Por: Xoán M. Carreira
Murcia, 15/06/2015. Auditorio Víctor Villegas. Luis Julio Toro, flauta. Orquesta Filarmónica de Málaga. Manuel Hernández Silva, director. Ludwig van Beethoven, Obertura Leonora III. Wolgang Amade Mozart, Concierto para flauta y orquesta en Sol mayor, KV 313. Dimitri Shostakovich, Sinfonía n 12 en Re menor, Op. 112, “El año 1917”. Ciclo Grandes Conciertos, Abono 6.
Era la primera vez que visitaba el Auditorio Víctor Villegas, una de las obras maestras del añorado arquitecto José Mª García de Paredes (1924-1990), inaugurado cinco años después de muerte de su autor, y finalizado por su sucesor Ignacio García Pedrosa. Veinte años después de su inauguración mantiene inmaculada su magnífica acústica que fascinó al flautista Luis Julio Toro, quien se dirigió al público para anunciar que no podía resistir la tentación de ofrecer un bis adecuado a la perfección del auditorio, una Fantasía propia sobre una tonada venezolana de ordeño que sometió a la sala al más severo test acústico, pianísimos, armónicos, polifonías, aires sin sonido y todo tipo de efectos utilizados con la singular inteligencia y sensibilidad musicales de este excepcional flautista.
Previamente, Toro había ofrecido una interpretación no menos excepcional del único concierto original para flauta de Mozart, para no pocos su mejor obra concertante antes de su período vienés. Toro es un intérprete del siglo XXI que aborda el Concierto para flauta en sol mayor desde una perspectiva actual. Una obra canónica asentada por derecho propio en el museo de la historia de la música como una combinación de texto escrito -es decir, partitura- y memoria -es decir, tradición interpretativa-. Entendiendo así el Concierto en sol mayor, Toro ofrece una interpretación-recreación vívida, luminosa, enormemente sugerente y polifacética en la cual conviven alegremente conceptos procedentes de la interpretación históricamente informada, técnicas instrumentales vanguardistas y fraseos que beben en el jazz y la música popular. Ignoro lo que le podría parecer a Mozart -no he tenido oportunidad de preguntárselo- pero intuyo que como mínimo se divertiría muchísimo y estaría encantado con la entusiasta recepción dispensada por el público y las cariñosas muestras de respeto de los profesores de la Orquesta de Málaga, quienes habían realizado un precioso y efectivo acompañamiento bajo la dirección de un director tan buen conocedor de los códigos y tradiciones musicales vieneses como Manuel Hernández Silva.
El concierto se había abierto con una interpretación de la Obertura Leonora III magistralmente canónica en el texto y la memoria, una lección de gusto y sensibilidad vieneses con abundantes guiños contemporáneos a la era pre-Karajan.
El motivo que me llevó hasta Murcia fue la oportunidad de escuchar a Hernández Silva y a su nueva orquesta interpretando una obra tan compleja como la Sinfonía 1917 de Shostakovich en las óptimas condiciones acústicas del Auditorio Víctor Villegas y creo que valió la pena este tan largo viaje que me permitió comprobar la buena salud física y psíquica de la Filarmónica de Málaga, una orquesta cuyo fallecimiento y entierro han pronosticado frecuentemente los augures en las dos últimas temporadas. El sonido de la orquesta es homogéneo, los músicos son competentes y disciplinados y las secciones están equilibradas. Me soprendió gratamente comprobar que estaba equivocado al prejuzgar que la Filarmónica de Málaga era una orquesta de nivel medio estándar que encontraría su límite en algunos pasajes especialmente complicados de la Leonora III y desde luego en el enorme esfuerzo que requiere una ejecución simplemente notable de la 1917.
Lo que escuchamos en Murcia fue mucho más allá de una ejecución competente, pues asistimos a una interpretación inteligente, brillante, poética y orientada a desbrozar la compleja estructura de esta obra maestra, y así poner al descubierto los centenares de pequeñas joyas disimuladas entre la hojarasca armónica, dinámica, rítmica y tímbrica.
La orquesta estaba exultante, el público ovacionó feliz a la Filarmónica de Málaga y a su maestro, y Hernández Silva puso fin a la jornada de fiesta con un exquisito pastel: una danza sinfónica venezolana que de nuevo nos permitió asombrarnos con la bella sonoridad del Víctor Villegas.