Don Baylor era sinónimo de poder y eso producía emociones según el lado del parque y la afición.
Se esperaba que desapareciera la pelota y aumentara la distancia o volteara el juego. La mayoría que se sentaba sobre primera, lo deseaba y la mayoría sobre tercera lo temía, lo temíamos, incluso quienes lo recordamos “de oído”, de tantas historias para describir su estampa y fuerza en aquellos días.
Si algo tenía aquel “Poder Negro” del cual formaba parte Baylor, era un apodo bien ganado, en todas sus etapas y con todo su elenco: Pat Kelly, Harold King, Clarence Gaston, Jim Holt, Jim Rice, Dave Parker y Mitchell Page, armados con sus bates, eran artilleros que amedrentaban con solo escuchar sus nombres.
Eran tiempos en los que la pelota profesional venezolana contaba con jugadores que venían de brillar en las Mayores. No existían los jugosos contratos de ahora y el salario en la LVBP era atractivo, además del buen beisbol.
Se supo de también de él por el incidente en el que se lesionó Remigio Hermoso, consecuencia de una jugada, así que el nombre de Don Baylor nunca mas nos fue extraño y al terminar su carrera como pelotero activo le vimos como coach, hasta que de nuevo se instaló en las noticias beisboleras de todos los días, cuando tomó el mando de los Rockies de Colorado, equipo de la reciente expansión que pronto ganó muchas simpatías con sus inolvidables “Bombarderos de la calle Blake”: Dante Bichette, Vinicio Castilla, Larry Walker y Andrés Galarraga.
En 1992, el “Gran Gato” experimentó un slump estruendoso y preocupante, aquella temporada en San Luis parecía ser el fin.
Una noche en Shea Stadium, Joe Torre, manager de los Cardenales, sacó al Gato por un emergente. Según recordó Baylor en el documental “Galarraga, beisbol, puro beisbol”, co escrito por César Miguel Rondón y quien suscribe, Andrés se sirvió agua en un vaso y las manos le temblaban, afectado por lo sucedido. Al terminar el juego, en el pasillo, recuerda el “Muchacho de Chapellin”, Baylor le dijo que con sus condiciones solo había que trabajar y modificar un par de cosas, y le cambió la mecánica. Lo paró de frente al lanzador y le aconsejó una variación en el ajuste antes de conectarla y así fue como lo trajo de vuelta, porque los gatos tienen varias vidas.
Andrés Galarraga, practicamente en una sola pierna, luego de regresar de una lesión en la rodilla que casi lo deja fuera, logró el título de bateo en 1993, una temporada épica en la historia de ambos. Baylor se convirtió en el manager que mas rápido condujo a un equipo de la expansión a playoff y Andrés, con .370 de promedio, fue mejor bateador que Tony Gwynn.
A la vuelta de unas temporadas, Baylor y el Gato se fueron de Colorado para coincidir en Atlanta, Baylor como coach y Galarraga en su segundo año en los Bravos, pero el Gato fue diagnosticado de cáncer aquella primavera de 1999.
Unas semanas después de la mala noticia sobre Andrés, y el anuncio de que perdería la temporada para someterse a tratamiento, encontramos a Don Baylor en Port Saint Lucie, en un juego de exhibición entre los Mets y los Bravos, que por cierto decidió Melvin Mora con HR en extrainning.
Conversamos con Baylor en un grupo encabezado por Ruben Mijares y David Concepción, en el que también estaban, Francisco Blavia, Fiorella Perfetto, y los amigos Ubaldo Armas y Daibor Trujillo.
Le pregunté a Baylor si le parecía conveniente que Andrés jugara pelota invernal y respondió: “Sería muy bueno para él y yo quisiera dirigirlo”. Solo para confirmar, le insistí “¿quisiera dirigir a los Leones del Caracas?” Y me dijo que sí, resaltando el respeto que sentía por la afición melenuda cuando vistió el uniforme del Magallanes y el afecto por Venezuela y su gente.
Tomamos sus contactos y mas tarde transmitimos al gerente Oscar Prieto Párraga de lo sucedido, en efecto hicieron contacto y de aquel pacto que no pudo concretarse dio cuenta Humberto Acosta. A las semanas Baylor fue nombrado manager de los Cubs y así terminó mi ilusión de verlo con la camisa de los Leones del Caracas. No pudo ser sino una anécdota de “La tarde que casi firmo a Don Baylor”.
Vino a Venezuela a dirigir a los Bravos, contratado por Rubén Mijares, su gran amigo desde los días del legendario “Poder negro”.
Hoy leemos que estuvo peleando varios turnos contra el cáncer, hasta que finalmente anotó su última carrera.
Se le recordará siempre como le vimos, como lo recuerdan el Gran Gato, Henry Blanco, Eduardo Pérez y yo, aunque nunca he tomado un turno: como un temible slugger, un coach sabio, un manager inspirador y un hombre generoso y amable, entrevistado de lujo, grato y enamorado de Venezuela.
Ha sido un gusto temerle.