Semanas atrás hablábamos de la película “Blackthorn” del español Mateo Gil, protagonizada por Sam Shepard, a propósito de los últimos días de Butch Cassidy, allá en el altiplano boliviano. Al mencionar la película, dijimos pues, el español maneja muy bien los grandes espacios y nos hace recordar al británico David Lean, y, ya que de vaqueras hablábamos, pues al norteamericano John Ford, el maestro de todos los maestros. Pues, después de eso nos quedamos con las ganas y fuimos a ver el gran clásico de John Ford, “Stagecoach”, “La diligencia”, el western por excelencia.
Esta película, en el año 39, estuvo compitiendo al “Oscar” por la mejor película con “Mr. Smith Goes to Washington”, nada menos que de Frank Capra, “Adiós, Mr. Chips” de Sam Wood y “Cumbres borrascosas” de William Wyler, pero todo se estrelló ante el arrastre que supuso “Lo que el viento se llevó”, de Víctor Fleming. Sin embargo, con el tiempo, “La diligencia” de John Ford, ha quedado quizá con mas vida, mas pulida que “Lo que el viento se llevó”.
De 6 “Oscar”, se llevó el Oscar a la “Mejor banda sonora” y el Oscar a Thomas Mitchell, como “Actor de reparto”. Thomas Mitchell era el doctor que estaba siempre, absolutamente borracho.
“La diligencia” es una película que se inspira en la historia “Stage to Lordsburg”, “La diligencia a Lordsburg”, es un cuento corto de Ernest Haycox. Esta idea fue ampliada por el propio Ford para llevarla al cine, y de entrada es una historia apasionante. Es la típica historia del viaje. Es la película del camino. Un grupo de personajes, todos ellos muy diversos. Un jugador de pasado misterioso. Un banquero bastante inescrupuloso. Una prostituta mal vista por la dama de sociedad, que está a punto de parir, está en avanzado estado de gravidez. Además de ellos, un médico borracho, alcoholizado, que es expulsado del pueblo y va por esos caminos del desierto a buscar mejor fortuna. Además de esto, un hombre que decide vender whisky local y se convierte en el agente viajero, más un forajido, que tiene que ser llevado por el sheriff hasta otro pueblo donde lo van a encarcelar. Además de esto, evidentemente, el cochero.
El forajido, era nada menos que John Wayne, en su primera protagonización importante. John Wayne hacia aquí el papel del “Ringo Kid”, ya el mero enunciado de “Ringo Kid”, los pone pues en un personaje completamente arquetípico, paradigmático. Y arranca esta diligencia que se va a adentrar en, literalmente, territorio “Comanche”.
Todo lo que supone una película de vaqueros esta aquí, y todo lo que supone reunir a un grupo de caracteres tan diversos, en un espacio tan cerrado como una diligencia, para un trayecto lleno de sorpresas, misterios y peligros, es lo que, elementos combinados, nos dan la magia real del cine.
Ya después Alfred Hitchcock nos daría un mundo con los náufragos, y ya después, la señora Agatha Christie nos enseñaría todo lo que se puede hacer, cuando se reúne a un grupo de personas en un ambiente así, cerrado, sin poca escapatoria, pero en el caso de John Ford, es en el valle abierto del desierto, propiamente en “Mountain Valley”, en Arizona, donde el hizo después muchas de sus películas. Fascinante verle su criterio fotográfico tan moderno, tan actual, tan vigente. Su manejo de las situaciones, su manejo de los actores. El tempo que tiene para narrar. No en balde, Francis Coppola decidió llamarse Francis “Ford” Coppola, en homenaje al gran maestro.
Una de las sorpresas magnificas que tiene “La diligencia” de Ford, es la aparición de esa gran bolerista mexicana Elvira Ríos. Ella hace aquí el papel de la malvada conspiradora contra los gringos y nos deja este pedacito de canción.
Y recuerdo todavía, cada vez que veo “La diligencia”, y hablo de John Ford, una anécdota que me refiriera el talentosísimo director venezolano Luis Alberto Lamata. Me decía Luis Alberto: “en una oportunidad le preguntaron a John Ford, ¿por qué nunca los indios le dispararon a los caballos? Y Ford respondió: por una razón muy sencilla, porque si matan a los caballos, se me acaba la película”.