Una cosa es decir “la vida continua”, y otra muy distinta “el show debe continuar”. El show supone espectáculo, ficción, mentira -grata, sin duda, pero cosa falsa al fin-. La vida, en cambio, supone extrema realidad. La frase que refiere al show viene del teatro y solo nos dice que, a pesar de los múltiples inconvenientes, el espectáculo no puede interrumpirse porque allí se va la vida del gitano, la del circense domador de leones, la del músico en la plaza o en el baile, la del actor y quien le escribe, la vida del poeta.
En el caso de la otra vida, la real, es redundante decir que debe continuar. Lo contrario es el fin de todo: la muerte. En el caso del show, sin embargo, siempre a última hora se puede suspender la función por “causa de fuerza mayor”. De allí la insistencia en su forzada continuación. La vida, sin que nadie insista, sencillamente continúa.
Me viene a la memoria la frase irresponsable de aquel hombre, con una refinería incendiándose a sus espaldas, diciendo “el show debe continuar”. Quizá porque para él el ejercicio del poder era eso, un show, un circo, una doma miserable no de leones sino de hombres.
En el caso de la vida, me viene a la memoria la situación de tantos que, en medio de la penuria y la desgracia, siguen adelante porque la opción muerte está más que descartada. Así me impacta la fotografía en la primera página de El País de Madrid.
Cerca de Mosul, en Irak, hay un campo de refugiados de ACNUR, Naciones Unidas. Los campos de refugiados son terrenos baldíos donde se vive en extrema precariedad. Se vive en carpas, prácticamente a la intemperie, como si la vida estuviese de paso. Pero ella no está de paso, ella no se detiene. Y así en la fotografía, entre carpas y carpas y lodazal, una pareja va a su boda. La novia no puede prescindir de la maravillosa tradición del traje blanco. Y, en medio de las circunstancias, el novio se las arregla para vestir de flux y corbata. Porque, como dice El País al titular la foto, “La vida continua”.