Publicado en The New York Times
LOS ÁNGELES – Hace casi dos meses, después del asesinato del violista Armando Cañizales a manos de las fuerzas de seguridad, levanté mi voz contra la violencia y la represión en Venezuela, mi país natal. Tenía que pronunciarme porque los venezolanos están desesperados por que se reconozca su igualdad y derechos inalienables para poder satisfacer sus necesidades básicas. Esta confrontación extrema y la polarización son un obstáculo para el entendimiento y una coexistencia democrática pacífica y no puede mantenerse así. Nada justifica la muerte de mis compatriotas.
Mi país pasa por momentos lúgubres y complicados; va por un camino que podría llevarnos de manera inevitable a la traición de nuestras tradiciones nacionales más arraigadas.
Hemos alcanzado una encrucijada clave, con la convocatoria por parte del gobierno de una Asamblea Nacional Constituyente para el 30 de julio, que reescribiría la Constitución. Esta no es la respuesta. Todos los ciudadanos venezolanos tenemos la responsabilidad de hacer lo que podamos para revertir la situación actual, defender nuestros valores democráticos fundamentales y prevenir más muertes.
He aprendido que nuestra sociedad, como una orquesta, está formada por grandes cantidades de personas, todas diferentes y únicas, cada una con sus propias ideas, convicciones personales y cosmovisiones. Esta magnífica diversidad significa que en la política, tal como en la música, no existen verdades absolutas. Para poder prosperar como sociedad (y alcanzar la excelencia musical), debemos crear un marco de referencia con el que se sientan incluidas todas las personas pese a sus diferencias, uno que minimice el ruido y la cacofonía de los desacuerdos, y nos permita afinar por medio de la pluralidad y los diferentes puntos de vista.
En el pasado, he batallado con inmiscuirme en el discurso político porque creo que ese no es mi papel. Pero la gente ha intentado leer mis acciones, en busca de algún significado político profundo. No quiero tomar bandos pero estoy dispuesto a levantar mi voz. Para mí se trata de los valores y procesos para elegir nuestro liderazgo político, no sobre quién resulta ser ese líder.
Como resultado de mi firme respeto por la justicia y la diversidad humana tengo la obligación como ciudadano venezolano de pronunciarme contra la decisión inconstitucional del gobierno de convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que no solo tendrá el poder de reescribir la Constitución sino de disolver a las instituciones del Estado. Esta decisión solo exacerba el conflicto ya existente y las tensiones sociales. Nuestra Constitución no está siendo respetada. Pese a los eventos del domingo pasado, cuando más de 7 millones de venezolanos en casa y en el extranjero mostraron su rechazo a los planes del gobierno, no hemos podido pronunciarnos de manera pública por medio de alguna instancia cuyas decisiones sean vinculantes.
Insto al gobierno venezolano a suspender la convocatoria para la Asamblea Nacional Constituyente. Le pido a todos los líderes políticos venezolanos que cumplan con sus responsabilidades como representantes del pueblo y creen las condiciones necesarias para alcanzar un nuevo marco para nuestra existencia. Nuestro país requiere de manera urgente establecer los fundamentos de un orden democrático que garantice la paz social, la seguridad y un futuro próspero para nuestros hijos e hijas.
No puede haber dos constituciones, dos procesos electorales y dos asambleas legislativas. Venezuela es una sola nación; un país en el que hay cabida para todos, un país donde las personas de todo tipo deben poder participar y expresarse de manera libre, sin temor a represalias, a la violencia callejera o represión. Buscar la victoria por la fuerza y la imposición de ideas llevará de manera inevitable a una derrota colectiva para Venezuela. El único camino legítimo a la victoria es por medio de las urnas y el respeto al Estado de derecho.
Pienso con angustia y dolor en todas las personas asesinadas durante los últimos meses, más de 90 días hasta el momento. Pero también veo en los eventos recientes un presagio de esperanza, unos primeros pasos importantes y verdaderas posibilidades del cambio positivo que puede llegar para Venezuela.
Nosotros los venezolanos necesitamos estos momentos de esperanza para recuperar la armonía que tanto anhelamos. La voluntad de negociar genera la esperanza de un país plural e incluyente, un mejor futuro para nuestros hijos. La voluntad de negociar implica, al fin y al cabo, una creencia en la Venezuela democrática y pacífica, capaz de crear más oportunidades y una mejor vida para todos.
Creo en esa Venezuela.