Donald Trump para mí no es más que un fanfarrón y un tramposo importante. Si usted repara con algún detenimiento en cómo ha hecho su fortuna, verá que ha sido más o menos de trampilla en trampilla. Un extenso reportaje en la revista Time de hace un par semanas lo evidencia. Trump entra ahora en la carrera política lanzando un discurso ultra reaccionario, de extrema extrema derecha. Este tipo de posturas ha tenido algún éxito en algunos países del primer mundo, especialmente en Europa, Alemania y Francia son un ejemplo. Sin embargo, es un éxito relativo porque si bien levantan polvareda y algún interés, a la larga siempre terminan frenados. La socialcristiana Merkel, por ejemplo, sigue gobernando en Alemania y el socialista François Hollande sigue gobernando en Francia.
El partido republicano trata de ver cómo frena al señor Trump. Muchos analistas dicen que él puede ser la gran debacle para el partido, porque si bien Trump entusiasma en los sectores más radicales, este partido tiene también otros actores. Trump alude a un público muy especifico en los Estados Unidos, el publico blanco, el llamado wasp; ese blanco que no se siente cómodo con el de piel más oscura, el blanco protestante que no quiere nada con la inmigración de seres “inferiores”, para decirlo con la crudeza del caso.
Trump ha lanzado una campaña durísima, en particular contra los mexicanos. Coca Cola, empresa capitalista como la que más, gran emblema cultural y económico de los Estados Unidos. Más de una vez a la Estatua de la Libertad le quitaron la antorcha para ponerle una botella de Coca Cola. Este gigante económico, pues, ha decidió responderle a Donald Trump. Y lo ha hecho con una pieza publicitaria extraordinaria. Es la respuesta a nombre de los latinos de los Estados Unidos a Donald Trump. Las consecuencias, ya los publicistas las sabrán medir por los indicadores de los mercados y las reacciones en redes sociales y otros medios. Pero no cabe duda que, en política, Coca-Cola está apuntando al público correcto.
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