Publicado en El Nacional por Pablo Antillano
Palenzuela (1954-2007) fue historiador, ensayista, escritor y crítico de arte. En este especial de Papel Literario “vamos a evocar algunos episodios de nuestra vida en los periódicos en los cuales Juan Carlos tuvo una participación estelar”
Cuando de recordar se trata, no estamos seguros de que las imágenes que habitan nuestra memoria sean copia fiel de lo que ocurrió alguna vez en nuestras vidas. Así que rogamos a los lectores que fueron testigos de los episodios que serán contados aquí que sean indulgentes, porque muchos de ellos tienen más de 30 años y se pueden haber transformado, pueden lucir abultados o adelgazados, pueden lucir nuevos trajes y presentarse como versiones. Aún así, esos recuerdos nos han acompañado, nos han desvelado y son inseparables de lo que hoy somos frente a los demás.
Vamos a evocar algunos episodios de nuestra vida en los periódicos en los cuales Juan Carlos tuvo una participación estelar.
Pero antes de todo quisiéramos agradecer a nuestra querida Ana Caufman que nos haya invitado a participar en la presentación de este libro portentoso y conmovedor. Nos honra felicitarla públicamente por el magnífico resultado en el que devino su trabajo, en el que puede sentirse una rigurosa, y absolutamente amorosa devoción por sus contenidos y una exigencia férrea por la calidad de la edición.
Puede leerse en sus créditos que esta proeza contó con un grupo inmejorable de colaboradores capitaneados por Jaqueline Goldberg, que es ella misma un signo de entrega delicada y cultura editorial. Y se siente la presencia de la familia, de José Ángel, Manuel Antonio y María, los herederos de Juan Palenzuela Morejón, a quienes recordamos juveniles en la casa de la Florida , cuya fachada siempre figura en nuestras fantasías como el logo de La Casa del Cerrajero.
Conmovedora resulta la certera descripción que María Elena Ramos hace del trabajo de Juan Carlos en el Pórtico, así como conmovedora la lista de fotógrafos cuyas imágenes ilustran el libro y que hoy están representados aquí por Nelson Garrido, con quien nos honra compartir las palabras de este acto.
I
Este libro resultaría incomprensible, y así se desprende del texto de María Elena, si no se captura su esencia de narraciones parciales, muchas veces en paralelo, que va cosiendo Juan Carlos para tejer finalmente una amplia cronología del arte venezolano, de sus personajes, sus temas, técnicas y tendencias. Su método, muchas veces lo conversamos con él, era el del periodista, su misión la del historiador.
Juan Carlos siempre asoció la historiografía del arte con el ejercicio de la crítica, y solía decir que el espacio fundamental de la crítica estaba en los periódicos. En uno de los primeros textos del Mirón Insistente, uno de sus libros que más nos gusta, se pregunta con tristeza: “Existe la crítica de artes plásticas en Venezuela en 1996”.
Estaba constatando en ese momento que el cambio de los periódicos habían significado un duro golpe a la crítica: “No hay crítica, escribió, puesto que no hay el ejercicio que ella significa, no hay la frecuencia, al menos semanal del columnista, no hay los riesgos y revelaciones del debate”.
Ya en el 96 habían desaparecido los críticos de las páginas y los espacios culturales de los periódicos. Los periódicos se habían transformado o vivían un traumático proceso de actualización: el color asaltó las primeras planas de Le Monde y del New York Times, por ejemplo. Eso que llamaban el “rediseño” implicaba cambios en la estructura, en la presentación y, por supuesto en los contenidos, las notas “cortas”, “amenas” y “entretenidas” sustituyeron en buena parte a los reportajes, los features y los análisis. Las páginas de arte debían compartirse con la farándula: al final desaparecieron las páginas de arte y se llevaron consigo a sus críticos. No en todos ni en igual medida, pero nuestra generación puede dar fe de aquella dura y progresiva expulsión.
El movimiento cultural y los lectores quedaron sin guías, sin la gente que ordenaba y clasificaba, sin la celebración cotidiana del evento cultural.Había artistas, museos, galerías, eventos, salones, etc… pero la prensa carece de espacio acostumbrado, apropiado y regular para la crítica de arte. Es entonces cuando Juan Carlos escribe: “Ese lugar en el periódico es muy importante, porque es allí donde surge, se desarrolla y se expande esa escritura y ese pensamiento que llamamos crítica de arte”.
Cuando escribe esto ya Juan Carlos había regresado de la Sorbone, donde hizo su postgrado de historiador con una beca Gran Mariscal de Ayacucho. Era colaborador del Papel Literario de El Nacional, y escribía en varias publicaciones, entre otras El Carabobeño y la Revista colombiana Art Nexus. Ya había escrito dos tomos de la Historia del Arte en Venezuela para Monte Ávila y trabajaba en la Cancillería. Pero su mayor angustia era el “Vasto Silencio”, como lo llamó, que los periódicos habían impuesto a la crítica, relegándola a los comentarios en los catálogos de exposiciones.
Ya sabemos que no todos los críticos de arte se forman en los periódicos, o han sido columnistas regulares. Buena parte de ellos se expresaron a través de investigaciones académicas o privadas y se publicaron en libros de índole variada. Pero J.C. Palenzuela era un animal de periódicos.
II
Él, como muchos de nosotros, inició esta adicción a la tinta de imprenta en las revistas de los años finales de la década de los 70 y los periódicos de los 80.
Nos iniciamos produciendo una revista que reseñaba los libros que iban llegando y que llamábamos Libros Al Día. La diagramaban Irma Dos Santos o Juan Bordalejos, amigos y socios de Soledad Mendoza, y en torno a la que fue reuniéndose un grupo de periodistas de la diáspora política del sur del continente y jóvenes venezolanos que aún no tenían cabida en la prensa “grande”, “oficial”. Entre ellos apareció Juan Carlos que apenas traspasaba los veinte años.
Durante el primer gobierno de Pérez y con recursos del Conac, logramos que su presidenta, Lucila Velásquez, nos ayudara a financiar la revista Escena, dedicada al teatro y al espectáculo, que significó una extraordinaria confluencia de lo mejor de la fotografía de esos años y donde se consolidó un cierto estilo crítico con pretensiones de hacer una cobertura exhaustiva del Teatro, la Danza y el Espectáculo. Había pocas reseñas de artes plásticas en esa publicación.
Pero pronto nos embarcamos en una aventura editorial más dinámica y completa que fue el semanario Buen Vivir. Allí fue donde Juan Carlos se hizo adicto a la letra de imprenta. Como parte del núcleo central de redacción de la revista, le tocaba organizar semanalmente la información relevante de los museos y galerías. No hacía crítica todavía, escribía de temas diversos, incluyendo la telenovela, y a veces hacia de modelo para fotos extravagantes que ilustraban diversas notas.
Sobre esa época escribió unos años más tarde María Josefa Pérez desde Mérida como presentación de un artículo urticante de Juan Carlos que había titulado: “Colección Zingg: no todo lo que brilla es oro”: “Conozco a Juan Carlos desde la salida de la revista Respuesta. Cuando se editaba la revista Buen Vivir en Caracas, Pablo Antillano reunió a todos los periodistas novedosos, indeseables y polémicos que residían en la capital, y en la primera reunión apareció Juan Carlos, que se presentó como el corresponsal de una publicación también novedosa, polémica e indeseable que unos jóvenes periodistas zulianos habían iniciado. Palenzuela con su aspecto juvenil comenzó a inundar las páginas de Escena, Buen Vivir y luego los dominicales de El Nacional con ácidas críticas llenas de frescura sobre el arte, el público y los críticos, y su trabajo fue, desde entonces (creo que por el 77 al 78) el blanco de las críticas.
Este amigo se ganó, no obstante –sigue María Josefa– la confianza de muchos artistas e intelectuales quienes se dieron cuenta de su seriedad, a pesar de la fama de locura que pretendieron endilgarle a quienes les cayó gordo desde el principio…”.
Dos cuento para aclarar: ¿quiénes eran estos periodistas indeseables y a quiénes les cayó gordo Juan Carlos?
Efectivamente, en Julio de 1977, editamos el primer número de Buen Vivir, una aventura semanal que, diseñada por Soledad Mendoza, reunía al cuerpo central de redactores y fotógrafos de la revista Escena. Estaba reforzada por jóvenes periodistas, estudiantes e intelectuales que venían atraído por nuevos temas y respaldada por un cuerpo de veteranos escritores y periodistas reconocidos de deporte y farándula. Al final todos respondían a los calificativos de novedosos, indeseables y polémicos.
Ahí estaban: Argenis Martínez, Miro Popic, Milagros Rodríguez, Juan Carlos Palenzuela, María Cristina Ferrín, Catherine Goalard, los fotógrafos Jorge Val, Luis Brito “el Gusano”, Ricardo Armas, José Sigala, Alexis Pérez Luna, Humberto Febres, Ana Cristina Enríquez y Carlos Rivodó.
Colaboraban periódicamente Edith Guzmán, María Josefa Pérez, Vicenzina Marotta, Óscar Hernández, Jacobo Penzo, Ela Dines, Alfonso Molina, Santiago San Miguel, Juan Calzadilla, Luis Masci, Perán Erminy, Sergio Antillano, Marieta Calcaño, Félix Canale, Nabor Zambrano, Julio Miranda, Óscar Rodríguez Ortiz, César Miguel Rondón Tambascio, Rafael Vásquez, Carlos Pérez Ariza, Luis Britto García, José Ignacio Cabrujas, Luisa Barroso, Amelia Hernández, Rafael Rodríguez, Frank Baíz, Leonardo Nazoa, Zapata, Carlos Ortega, Rubén Mijares, Abilio Padrón, José Luis Garrido…entre otros
Me he permitido nombrarlos a casi todos, porque la mayor parte de ese grupo entraría al año siguiente a El Nacional, unos como colaboradores otros, como Argenis, para quedarse.
III
Para Octubre ya la revista se había quedado sin recursos, la publicidad no era suficiente, y la operación era insostenible. Pero la suerte no nos dio la espalda del todo. El mes de noviembre Miguel Otero Silva nos pidió que fuésemos a El Nacional, a dirigir la página de arte, y a poner en práctica en el llamado Cuerpo E, edición dominical del matutino, parte de lo que habíamos logrado en Buen Vivir. Allí comenzó la aventura en la gran prensa. Juan Carlos y Gustavo Tambascio comenzaron a hacer de las suyas al frente de la crítica de arte y de música. Don Ramón Velásquez era el formidable director del periódico, adicto a la crítica y al buen periodismo.
Gustavo Tambascio, quien criticó duramente a la Orquesa Juvenil de Venezuela en sus inicios, también cayó “gordo” como Juan Carlos. ¿Pero a quiénes les cayó gordo Juan Carlos Palenzuela?
Para muestra un botón: antes de cumplir cinco años escribiendo de pintores, libros y exposiciones ya Juan Carlos se había ganado la reputación de ser un “enfant terrible”, y había promovido más de una situación embarazosa al jefe de la página de arte, al director y al dueño del periódico.
En estos día nos recordó William Becerra en el cortafuego del Ávila el día que, como editor de guardia que era ese día, tuvo que atender a JV Rangel casi toda una mañana hasta la llegada del Dr. Velásquez a quien el político reclamó las afirmaciones y “el tono” sarcástico que había usado Juan Carlos en una nota sobre las esculturas de Ana Ávalos. Yo me llevé mi regaño, y JC entró en cuarentena por unas cuantas semanas.
Muchos pintores “amigos de la casa”, de larga tradición en la historia de la pintura, hicieron distintos tipos de reclamos a las autoridades del periódico. A mí me tocaba la tarea de hablar con el crítico, que volvía a sus andadas cada vez que Miguel Otero volvía a Italia, lejos de la fatiga de los teléfonos y los reclamos.
Sin embargo en noviembre del 82 publicó su última columna en El Nacional porque no le permitieron responder a Guevara Moreno quien, molesto, había escrito una nota insultante en el que lo llamaba “canario híbrido”, “autor isleño” y había escrito “este fraude que deshonra la crítica de ultramar”… o que “su estilo es típico de cocineras de tascas”.
En la nota de respuesta de JC, nunca publicada, decía: “Comprendo que resulte cuando menos extraño el que una crítica independiente se desarrolle en un ambiente ahogado entre complicidades y cobardías compartidas. Aquí alguien puede copiar a Joseph Albers y el crítico debe callar; aquí alguien puede deteriorar su obra y la crítica lo aclamará como genial; aquí un cronista puede repetir sus libros y ofrecerlo como nueva edición y a la crítica se le pide prudencia; aquí un museo puede operar como sucursal de negocios particulares y los críticos corren el riesgo de perder su empleo”.
Pero no todo era diagnóstico, al final le dice al pintor: “Por último le aconsejo que en vez de escribir disparates (¿se acuerdan de lo que dijo de Michelena o de Castillo?) trate de mejorar su pintura. Tome un cursillo con Galeano. Le puede asentar bien”.
A nosotros estuvo a punto de caernos “gordo” cuando un día llegó a la casa, a una pequeña reunión para él… y dijo “si no apagan ese incienso, me voy”…
IV
No a todos les caía gordo pues supo entrar en sintonía con los nuevos rumbos y prácticas que experimentaba el arte venezolano en los turbulentos setenta y ochenta, cuando él mismo escribe que se cuestionaba el objeto tradicional de la pintura, su representación convencional e incluso su función social. En sintonía con la crítico argentina Elsa Flores que entonces se encontraba en Venezuela, Juan Carlos orienta su mirada hacia nuevas comprensiones y sensibilidades que demandaban los inusitados canales expresivos que estaban en boga en Caracas;
Su tiempo de iniciación en la crítica coincidía con la celebración de lo mágico y sagrado en la obra de Mario Abreu, los desplantes y desacralización que proponía von Dangel, los desafíos que implicaban las obras de Claudio Perna, los performances de Carlos Zerpa y Antonieta Sosa, los dibujos de Antonio Lazo, los objetos de Angel Vivas Arias, los poemas de acción de Diego Barboza, la pintura de Julio Pacheco Rivas, Dorrego, Quilichi o Mazzei.
Eran tiempos de cambio, con nuevos públicos, y nuevas formas de participación. Imprecisas fronteras entre las artes. Predominio de lo conceptual sobre lo artesanal. Se necesitaban nuevas metodologías de análisis. Estas son todas frases suyas, tomadas de sus textos. El mundo del arte estaba mutando, y Juan Carlos, el periodista, el crítico, estaba cambiando con él.
Esa necesidad de nuevas metodologías lo enfrentó también a cierta manera de hacer los libros y las investigaciones. Por eso se busca más de un lío en sus notas sobre otros autores de crítica o historia. Por ejemplo, en la colección Zingg (No todo lo que brilla es oro) escribe:
“Los llamados libros de arte en Venezuela generalmente consisten en ser un catálogo de fotos cuya intención es promocionar un pintor. Se ha dado el caso de libros cuyas páginas son vendidas al igual que los espacios de una guía telefónica; luego se busca a alguien que escriba unas líneas alegóricas al tema en cuestión. Así, la tal bibliografía de arte, tan abundante en los últimos años, no responde a un intenso desarrollo de los estudios de arte en el país, ni siquiera al intento por desarrollar dichos estudios. Esa bibliografía más bien es expresión cabal de la expansión local del mercado del arte”.
Toma el libro de los Zingg transformado en catálogo y lo desmenuza casi página a página: dice por ejemplo, “el libro carece de diagramación”, “es pésima la reproducción de las obras”, “tiene errores de imprenta”, atribuye cualidades de la colección que no posee y no reconoce ni consulta la existencia de colecciones similares en el continente, critica fuertemente las carencias del texto de Calzadilla, descubre las equivocaciones en asignaciones de fechas y autores que tiene el catálogo… etc. Etc.
Después de leer la nota crítica, Juan Acha le escribe desde Alemania: “Tu crítica incisiva hace bien en nuestros países aunque trae muchos malos ratos”.
V
Pero en realidad lo malos ratos no se comparan, en cantidad y calidad, con los buenos ratos. El trabajo del crítico se ve recompensado por el agradecimiento –casi siempre silencioso– de los artistas que son nombrados, que son reconocidos en el comentario que organiza, clasifica, ubica en movimientos, en tendencias, en historias.
Cuando la crítica desaparece de los periódicos las expresiones culturales tienden a sentirse huérfanas…
Por eso Juan Carlos siempre valoró a sus pares, a quienes escribían sobre arte, en los periódicos y en los libros. En varias partes reseña periodísticamente ese momento que se inicia con la reconversión de los periódicos y que tuvo como consecuencia que desde el 95 dejó de escribir Roberto Guevara, quien hoy reaparece en la portada de su libro en versión de Adrián Pujol. Pero ya desde esos años quedaban sin columnas Perán Erminy, Juan Calzadilla, Rafael Pineda, Carlos Silva o Bélgica Rodríguez, mientras que María Elena Ramos y Francisco D’Antonio entonces directores de museo, se las ingeniaban para escribir periódicamente.
Juan Carlos hace un recuento de las promociones siguientes que incluyen a Katherin Chacón, Willy Aranguren, Luis Ángel Duque, Alberto Asprino o Luis Enrique Pérez Oramas. Desde la investigación y las universidades incluye a María Luz Cárdenas, Federica Palomero, Graciana La Roca o Simón Noriega. Desde la literatura a José Balza, José Napoleón Oropeza o Rafael Arráiz Lucca. En la fotografía a María Teresa Boulton, Juan Alberto Pujol, Edmundo Bracho o Antolín Sánchez. En lo que respecta a los estudios de arte – cita en este libro –sobresalen nuevas profesionales como Sagrario Berti, Julieta González, Lorena González, Thela Carvallo, Cecilia Fajardo-Hill.
Pero la verdad es que lo me más le preocupaba era el hecho de que cuando la crítica desaparece de los periódicos las expresiones culturales tienden a sentirse huérfanas…
Sin embargo, este maravilloso libro de Juan Carlos valora el hecho de que a pesar de ese ocaso crítico y del sentimiento de desconcierto que la tropelía revolucionaria ha sembrado en los últimos años, quedan los documentos y las obras como expresiones del pensamiento de una época en la que persistió, en medio de adversidades políticas, el irrenunciable espíritu de libertad que define al artista… Esas son las palabras con las que culmina su libro.