Tengo dos recuerdos de infancia que me remiten al presidente Kennedy; en realidad serían tres. Vamos con el más suave, el más ligero, el frívolo. Kennedy había venido de visita a Venezuela, el presidente Rómulo Betancourt le recibió con su esposa Carmen Valverde, y aunque vino por muy pocas horas, la sociedad venezolana quedó revuelta. Era para todos los venezolanos un hecho especialísimo, era el primer Presidente de Estados Unidos que visitaba nuestro país. De hecho, políticamente, Kennedy fue el primer presidente norteamericano que se tomó en serio la llamada presencia latina en los Estados Unidos, así como a toda nuestra región (a él se le debe la llamada “Alianza para el Progreso”).
El detalle es frívolo porque todas las señoras fueron a la peluquería (mi mamá entre ellas; papá era el Presidente de la Comisión de Política Exterior de la Cámara de Diputados y ella tenía que acompañarlo en los actos) pero igual quedaron opacadas y se impresionaron, por supuesto, al ver bajar tan bella del avión a Jacqueline Kennedy. La señora Kennedy era como una muñequita, como la Barbie que recién estaba saliendo al mercado, impecable siempre. Luego hubo otra recepción y ya los peinados de la peluquería quedaron maltrechos, destrozados. Recuerdo las quejas de mi mamá. Todas las señoras fueron a la recepción posterior algo ajadas, ajetreadas, pero la Kennedy permanecía impecable. Vino otro evento al día siguiente, y ya ninguna peluquería podía resolver -mucho menos las de aquel tiempo-, pero la Kennedy seguía intacta. ¿Cómo hará?, se preguntaban las caraqueñas. Hasta que descubrieron que ¡usaba pelucas!
El otro recuerdo, ya más grave, también tiene que ver con mi mamá. Ella nos va a buscar al colegio, al Santiago de León, y tan pronto subimos a la camioneta nos dice, a mi hermana, mi hermano y a mí: “Creo que vamos al fin del mundo. ¿Cómo que al fin del mundo?, le pregunto alarmado. Los rusos están llevando cohetes atómicos a Cuba y el presidente Kennedy decidió bloquear la isla. El barco que se acerque será bombardeado y comenzará la Tercera Guerra Mundial que será el fin de la humanidad”. A los nueve años no se digieren con facilidad semejantes informaciones.
El tercer recuerdo también se lo debo a mi mamá y de nuevo el escenario es parecido. Nos recoge en el Santiago de León, y en el trayecto hacia la Alta Florida, cuando vamos pasando por la Plaza Altamira, comenta con asombro: “Mataron a Kennedy”. Fue un impacto muy grande. Porque si las otras dos anécdotas les dicen algo, en el niño que yo era en ese momento había un golpe. Habían matado a alguien del que yo “sabía bastante”, que conocía “bien”. Y ya sabemos de sobra cómo se impactó la opinión pública en el mundo. En Estados Unidos fue un estremecimiento total. Era el primer Presidente que asesinaban en la época moderna, en la época de los medios de comunicación, en los tiempos de la televisión.
Han pasado 50 años de ese hecho. Ahora quien les habla, ya no es el niño de escasos diez años que se dejó impactar por la noticia, ahora es un adulto de 60 que ha vivido buena parte de toda la controversia que rodeó y sigue rodeando al asesinato. El informe de la Comisión Warren, por ejemplo, sigue en el misterio. Se han escrito cualquier cantidad de libros, desde la seriedad hasta el escándalo amarillista, y hasta Setphen King brindó una novela reciente cargada de interesantes especulaciones (“22/11/63”). Se comenta que Barnes & Noble –así como la totalidad de las grandes librerías norteamericanas- exhibe en sus estanterías cualquier cantidad de libros sobre Kennedy. Libros de hace 20, 30, 40 años; libros recientes, libros con sentencias absolutas, libros que se contradicen y hasta se desmienten. El asesinato de Kennedy, pues, ha sido pasto para todas las especulaciones posibles:
El presidente Kennedy fue querido, admirado y aplaudido por muchos sectores, pero en la misma medida fue detestado por muchos otros. Fue, sin lugar a dudas, un ciudadano de su tiempo, el presidente que cambió muchas cosas, que definió mucho de lo que son los Estados Unidos de hoy y el mundo contemporáneo que nos ha tocado vivir.
50 años después, sin embargo, queda la pregunta intacta: ¿Quién mató a Kennedy? El abanico de posibilidades no se cierra, desde la propia C.I.A. o el F.B.I, o la mafia, o Fidel Castro, o los rusos o quien fuera. ¿Realmente pudo Lee Harvey Oswald hacerlo todo él solo? 50 años después todavía no tenemos la respuesta.
Yo también tengo mi recuerdo. Vivíamos cerca de la avenida Urdaneta. Pastor, un vecino, me invita: “Vamos a ver a Kennedy”. Esperamos el cortejo. La memoria es frágil y ayer leí que JFK trajo la misma limusina donde lo mataron. Pero mi recuerdo es de un auto con techo transparente. El rostro de Betancourt saludando y el de Kennedy colorado con el cabello tambien incandescente. Puede que lo del techo transparente sea una trampa proustiana de la memoria. Pero sobre lo del cabello y el rostro rubicundo no tengo duda: fue como a 10 metros de distancia. “…Lo demás es nada y silencio”.
Yo lo que puedo recordar es la herencia del impacto de su vida y su muerte, yo nací mucho después del asesinato, exactamente 15 años después, pero hija de padres idealistas que admiraban a JFK y luego más aún a Bobby Kennedy, y yo crecí en ese hogar y a medida que crecía yo crecía mi fascinación por ese Camelot…
Esta semana naturalmente la televisión ha estado repleta de películas, series, documentales, entrevistas, etc, acerca de Kennedy y los comentarios van desde la afirmación abierta de una conspiración hasta la aceptación de que Oswald pudo haber actuado solo, y todo lo que hay en medio y luego de un fin de semana dedicado a ver programas de entrevsitas, videos inéditos, análisis de balística, estudios forenses, por qué no pusieron la capota y por qué hicieron ese cruce incómodo en Daley Plaza si no había necesidad, decidir si Rob Lowe o Gerg Kinnear hacen mejor el acento no rótico y de que yo no me como el cuento de la bala mágica ni de vaina, por que se nos hace imposible creer que un don nadie como Lee Harvey Oswald haya podido asesinar el solo sin ayuda de nadie al presidente de Los Estados Unidos de América, nada menos, pero al final del día, esa es una posibilidad… y la historia tiene que hacer las paces con ese hecho. A veces suceden cosas así de absurdas e inexplicables que cambian la historia…