El tiempo produce efectos no necesariamente gratos. En la juventud estamos llenos de vigor, de energía, somos esbeltos, practicamos mucho deporte. Los jóvenes son siempre bien vistos. “Juventud divino tesoro que te vas para no volver -decían los versos de Rubén Darío- Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer”.
Con el paso de los años uno va cambiando la figura. Se nos puede caer el pelo, nos puede crecer la barriga más de lo debido. Las canas empiezan a poblarnos. Pero, a pesar de estos cambios, uno sospecha que sigue siendo siempre la misma persona. La música de la juventud, la de la adolescencia quizá sea la también la música que uno sigue escuchando ahora. Claro, con los años se depura el gusto y uno se hace un poco más sofisticado. Pero, digamos, allí siguen estando Los Beatles y allí sigue estando Jimi Hendrix. En mi caso personal, allí también siguen estando Ismael Rivera y Eddie Palmieri. Siguen John Coltrane y Miles Davis… Siguen estando tantas y tantas maravillas.
¿Qué otras cosas supone uno que no cambian? Quizá las ideas. Las ideas, por supuesto, van madurándose, y, en algunos casos, si usted fue de izquierda cuando era joven a lo mejor ahora ya no lo es tanto, o quizá es abiertamente una persona de derecha. En otra manera de cambiar, si usted de joven era un vehemente dirigente político, cuando llega a la edad adulta quizá haya llegado también a la presidencia de su país. El detalle está en que, si lo suyo es la política o cualquier otro oficio, debe tratar de ser algo coherente con las cosas en las que usted alguna vez creyó, con las cosas que alguna vez dijo. Es una mera cuestión de honestidad y consecuencia con usted mismo y con los demás. Porque una traición a lo que usted fue, más allá de la barriga y las canas, es algo que no es bien visto. Es algo vil y miserable.
Luiz Inácio Lula Da Silva en 1988, tal como usted lo ve en esa fotografía, era un hombre joven, más esbelto que en la actualidad. Su barba era completamente negra. Vestía modestamente, y usaba una gorrita también juvenil, quizá a la moda. Seguramente no tenía mayores recursos. En aquellos tiempos los dirigentes de izquierda no tenían ni dónde caerse muertos.
¿Y qué decía Lula? “Si un pobre roba va a la cárcel. Si un rico roba va a un ministerio”. Curioso que, veintiocho años después, Lula, gordo y bien trajeado, poderoso y con fortuna, termine siendo, según sospecha todo Brasil, el ladrón que robó y terminó en un ministerio.