Palabras para Sofía

Palabras para Sofía

Afirma el refrán que a la tercera va la vencida. Pues en el caso deCaptura de pantalla 2016-06-22 21.20.34 Sofía se cumplió a plenitud. Después de dos intentos biográficos fallidos, por fin la polémica rusita, la intransigente reportera, la respetada dama de las artes, la mujer irreverente, criticada sin clemencia por sus osadías amorosas y sus opiniones políticas disparadas a mansalva, encuentra el relato fiel de su existencia en las páginas de un libro. El mérito corresponde al joven biógrafo Diego Arroyo Gil, quien, en una arriesgada narración en primera persona, le da rienda larga a la confesión de una vida inagotable. Uno la lee y le escucha el susurro de su voz. La imagina con su menudo cuerpo, ahora frágil, en una butaca casera, mientras con la mirada perdida trata de precisar los recuerdos ante el joven que la observa y la anota. ¿Una viejita cuenta su vida? ¡Qué va! Que la imagen no nos engañe: la que narra –basta oírla o leerla- es una mujer en su plenitud, con la cabeza todavía joven, amueblada de manera impecable, exacta y perfectamente lubricada. ¡Qué alarde! Como para leerla de pie. Es, sin duda, una mujer que habla con un desparpajo envidiable, como si no le debiera nada a nadie, o, sencillamente, como si no le interesara pagarle a nadie; como si no hubiera pasado nada o, mejor aún, como si, con dignidad y delicia únicas, nos restregara lo evidente: que si pasó todo lo que pasó.

Llama la atención que se hayan dado tres intentos editoriales para contar esta vida. Semejante interés sólo suelen despertarlo las personas que ya tienen varias décadas o siglos de muerte a cuestas. Seres a los que la historia ya les consagró su espacio. Pero que esta curiosidad la despierte una persona que todavía está entre nosotros es, por decir lo menos, extraño. Más aún si ella no se dedicó a la política o al poder, o a la farándula o a los deportes, no amasó bienes de fortuna y tampoco nació en una de esas familias con historia, riqueza o abolengo. Raro en verdad.

¿Pero por qué interesa tanto Sofía Ímber? ¿Por qué tres libros sobre su vida? ¿Por qué estamos todos esta noche aquí? ¿Por qué nos importa? ¿Por qué la celebramos? Se pueden aventurar muchas respuestas, algunas de ellas, inclusive, contradictorias o absurdas y exageradas. Quién sabe. De hecho, creo que cada uno de nosotros puede aportar la suya. Y eso, sin duda, ya evidencia la importancia de nuestra protagonista: si tanta roncha levantas tanto interés despiertas. Algo tienes para que no nos seas indiferente. Y en Sofía no es algo, lo es todo.

Arrimo, pues, mi propia respuesta.

Nos importa Sofía Ímber porque ella es una de las marcas de nuestro tiempo. Mucho en ella representa lo que hemos vivido y hemos sido como país. Desde la generosidad para recibir inmigrantes hasta del último confín de La Tierra, hasta la urgencia por entrar en una modernidad que aún hoy nos resulta esquiva. Es apasionante -¡quién puede negarlo!- ese trayecto vital que va de Soroca -Besarabia- al Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, pasando por Últimas Noticias y Buenos Días, por La Victoria y París, por Picasso y Carlos Andrés Pérez. Veo en Sofía, por ejemplo, la concreción de las más altas virtudes de este oficio nuestro de ser periodistas. Ella es la intransigencia ante las torpezas del engaño y la adulancia; la obstinación incansable en la procura de la verdad; la indomable con un micrófono por delante y esa mirada imposible de yo no fui. Si se hace una galería, por más mínima que sea, de los rostros que han hecho el rostro de la Venezuela de nuestro tiempo, allí veremos los ojos afilados y la sonrisa indescifrable de Sofía Ímber.

En este libro de páginas pegajosas e inevitables, ella habla de todo. De su oficio, de sus trabajos. De la gente que ha conocido. De los que le han importado y caído bien y de los que no. De su familia, sus padres, su hermana y sus hijos. Y también, por supuesto, de sus dos maridos. A ambos los define con el mismo calificativo repetido, casi como un salmo: “Guillermo era perfecto. Perfecto. (…) Carlos era perfecto. Perfecto.” Cuando le pregunté el porqué de la insistencia, me respondió que repetir un calificativo es muy difícil, y que sólo se repite a menos que la persona sea, en efecto, perfecta. Y no dudo que ellos lo hayan sido, pero la perfección (o su ansia) estaba (y está) en ella. Reconoce, además, que sí ha tenido affaires, pero que no son tantos como la gente piensa. Y uno, en silencio, le aplaude la maliciosa picardía, porque sólo los que bien han vivido saben que, en esos menesteres de las ganas y los afectos, sólo la calidad, que no la cantidad, es de valía. Y miro su foto en la solapa del libro. Allí está: lozana, recostada de una pared, como a la espera, la cabellera abundante, las mejillas sonrojadas al extremo y la mirada perdida, serena. Tendría unos veintitrés años y la vida, como ahora (supongo) la llevaba en el bolsillo. Comprendo, así, a los hombres de aquél tiempo. Sofía era muchas cosas, cierto, pero, sobre todo, era peligrosísima.

Se han escrito, pues, tres biografías de esta mujer inigualable. La que hoy nos ocupa, insisto una vez más, es la que ha de quedar. Sofía aquí es Sofía. Espléndida, inteligente, ácida, pícara, juguetona, traviesa y malvada, con una sinceridad que desgarra, extraordinaria como siempre y conmovedoramente venezolana. Es ella sin doblez y, humilde y altiva a la vez, reportera siempre, rendida ante la razón del oficio que ha sido su vida: la verdad. Al terminar de leerla me provocó aplaudirla o abrazarla, o ambas cosas a la vez. Y si bien el trabajo de Diego Arroyo Gil es impecable, también quiero advertirle a los jóvenes de las generaciones que siguen que en esta señora habitan muchas más historias, que ella da para varias novelas y no pocas obras de teatro, y que hasta una ópera, con obertura rusa y demás, será bienvenida. Y lo más insólito es que no exagero. En honor al rigor de Sofía, todo es verdad.

Una vez le oí decir, en homenaje a su admirado Pedro León, que ella era una venezolana de los tiempos de Zapata. Hoy quiero parafrasearla y decir que soy un venezolano de los tiempos de Zapata y de Sofía Ímber. Quiero decir que la conocí y que recibí la singularidad de su amistad y de su mirada. Como periodista, pero sobre todo como venezolano, le agradezco inmensamente el privilegio.

César Miguel Rondón.

Caracas, 22 de junio de 2016

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