Discurso de Orden del periodista Alonso Moleiro con motivo de la celebración del Día del Periodista en la Asamblea Nacional

Discurso de Orden del periodista Alonso Moleiro

Por: Alonso Moleiro

Discurso de Orden del periodista Alonso Moleiro

Señor Presidente Interino de la República, Juan Guaidó

Señores directivos de la soberana Asamblea Nacional de Venezuela

Señores diputados

Agradezco enormemente la invitación para esta sesión especial.

I  La era de la oscuridad.

Conmemoramos de nuevo el Día del Periodista en uno de los momentos más oscuros de la historia de la República.

Vivimos en un país que ha sido devastado y saqueado por la élite política dominante. Un elenco de dirigente que ha controlado la vida nacional en todo lo que va de siglo y que ha apropiado de todas las instancias de poder en el país

Un movimiento político, el chavismo, que alguna vez fue mayoritario, y que administró su condición durante varios años invocando la democracia protagónica, se ha decidido a escamotear, trastocar y adulterar el equilibrio institucional de la República, una vez que pudo comprobar que la crisis que había creado –crisis que fue advertida en incontables ocasiones por los expertos en economía— produjo un terremoto político que los dejó convertidos en una irremediable minoría.

La erosión popular del chavismo está a la vista. Los chavistas siguen empeñados en tapar el sol con un dedo. Venezuela es otro país desde 2016.  En las dictaduras posmodernas, afortunadamente, todavía está permitido realizar y analizar encuestas.

II Sobre las causas de la crisis.

La Asamblea Constituyente es un organismo espúreo. Para convocar a una genuina Constituyente era necesario organizar obligatoriamente un Referéndum que determinara si los venezolanos estaban o no interesados en tal cosa.

Se trata de un foro en el cual no está representado, ni de lejos, la totalidad del país nacional,  y que se impuso entre los ciudadanos en un simulacro ejercido a sangre y fuego. El día en que se celebraron sus comicios murieron 19 personas en enfrentamientos callejeros

La sentencia judicial que impide a esta Soberana Asamblea Nacional legislar –pináculo y detonante de la crisis de 2017- constituyó un Golpe de Estado en el cual quedó desconocido el pronunciamiento popular y electoral de 2015, con todas sus implicaciones.

Los parlamentos, lo dijo Rousseu, –una de las influencias intelectuales de Simón Bolívar—son cuerpos colegiados en el cual reposa el corazón de la soberanía y la democracia.

Por arte de birlibirloque, gracias a lo que dispuso el TSJ, el parlamento que cesó en funciones en 2015, reencarnado de nuevo en la Constituyente, tiene facultades para gobernar el país por encima del parlamento que hemos electo en diciembre de ese mismo año. 

Las consultas electorales de gobernadores y alcaldes posteriores a la Constituyente se ejecutaron en medio de una ola general de serios cuestionamientos, que han colocado en un grave entredicho el mapa de la gobernabilidad y ha arruinado la cotidianidad del país.

Las elecciones presidenciales de mayo de 2018 fueron escandalosamente fraudulentas: un presidente que tiene muchísimas cosas qué explicarle a los ciudadanos, negado a rendir cuentas    –a presentar, siquiera, un proyecto de presupuesto decente a consideración del parlamento—   maniobró para adelantar de forma inconsulta la fecha de los comicios, sacó de carrera a dos partidos políticos, vetó a cualquier liderazgo disidente que fuese capaz de derrotarlo,  y organizó, con sus ramificaciones en el estado chavista, una parodia de consulta que transcurrió en una microcampaña electoral de diez días. Todos los recursos para el candidato del gobierno, ninguno para sus competidores

Las Fuerzas Armadas organizaron un Plan República amañado y parcial, en el cual fue posible el acarreo de votos al chavismo, con centros electorales cerraran sus puertas de forma inconsulta, o extendieran su hora de cierraçe de forma inconcebible, dependiendo de lo que necesitara Maduro.

Fue la concreción de una estafa que disparó todas las alarmas en la Comunidad Internacional.

Las elecciones que montó Maduro el 20 de mayo de 2018 se parecen demasiado a las que organizó el perezjimenismo el 30 de noviembre de 1952. Todo el mundo, menos sus organizadores, cantaron el fraude. Así lo van a recoger los libros de historia

El chavismo siempre nos recuerda que ellos han ganado muchas elecciones. Habrá que responderles: si, han triunfado en unos partidos de fútbol que siempre comienzan 2 a 0

III Normalizar la barbarie y el atraso

Algunos de los elementos que aquí expongo pueden parecer a algunos historias repetidas, conocidas y ya sabidas, que forman parte del paisaje.

Me animo a enumerarlos por enésima vez, aspirando a que no suceda con la vida institucional del país lo que algunos temen que pase con los cortes de luz: que los aceptemos por naturales, que los asumamos de forma descontada por inevitables. Que nos resignemos a coexistir con ellos.

Que los abusos del chavismo formen parte de una circunstancia crónica, de una tradición cultural en una nación azotada y sin memoria. Que se instale entre nosotros una realidad injusta y contranatura, pero incomovible, tan predecible como el cerro el Avila o los aguaceros de estos días. Que aceptemos resignados nuestra desventura.

IV Los periodistas, perseguidos

Los mandos chavistas han desplegado, en estos años de Maduro, una letal y orquestada ofensiva para destruir los medios de comunicación existentes, silenciar el ejercicio informativo y acallar a las voces disidentes que plantean un debate honesto, que le juegue limpio al país, que interprete la Constitución de forma noble, sobre las causas de la crisis que vivimos y el camino para salir de ella.

La crisis que ha reducido a la mitad el tamaño de la economía venezolana y ha provocado la migración involuntaria de millones de personas.

Ofensivas tributarias, judicialización de la información, ataques silentes a portales digitales, asaltos, detención a corresponsales extranjeros,  clausuras discrecionales, violencia callejera y toda clase de amenazas a los periodistas y trabajadores de la información.  Son cosas que forman parte de nuestras vidas, pero que vamos a seguir denunciando, porque no hemos renunciado a quererlos superar.

Hábitos repudiables, salvajes, dignos de gente que no tiene ilustración ni principios, con los cuales llevamos 20 años lidiando, convertidos, también, en tradición política.

Los venezolanos tienen derecho a saber qué sucede en su país. Tienen derecho a saber qué paso con el Capitán de Navío Acosta Arévalo.  Tienen derecho a exigirle al gobierno de Maduro una explicación sobre el derrumbe de la producción petrolera. Tienen derecho a pedir cuentas sobre el uso y el destino de la hacienda pública. Tienen derecho a confiar de nuevo en sus instituciones. Tienen derecho a obtener medicamentos oportunos y poder hacer mercado con el fruto de su trabajo.  Los venezolanos tienen derecho a poder escoger a sus gobernantes. A disfrutar  de la conquista universal de la alternabilidad política.  A premiar a los que lo hacen bien y castigar a quienes lo hacen mal.

V La imparcialidad, en este momento un esfuerzo inútil

Existe un debate crónico en el seno del periodismo en torno al alcance que tiene la imparcialidad en el  desempeño de su labor.

Muchas personas le piden a los periodistas que se inhiban de interpretar los hechos, que sólo formulen preguntas, que no tengan una aproximación panorámica, crítica, consciente,  sobre lo que sucede en su entorno.

A los políticos chavistas le encanta exigirle neutralidad a los periodistas, pero a los periodistas que no pueden controlar.

Soy de lo que piensa que la exigencia de la imparcialidad en el periodismo es una quimera muy discutible.

Los periodistas debemos tomar una distancia anímica de los hechos en el tratamiento de la noticias, pero no debemos olvidar que trabajamos con conceptos y que tenemos una responsabilidad intelectual y moral con el entorno.

Formamos parte del debate de la opinión pública, somos tributarios y causahabientes de las libertades civiles y pertenecemos a una nación que nos compromete.

Un periodista no es un eunuco o un mandandero. Un periodista es un profesional que trabaja con criterios muy delicados, de enorme valía, y que lo único que no puede permitir, en nombre de la tolerancia, es que se instale entre nosotros una moción en la cual la tolerancia quede prohibida.

La imparcialidad es imposible en una sociedad como la nuestra, objetivamente desmantelada en todas sus estructuras, saliendo de un agotador proceso de polarización política y con una nación destruida de forma casi molecular.

Los periodistas tienen el derecho de investigar, de escrutar, de comprender y ayudar a comprender lo que sucede, y tienen el deber de relatárselo a la audiencia.  

 El único imperativo que tiene un periodista es trabajar con criterio republicano en favor del interés general, de la verdad, de la transparencia.

No es necesario ser completamente imparcial  en el periodismo. El ejercicio compulsivo de la imparcialidad se puede convertir en una comedia. Una cosa es el equilibrio y otra el equilibrismo. Las autocracias siempre le presentan a las sociedades este curiosa paradoja: aquel que use el sentido común y hable con naturalidad de lo que sucede es visto como un loco y un impertinente, como un sujeto incómodo e indeseable, incluso por otros demócratas, que son tomados como rehenes y son obligados a emplear los códigos de la censura.

Ser imparcial no es una opción. Imparciales deben ser los árbitros de fútbol, no los periodistas.  Muchísimo menos mientras sobre nuestro país se van colocando capaz y soportes para instalar definitivamente  una dictadura que puede comprometer el futuro de nuestros hijos. La única obligación que tiene un periodista es ser honesto.

VI Un llamado al chavismo

 Venezuela necesita normalizar su vida política respetando los derechos de todos los ciudadanos.

El chavismo ha resultado un movimiento político en estado adolescente, que no cuestiona sus métodos, que se siente con derecho a hacer cualquier cosa, que  ha secuestrado el interés nacional y los ha solapado con su propios intereses, y que se cree en demasía su propia leyenda, con unas desproporcionadas dosis de narcicismo político.

Un movimiento al que le gusta invocar la lealtad cómplice del complot político para esconder sus desafueros.

Pónganse a derecho. Regresen al parlamento. Abandonen la barbarie. Regresen a la política.  Asumen su condición minoritaria con la misma disposición  con la cual ejercieron su mayoría. Respetan las interpelaciones legislativas.  Respeten el voto popular. Respeten la casa de las leyes. Defiendan sus logros y reconozcan sus errores. Venezuela no es un gallinero. Ustedes están obligados a comportarse con virtud y honor.

Ningún movimiento político de la izquierda mundial se ha atrevido a ejecutar las barbaridades que ustedes adelantan en Venezuela cuando dejaron de ser mayoría. Ni el Frente Amplio Urugayo, ni Podemos en España, ni Cristina Fernández, an Argentina, ni Rafael Correa en Ecuador. Ni siquiera Evo Morales.

Aténganse a una solución política para rescatar la dignidad de nuestra patria, para conquistar la paz en un espacio compartido. Venezuela es hoy en día es una vergüenza colectiva, sangrando o ciudadanos desesperados que emigran a cualquier lugar para poder sobrevivir.

Estudien. Lean libros. Dejen de ser el ejemplo del atraso y la falta de ilustración. Abandonen la conducta incivil y tercermundista. Tengan la integridad, el empaque, el valor civil y el honor que se necesita  para  cumplir, siendo minoría, aquello que con tanta pasión le exigían a sus adversarios cuando eran mayoría.

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