadora pulcra y sencilla), que debemos hacer cada vez mayores y mejores esfuerzos para lograr mejores y mayores aportes al DRAE; al día de hoy, la mejor y más completa imagen lexicográfica de nuestra lengua.

 

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