Una carta vale por muchas razones. Vale por lo que supone de desahogo en el que la escribe. El que la escribe quiere comunicar algo a una persona, quiere contarle lo que está sintiendo, darle alguna información puntual, su parecer sobre algún asunto, y eso ya tiene un valor, poner eso en papel o como ocurre ahora con los emails en la pantalla de la computadora, eso ya tiene un valor.
Pero ese primer valor solo se completa cuando esta carta llega a su destinatario. El remitente vale, en la medida en que el destinatario llega a obtener la carta en cuestión. Ahora, el detalle está ¿Cuándo llega esa carta a su destino?
En tiempos de internet, la comunicación es inmediata y en estos tiempos modernos de internet y las redes sociales y tantos aparatos electrónicos y tecnológicos, usted inclusive sabe cuando se recibe. Pero antes, en el mundo epistolar, se enviaba la carta y, si tenía usted la dicha de vivir en un país con un buen sistema postal y de correo, la carta seguro iba a llegar, tarde, pero seguro llegaba. En otros países, el nuestro, por ejemplo, usted ponía la carta a la buena de Dios y ya.
Algunas cartas se mandan con algo de ilusión. Dígame usted, pensando en el famoso náufrago, ese que lanza, pone un mensaje en el último pedacito de papel que le quedaba y lo mete en una botella, contando con que esa botella en el vaivén de las olas y de los océanos llegue alguna vez a algún destino. Se cuenta de botellas con mensajes que han llegado a alguna parte. En este caso, el valor de la carta está en escribirlo, que llegue al destino, ya es mucho.
Tengo la noticia de una correspondencia que ha llegado por fin a su destino 43 años después. La BBC informa de lo siguiente:
Hace 43 años, el sargento del ejército de Estados Unidos Steve Flaherty escribió varias cartas a su madre desde las selvas de Vietnam. El sábado, las cartas llegaron a su destino.
En las cartas hay frases como: “Esta es una guerra sucia y cruel, pero estoy seguro de que la gente va a entender el propósito de ésta, así algunos de nosotros podamos no estar de acuerdo”.
Las cartas hablan, desde los pantanos de Vietnam, de la penuria que allí se vivía. Recordemos que la guerra de Vietnam fue una guerra muy combatida en el mundo, sobre todo por la juventud norteamericana, era una guerra que no se entendía, una guerra que oficialmente nunca declaró al Congreso de los Estados Unidos.
La sociedad americana en aquellos finales de los 60 y la primera mitad de los años 70, estuvo dividida, entre los conservadores que decían que había que preservar el esfuerzo bélico y la inmensa mayoría que se negó a ello. Manifestaciones como el Festival de Woodstock, eran la representación de ese movimiento antibelicista. “Haz el amor no la guerra” son consignas de aquel tiempo. “Peace” el símbolo de la paz, fue el símbolo de aquellos años. El rock duro de aquella época, fue un rock para combatir a la guerra de Vietnam. Jimi Hendrix hace del Himno de Estados Unidos, el escándalo, el estruendo de una ametralladora en plena balacera.
En ese contexto, las cartas que le escribió a su madre, el Sargento Steve Flaherty sirvieron de mucho para los servicios de propaganda del ejército de Vietnam.
El Sargento Flaherty murió en el valle de A Shau el 25 de marzo de 1969 a escasos 22 años de edad. Cuando los vietnamitas recogen el cuerpo, toman las cartas y empiezan a utilizarlas en transmisiones de radio, que servían para desmoralizar, al ya muy desmoralizado, ejército norteamericano.
¿Y cómo es que esas cartas han llegado finalmente a su destino? dice la nota de la BBC:
Las cartas fueron entregadas al secretario de Defensa de EE.UU., Leon Panetta, durante una reunión con su homólogo vietnamita, Phuong Quang Thanh, en Hanoi el 4 de junio de este año. En lo que ha sido el primer intercambio oficial de objetos de guerra entre los dos países.
La familia Flaherty recibió las cuatro cartas que nunca llegó a enviar formalmente, el Sargento Steve Flaherty, quien cayó en los pantanos de Vietnam a escasos 22 años. Pero llegaron a su destino.