¿Qué nos hace humanos? ¿Cuál es la gran diferencia entre nosotros y el resto de los animales? Pues que hablamos. Y hablamos porque pensamos. Ya mucho después del primer hombre, Descartes diría “Pienso luego existo”, pero eso es otro asunto. Lo importante es que necesitamos comunicarnos con los otros. Somos la única especie que está consciente de ello. Y para comunicarnos hablamos. La lengua es nuestra gran virtud. La lengua puede ser nuestro más sublime arte. Pero puede ser, y de qué manera, nuestra perdición. Más de uno lo ha perdido todo por hablar de más. Nada peor que a usted le digan “un lengua larga”. Sin embargo, la lengua -como decía- puede ser todo un arte. La poesía, la más excelsa de todas. Cuando hablo de la lengua como perdición, no se me pasa el primer castigo: la imagen bíblica de la Torre de Babel. Todos, según la Biblia, hablábamos el mismo idioma. Pero la tentación humana es peligrosa: decidieron los hombres hacer una torre tan alta que llegara al cielo. Estos hombres querían llegar verle las barbas a Dios; una manera, claro está, de verlo a la par, de igualarlo. Ellos, evidentemente, eran unos ilusos por no decir unos tontos. Si el cielo nunca se alcanza.
En todo caso, según la leyenda bíblica, ante semejante osadía e insolencia, Dios decidió que cada pueblo, cada región, cada tribu hablase una lengua distinta para que nadie se pudiera entender, y así se interrumpiera la construcción de Torre tan ambiciosa. Así es como, se supone, cada uno de nosotros, de nuestros pueblos, de nuestras culturas terminó hablando idiomas distintos.
Ahora bien. ¿De dónde viene nuestro lenguaje?
Según los lingüistas, buena parte de los idiomas modernos derivan del indoeuropeo, una lengua que se habría hablado en el cuarto milenio antes de nuestra era. El filólogo de la Universidad de Salamanca, Francisco Villar Liébana, considera que ese idioma habría tenido diferentes variedades. “Desde hace 11.000 años existían en Europa tres bloques dialectales: uno en la península ibérica, otro en Italia y otro en los Balcanes”, explica Villar, que considera que esta separación fue causada por la última gran glaciación.
Esta recubrió nuestro continente con “un permafrost donde no era posible la vida”. Las poblaciones humanas se resguardaron en esos tres refugios meridionales y quedaron aisladas: “Las tres áreas geográficas estaban ocupadas por gentes que en el futuro aparecerán como hablantes de lenguas indoeuropeas”, concluye Villar. Para el lingüista estadounidense Merritt Ruhlen, semejanzas fonéticas presentes en todos los idiomas sugieren que todos ellos –tanto los indoeuropeos como los de otras raíces, como el chino, el tibetano y el bantú– tuvieron un origen común: la lengua hablada por las comunidades humanas que salieron de África hace 50.000 años.
Imagínese usted lo que supone 50 mil años. Los judíos, por ejemplo que se ufanan -y con razón- de ser un pueblo milenario, apenas cumplieron hace poco 5 mil y tantos años. Es decir, apenas un 10% de la otra cifra abrumadora, casi monstruosa. Piense usted que apenas estamos en el siglo XXI, apenas en el año 2001 de nuestra era. Imagínese todo lo que se ha hablado desde hace 50 mil años hasta este presente. Cualquier cosa es posible, incluida una insólita Torre de Babel.