¿Qué es un espía? Un espía es en principio un impostor, alguien que se hace pasar por lo que no es, que entra donde no debe entrar y que hace lo que no debe hacer. Siempre oculto, siempre a escondidas. Hay espías, por ejemplo, en el sector privado. A una compañía rival un espía le roba secretos industriales y comerciales, o de cualquier tipo. O en la acepción más conocida y aceptada, un espía es el que se penetra en el ejercito de un país enemigo,o en el gobierno de un país enemigo para espiar información fundamental para su país que es el enemigo del enemigo.
Los espías, por las condiciones en las que actúan, corren altísimos riesgos. Los espías suelen ser asesinados si son descubiertos, desde Mata-Hari y mucho antes hasta estos días nuestros. Desempeñarse en circunstancias tan extremas y peligrosas hace que los espías no tengan escrúpulos, no se porten bien, que hagan trampas y todo tipo de triquiñuelas. Los espías, pues,no son seres en los cuales se pueda confiar. Sin embargo, me llama mucho la atención una nota en la primera página de El País de Madrid publicada el 21 de octubre de 2015: “Manual del perfecto espía”. Si aparece en la primera página del diario más influyente en español, es porque algo de peso y verdad tiene esto. Y lo que tiene es que el fulano manual, inconcebible, por ejemplo, en el mundo del espionaje que se conoce desde el cine, la televisión y la literatura, trae todo un código de comportamiento para los 3500 agentes secretos que tiene España.
¿De qué se trata? Dice el texto en El País:
A nadie sorprenderá que la discreción se considere la “principal virtud” de un espía, pero encaja menos con la imagen que la literatura y el cine han creado de esta profesión la idea de que se comporten “con humildad, sin buscar el protagonismo individual” o ajusten su conducta a los principios de “austeridad y rigor”.
Sin embargo, todos estos atributos deben adornar al buen miembro del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), según el código ético que el pasado 12 de octubre, coincidiendo con la Fiesta Nacional, aprobó su director, el general Félix Sanz Roldán, y que tienen ya en su poder los 3.500 agentes secretos españoles, además de poderse consultar en su página web.
Vaya usted a saber dónde están los espías españoles, pero donde estén tienen un manual, un código de comportamiento que los obliga. Por ejemplo: se les recuerda a los espías que cuando decidan recurrir a “los procedimientos especiales que permite la ley” para obtener información, como pinchazos telefónicos o entradas en domicilios, deben guardar “la debida proporcionalidad, en función del riesgo o amenaza que se pretenda combatir”.
Imagínese si ese código se implementa en el país, el primero que lo violaría y saldría castigado sería el presidente de la Asamblea Nacional.
Los espías no sólo “guardarán rigurosa reserva” sobre toda la información que conozcan por su trabajo, sino que “evitarán que su vida profesional trascienda de su entorno familiar más íntimo”. Es decir, sólo su esposa puede saber que usted es un espía. También se insta a los agentes a renunciar “tanto a dar publicidad a sus éxitos como a defenderse de los ataques más injustos”; y a practicar “la humildad y el espíritu de equipo, sin buscar el protagonismo individual ni el reconocimiento público”.
Aquí el primero que esta fregado es James Bond, que es un echón de lo último, y que además no trabaja en equipo porque todo lo resuelve personalmente, que para algo es el protagonista de le película.
Y un punto fundamental.
Los espías manejan fondos reservados, “controlados pero opacos”, y el código subraya “la honradez como principio rector”, e insiste en que el uso de los recursos públicos “se ajustará siempre a los principios de austeridad y rigor”, empleándolos solo “para los fines previstos” y evitando su “desaprovechamiento y despilfarro”.
Según este Manual del Perfecto Espía, no podría haber espías venezolanos. Ni ellos ni sus jefes, todos ellos fanfarrones, jactanciosos y con serias y abundantes sospechas de no actuar con probidad.