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NUEVA YORK: Hay lugares en los cuales el dolor es una presencia palpable y la muerte una caricia amenazante. El Memorial Sloan Kettering Cancer Center es sin duda uno de esos lugares. Desde el momento en que ingresamos sentimos el abrazo de la tristeza, una tristeza profunda que nos acompaña por los pasillos que recorremos hasta llegar a la oficina del doctor Sergio Giralt, director de la sección de Oncología Hematológica. Allí en un espacio reducido, con paredes tapizadas de notas e informes entremezclados con fotos, tres asistentes hablan con pacientes de todas partes y organizan una lista de citas dolorosamente larga.
Mientras nos debatimos en un estado de ánimo que va del miedo a la tristeza, llega el doctor Giralt con una sonrisa espontánea y sincera, de esas que surgen de adentro. Y es tal la admiración y sorpresa que nos infunde esa sonrisa y la paz que de ella se desprende, que la pregunta sale de nuestros labios casi sin pensar:
– ¿Cómo se puede sonreír en un lugar donde hay tanto sufrimiento?
Lejos de responder de inmediato Sergio Giralt queda sumergido en sus pensamientos mientras murmura casi para sí: “Interesante pregunta”. Imaginamos que a lo largo de los años se le ha hecho tan natural su trabajo que ya no se pone preguntas de ese tipo y en esos momentos de reflexión busca más una respuesta para sí mismo que para la entrevista.
– La medicina es un llamado, – empieza a explicar – por varias razones uno decide que quiere dedicar su vida a aliviar el sufrimiento de los demás. Las enfermedades de cáncer en la sangre son devastadoras. Muchas personas cuentan su experiencia como si estuvieran hablando de una película de terror. Una gripe, un examen de sangre y un diagnóstico que congela tu vida. Todo se paraliza, se desbarata el futuro, lo único que puedes hacer desde ese momento es luchar por tu vida. Tener la posibilidad de asistir a los pacientes en ese camino, de ayudarlos a salir de ese capítulo amargo y volver al libro de vida que querían escribir y del cual los sacó abruptamente la enfermedad, es algo que espiritualmente llena de mucha satisfacción. La vida de esas personas está en peligro y alrededor de ellos se crea un equipo de seres humanos con una única meta común, salvarlos. Como las tropas que van a la guerra nosotros enfrentamos una guerra contra la enfermedad. Desafortunadamente no ganamos todas las batallas pero tenemos suficientes victorias que hacen que uno venga al trabajo con una sonrisa todos los días.
Sergio Giralt ha dedicado toda su vida profesional a la medicina. El amor hacia la investigación es lo que lo ha llevado a Estados Unidos. Llegó en 1985 tras graduarse en la Universidad Central de Venezuela.
– En mis primeros años de estudio entendí que me gustaba mucho la medicina interna pero que quería ahondar más en algunos aspectos. En ese momento la medicina en Venezuela era excelente y estudié con estupendos profesores pero quería ampliar ulteriormente mis conocimientos y decidí cursar el postgrado aquí. Empecé en Cincinnati, en medicina interna y fue allí que descubrí la pasión por la investigación en un área que pocos querían seguir: la oncología hematológica. Mis colegas pensaban que era muy frustrante porque la mayoría de los pacientes moría pero yo entendí que estábamos frente al amanecer de una nueva época. Se estaba descubriendo la causa genética de la mayoría de los cánceres que son trastornos de los cromosomas. A raíz de esos trastornos se crean proteínas anormales y las células dejan de responder a las señales del cuerpo. En esos años estaban descubriendo nuevos agentes quemioterápicos para leucemia y empezaba a desarrollarse el campo de los trasplantes de médula ósea.
Sergio Giralt comienza a trabajar en el hospital oncológico más grande del mundo, el Texas M.D. Anderson Cancer Center en el cual va escalando posiciones hasta ocupar el cargo de vice director.
– La investigación científica es fascinante – nos explica y mientras nos habla comprobamos que los años no han disminuido en absoluto la pasión que lo llevó, joven estudiante, a investigar un área tan complicada como la del cáncer de la sangre –. Descubrir cómo las células se vuelven malignas, cómo podemos destruirlas, cómo se puede reconstruir un sistema inmunológico capaz de reconocer las enfermedades, es algo que entusiasma.
– El cáncer representa una amenaza particularmente aterradora porque es prácticamente imposible saber exactamente cuáles son las causas que lo ocasionan. A veces ataca a personas que nunca han fumado, que tienen una actividad física regular y en general hacen una vida sana. ¿Por qué? ¿Qué es el cáncer en realidad y qué podemos hacer para limitar las posibilidades de enfermarnos?
– Antes que nada hay que entender que hay centenares de tipos de cáncer y por lo tanto no podemos considerarlo una única enfermedad sino un espectro de enfermedades. Se caracteriza por el crecimiento incontrolado de células cuyo basamento es un daño en el material genético. Las células al dividirse son como una fotocopiadora, después de una gran cantidad de copias algunas dejan de parecerse al original. Las células cancerosas, por razones que no entendemos, empiezan a multiplicarse y gracias a una mutación logran no solamente sobrevivir sino también engañar el sistema inmunológico y desarrollar sistemas que las protegen de los mecanismos de defensa normales del organismo. Poco a poco van creciendo hasta causar los síntomas que llevan al diagnóstico. En algunos casos como, por ejemplo, en el cáncer que se llama leucemia mieloidecrónica, se determinó que la normalidad cromosómica produce una proteína que causa la conducta maligna de la célula. Pudimos crear una medicina que inhibe esa proteína y con una sola pastilla curamos a los pacientes. Lamentablemente la situación es distinta con otros tipos de cáncer que tienen múltiples anormalidades cromosómicas y daños genéticos. La célula madre genera otras que hay que destruir y esa es la razón por la cual a veces el cáncer se hace resistente al tratamiento. Logramos eliminar una porción pero no la otra y tampoco logramos destruir la madre. Si nos preguntamos las causas del cáncer lo único que sabemos es que es un daño genético causado por agentes químicos, físicos, por virus. A veces son mutaciones espontáneas y a veces ocurren por predisposición familiar. Es verdad que hay fumadores que no se enferman pero lo cierto es que está comprobado que el fumo aumenta significativamente el riesgo de causar una mutación que genera un cáncer de cabeza, cuello o pulmón. No fumar, no tomar en exceso, hacer ejercicio y comer sano son algunas de las reglas que por sentido común deberíamos seguir. Lo mismo vale para los controles ginecológicos regulares de las mujeres y prostáticos de los hombres, la colonoscopía anual después de los 50 años y un examen de piel sobre todo en las personas de piel clara que viven en lugares con mucho sol. Son esos algunos de los pasos que ayudan a detectar en forma temprana los cánceres y por lo tanto a disminuir las posibilidades de metástasis y facilitar su curación. Y es muy importante aprender a escuchar nuestro propio cuerpo.
– ¿Y los factores psicológicos hasta qué punto pueden ocasionar el desarrollo de un cáncer?
– La respuesta honesta es que no se sabe. Hay evidencias que demuestran que los pacientes que se deprimen tienen mayores chances de desarrollar una enfermedad maligna pero no se sabe todavía si fue la depresión la causa de la enfermedad o si es la enfermedad la causa de la depresión. Lo que sí se ha comprobado es que la depresión inhibe el sistema inmune y eso significa que, así como hay una mayor predisposición a las infecciones también podría haber una mayor predisposición a la inhabilidad de un organismo para reconocer una célula que se transformó en maligna. Hasta ahora sabemos que hay una asociación estadística y epidemiológica pero no podemos determinar que exista una causa y efecto.
– ¿Y cuánto influyen los aspectos emocionales en el proceso post-operatorio?
– Son esenciales. No solamente es importante que el paciente haga todo lo posible para mejorar y superar satisfactoriamente ese período sino también que tenga a su alrededor personas que lo cuiden, que le den ánimo para seguir adelante, para luchar.
– ¿Cuáles son las investigaciones que está desarrollando en este momento?
– Yo hago trasplantes de médula ósea. Se trata de un tratamiento que prevé que el paciente con cáncer en la sangre reciba dosis intermedias o altas de quimioterapia para eliminar el cáncer. Luego, a través del trasplante, se reemplaza la médula y se recupera el sistema sanguíneo de manera que sea capaz de reconocer la enfermedad como extraña y prevenirla. La investigación se está centrando en disminuir las posibilidades de recaídas porque en muchos casos la enfermedad tiende a regresar. Estamos utilizando una línea de mantenimiento post trasplantes y algunos medicamentos han dado resultados muy positivos en las enfermedades de mieloma múltiple. Sabemos que el mantenimiento reduce los riesgos de recaídas. Otra línea de trabajo es tratar de hacer el proceso mucho más fácil. Cuando yo empecé había pacientes que tenían que estar en aislamiento durante 30 días, ahora en algunos casos podemos hacerlo por consulta externa y vamos a lanzar un programa de trasplante ambulatorio. Sabemos que los pacientes después de las altas dosis de quimio quedan con muchos efectos secundarios así que estamos trabajando en una línea de investigación para reducir los síntomas y el costo emocional y físico del procedimiento.
– ¿Convivir diariamente con la muerte hasta qué punto puede cambiar a una persona? ¿Qué cambios ha ocasionado en usted?
– No sé. Los últimos 25 años de mi vida los he pasado considerando la muerte una compañera de trabajo al igual que la vida. Nos acompaña en cada momento y, cuando entendemos que es imposible extender la vida a algún paciente hacemos lo posible para que muera de la mejor manera, que tenga una muerte digna y que sus últimos días sean los mejores posibles, llenos de cosas espirituales y emocionales que puedan ayudarlo en esa transición que es siempre muy difícil. A nosotros siempre nos duele y siempre nos tiene que doler. Digo constantemente a mis alumnos que el día en que una muerte no les duela deben abandonar esta profesión. Todos los pacientes dejan huellas, algunos más grandes que otros pero en ningún caso existe indiferencia. Además cada paciente nos enseña algo nuevo y esa experiencia nos ayuda a enfrentar el tratamiento y el trato de otros pacientes. En la vida privada puedo decir que aprendí a valorar la vida. Entendí que hay que identificar prioridades, hay que tener un norte y seguirlo, hay que saber disfrutar plenamente de todo, del clima maravilloso de un día como hoy, de esta ciudad vibrante, del placer que me da ver la curiosidad y la pasión de los estudiantes. Uno tiene que darle importancia a lo que es importante y no torturarse por cosas que no podemos cambiar, ni por pequeñeces. Hay otros problemas que son mucho más grandes. Yo amo mi trabajo, mis investigaciones, mi vida, lo que hago me llena enormemente.
– ¿En algún momento, al restituir la vida a alguna persona destinada a morir, no ha tenido la tentación de sentirse poderoso como un Dios?
También frente a esta pregunta Sergio Giralt queda pensativo, mira dentro de sí. Y cuando contesta lo hace con mucha seriedad, midiendo las palabras y de nuevo casi contestando a sí mismo más que a la pregunta de una entrevista.
– Creo que mi carrera me ha enseñado a ser humilde. Uno no es Dios sino que depende de Dios. Yo he visto milagros, no porque los haya hecho sino porque ocurrieron. Quisiera ver muchísimos más pero hay cuestiones que uno no entiende. Además de la humildad este trabajo me ha enseñado a seguir adelante, a aplicarme más. Las investigaciones nos han ayudado a resolver problemas y eso renueva las esperanzas. Quizás haya quien sienta la arrogancia del éxito o la desesperanza del fracaso pero la mayoría de los que hemos estado aquí durante 15 – 20 años sentimos humildad y esperanza. No, nadie es Dios, y muchas cosas están todavía fuera de nuestro control pero saber que hemos avanzado mucho con respecto al pasado nos da la fuerza para seguir luchando.