Publicado en andreimaginario.com
«Há uma música do povo
Não sei dizer se é um fado
Que ouvindo-a há um ritmo novo
No ser que tenho guardado»
Fernando Pessoa
El fado surgió hacia mediados del siglo XIX, según las más recientes investigaciones. Al igual que el tango y el bolero en Latinoamérica, el fado fue originalmente una canción de taberna, una canción de la vida nocturna que, si bien tuvo sus inicios en Lisboa, no se detuvo allí (hay, de hecho, un fado característico de la ciudad de Coímbra, con sus propios códigos estilísticos).
Mucho se discute sobre los antecedentes del fado. Algunos piensan que viene de la herencia árabe. Quizá piensen esto por la forma de adornarlo, o quizá por los barrios que lo vieron nacer: Alfama y Mouraria, antiguos barrios moros lisboetas donde aún se canta el fado. En cambio, los curadores del Museo del Fado, ubicado en Alfama, proponen la tesis de que el fado tiene sus orígenes en el particular proceso de intercambio cultural entre Portugal y las diferentes colonias portuguesas, especialmente Brasil. La misma posición la defiende Véronique Mortaigne, aunque sin negar una influencia quizá más remota e indeterminada de la ocupación mora. A este respecto, escribió: «El fado es, junto con la morna de Cabo Verde y la samba brasileña, un producto genuino del sincretismo musical afroeuropeo nacido en las plantaciones esclavista de América del Sur y los salones de la corte portuguesa expatriada. Es también el resultado del momento en que Lisboa, aún impregnada de las numerosas huellas de la ocupación mora, fue africanizada por el comercio triangular esclavista entre Europa, África y América». (Mortaine: El fado. Barcelona: Océano, 2003, pág. 7).
Esta tesis desmonta la idea de “pureza” sobre la que se funda la imagen del género. No es un hecho desconocido que, hasta cierto momento de la historiografía, la occidentalización se observó como un proceso casi unidireccional, subrayando las influencias de los países conquistadores sobre sus colonias, sin evidenciar la retroalimentación como un modo de transformación cultural del “colonizador”. El caso de la relación Portugal-Brasil tiene una complejidad particular, puesto que Brasil fue, a causa de las invasiones napoleónicas, casa del imperio portugués en el siglo XIX. Pero aunque hubiera sido de otro modo, hoy sabemos que los intercambios culturales nunca son unilaterales.
En la época de Pessoa, el fado aún era un género de la noche soterrada, cuyas letras solían salir de la pluma de poetas populares, con gran sensibilidad, con sentido del humor y con un marcado sentido político que hoy en día parece no ser tan notorio. Fadistas como Alfredo Marceneiro (1891-1982) sellaron la presencia del fado en Lisboa. Marceneiro marcaría, a partir de los años 20, un hito importante en la configuración del género de raíz tradicional. Proscrito de la sociedad “de bien” y censurado durante el período del Estado Nuevo o gobierno salazarista, el fado, a pesar de su evidente popularidad, tuvo que esperar la oportuna alianza de Amalia Rodrigues (1920-1999) y Alain Oulman (1928-1990) hacia mediados del siglo XX para que su más que justa dignidad fuera reconocida ante los sectores de élite. No sin escándalo inicial, Amalia y Oulman se atrevieron a musicalizar e interpretar bajo la égida del fado a los grandes poetas portugueses, tanto antiguos como contemporáneos: Luis de Camões, David Mourão-Ferreira y Alexandre O’Neill serían algunos de ellos.
Muchos fadistas han sido, desde los inicios del género hasta hoy, motores de este proceso, dejando una huella imborrable en esta hermosa tradición musical portuguesa: María Teresa de Noronha (1918-1993) (representante del fado aristocrático), Carlos do Carmo (1939) y Paulo Carvalho (1947), por sólo nombrar algunos. En la medida en que se ha ido internacionalizando, el fado ha influido en otros géneros y se ha dejado influir también. En este mundo globalizante, le debemos a artistas como Dulce Pontes, Mísia y al grupo Madredeus (si bien este grupo no es precisamente de fados) en los años noventa la difusión de un fado “renovado” o “releído”, es decir, la aparición de un fado “no puro”, no “fosilizado”, sino “en movimiento”, y les debemos también una nueva etapa en su internacionalización y la internacionalización de la música hecha en Portugal más allá del fado. En ese camino también pueden reconocerse hoy en día en algunos trabajos de Mariza, Carminho o Ana Moura.
Justamente porque estamos en un período de transformación, en la actualidad también existe lo que podemos llamar “puristas del fado”, pues sólo en la transformación tiene sentido su presencia. Aunque su gusto no es cuestionable y el papel de los puristas es necesario para el resguardo de la memoria histórica, la transformación es inevitable y tiene su lugar en la construcción de las nuevas identidades (tal como el fado fue el fruto de una transformación). Esto es consecuencia del proceso histórico de Portugal: hoy existen importantes comunidades portuguesas esparcidas por el mundo, en las que se sigue interpretando el fado, como en Venezuela, manteniendo vivo el diálogo con su cultura de origen y la cultura de las sociedades que las han acogido.
Siempre habrá aquellos que profundizan en las raíces del fado, y nos siguen obsequiando los ecos de una cultura vigente, profunda, creativa, sensible y afectuosa como la portuguesa. Más allá de toda polémica, hoy la fama del fado se ha extendido llamando la atención del mundo entero, al punto de que ha sido nombrado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en el año 2011 por la UNESCO. Eso significa que el fado ha llegado para quedarse. Significa, finalmente, que el fado ha cumplido su destino.
Algunos ejemplos sobre el fado y sus interpretes:
Alfredo Marceneiro interpreta “O Marceneiro”, un fado cuya letra lo presenta a él mismo como fadista.
https://youtu.be/HM4Jcffz3y0
Amália Rodrigues interpreta “Estranha forma de vida”, con música de Alfredo Marceneiro y letra de la misma Amália
Mariza interpreta “Rosa Branca”, del disco Terra.