Artículo publicado en viceversa-mag.com/guataca-nights-los-crema-paraiso/
Por: Juan Luis Landaeta
NUEVA YORK: En una pared de ladrillos del nivel más bajo del Subrosa bar en el Meatpacking District de Manhattan se proyectan imágenes de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el cinetismo de Carlos Cruz Diez, tomas de las principales autopistas de Caracas y de bailarines zapateando joropo. Delante del liqui liqui y las faldas floridas, está sonando una versión de Shine on your crazy diamond que incluye cuatro y maracas. Son Los Crema Paraíso haciendo su propia entrada sonora al recorrido de la noche: 916.445 Kilómetros cuadrados que llamamos Venezuela, revisados a través de la percusión tropical y urbana que caracterizó a la Onda Nueva. Estamos en Nueva York y el invierno vacila en ceder. La luz del día alcanza hasta las 7pm. La tercera Guataca Nights ha empezado y el casi centenar de asistentes lo sienten. Las piernas vibran. Los nudillos marcan el compás. Música.
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Las Crema Paraíso son desde 1953 un referente natural de la ciudad a pie del Ávila. Son famosas por sus merengadas, por estar desde siempre donde están y por las icónicas letras metálicas que resaltan en la distancia. Han sido desde hace seis décadas el punto más alto y refrescante de los lentos domingos caraqueños. El martes pasado, “Crema Paraíso” esa puntual instancia de la capital, cobró otro valor. José Luis Pardo, Neil Ochoa, y Bam Bam cambiaron las barquillas y batidos para tornarlos acordes. Retomando el paisaje emocional de décadas pasadas, la banda consiguió no solo evocar las bondades de nuestra geografía (como se suele hacer) sino iniciar un repaso por nuestro espacio cultural: a un joropo psicodélico lo acompañan las patillas de Miguel Ángel Landa. Al estallido de la percusión, unos Disip en Nueva York. La guitarra frenética nos puede dejar con las manos arriba en medio de un Simplicio.
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En la Caracas de los 50’s irrumpió el compositor Aldemaro Romero con su Dinner in Caracas, un LP editado en 1955, dos años después de ser fundada la primera Crema Paraíso. El acetato tuvo un éxito que lo convirtió en clásico. La majestuosidad que reflejaban muchas de las estructuras de la ciudad dieron paso a una sobriedad que en estilo y concepto perseguía Romero. Pianero, más no pianista, creó una lectura propia del trópico, de los ritmos que inevitablemente abordaban la orilla del Caribe. Desde los cómplices botones de semi cuero repujado hasta las pistas de bailes lo escucharon. El Vals venezolano se montaba en una moto que a su vez, llevaba al conservatorio. Ahora en la pared del Subrosia se proyectan imágenes de la autopista Caracas – La Guaira. A toda velocidad aparecen el motorizado con moto propia y la secretaria con buena presencia. Los Crema Paraíso revitalizaron durante toda la noche exactamente ese pulso cultural. El delirio del petróleo muy negro versus los trajes de etiqueta muy blancos en las playas del litoral.
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El cine venezolano y su iconografía son una parte fundamental del repertorio. Más que animaciones, generar armonía entre la propuesta sonora y visual, situó a los presentes en un espectro más trascendente: retrospectiva del país. Un vistazo antropológico a lo que hemos sido y cómo nos hemos contado. La propuesta de un cono urbano modernísimo desencajado entre cordones de brutal violencia. El cuero del tambor retumba y aparecen ráfagas de represión. El cine nacional pisa la chola en el asfalto mientras Miguel Angel Landa se hala las patillas en una toma del collage. El sonido que explota es de los platillos y así la batería cerró los primeros temas de la noche: Disip en NY y Desafío. Pura alpargata alucinógena.
Caracas tuvo fiestas psicotomiméticas, mermeladas milagrosas y locutores que alternaban los dreadlocks con el acetato de las fiestas. La psicodelia como propuesta invadió la barrera sonora del local pero con una hermosa incorporación: el joropo, cadencia zapateada de marca local y fascinación esplendorosa. Hombres que al moverse espantan el polvo y mujeres que describen flores con sus vestidos. A eso nos remitía el sonido eléctrico. Sin embargo la imagen en proyección era otra: cientos, miles de personas abordando los metros cuadrados de cualquier estación del Metro de Caracas en una de sus horas pico. Apretones, empujones y curiosamente: risas. Allí radica la partícula surreal del asunto trágico del desorden. Una multitud luchando por entrar en un vagón y como siempre, un par de jodedores disfrutando el bullicio. Estación Parque Central, próxima parada: el vacío. La urgencia de un país huyendo de sí mismo. El repertorio se completa con un homenaje a Noel Prieto y tecnocumbia.
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¿Puede un golpe de percusión describir una situación cultural? ¿Evocar un territorio? ¿El estado emocional de un país? ¿Puede estar pasando en el nivel más bajo de un local en Nueva York todo esto al mismo tiempo? Sí, sí y sí. En la misma pared de ladrillos aparece Marcos Pérez Jiménez, en una reunión de gobierno, paseando en un carro de carreras. Ya sonaron Petrocumbia, Catira, Bello e bola y Everybody wants to rule the world para cual subió al escenario Carol C, recordándonos que la Onda Nueva de Aldemaro siempre tuvo voz de mujer. En medio del perenne carnaval del general rechoncho, un cierre del bajo con Bam Bam y una Vaca Sagrada levantando vuelo nos marcan el fin de la primera mitad del repertorio.
Carlos Cruz Diez, Jesús Soto y Alejandro Otero son un solo gesto de la identidad plástica de Venezuela. Parece mentira cómo apenas aparecen las líneas entrecruzadas, paralelas y equidistantes vemos brotar nuestro legado cinético del siglo XX. Apenas las líneas toman color en la pared, presenciamos la cromosaturación del maestro Cruz Diez. Así empieza Platilleros del paují para dar paso a el Curruchá (basta pronunciarlo para saber cómo suena). Ambas piezas dan paso al territorio idílico de los 70´s: Miami. Piscina, bikini y fotico. Reina preciosa, fucsia de la plasticidad verde, ta barato dame dos. More joropo, anuncia Cheo, a quien le cuelga la guitarra eléctrica. Azules y recién estrenados en pantalla aparecen los ojos de Orlando Urdaneta. El panorama del cine ha rodeado el repertorio sin desperdiciar nada.
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Varón Domado, Sleepwalk, to Zing with your GF y Personal Jesus en la que también se incorporó Carol C llegaron para desatar las ganas contenidas. Imposible que el repertorio nacional de una idiosincrasia quedara trunco por una timidez que jamás nos ha caracterizado. Ya han sonado muchas veces los cambios de trago en las mesas. Justo frente al escenario se ponen de pie dos mujeres que (quizás) retomando un par de coreografías típicas de los actos escolares, empiezan sus pasos como retomando movimientos pendientes desde hace años, décadas. Una hermosa venezolana baila y al hacerlo, quiere que se escuche a 4.000 Kilómetros de distancia.
En este momento suena El norte es una quimera y se incorpora un genial Jeremy Smith en las maracas. A juzgar por la nostalgia, la quimera parece situada al sur. La pantalla cierra sus proyecciones con un imponente jet de la mítica (y extinta) aerolínea Viasa recordando el final de la travesía nacional que procuraba en otros lares su asiento. Nos queda llegar a casa corriendo y esperar cualquier domingo de calor para dejar colar, como una travesura de la memoria el recuerdo sin barquilla de los Crema Paraíso y su bestial asalto cultural en Nueva York.