Kilómetro Cero
Autor: Leonardo Padrón
Grupo Planeta
2013
El pasado 21 de mayo, se bautizó oficialmente, el libro Kilómetro Cero, de Leonardo Padrón. Fue todo un acontecimiento social y cultural en la ciudad. Hasta Ismael García, el hombre de moda, el hombre que está en el tope de las noticias luego de su revelación del audio de Mario Silva, se hizo presente, en el bautizo del libro de Leonardo Padrón.
En el pasado Festival de la Lectura en Chacao, me tocó el honor de presentarlo. Para esa ocasión escribí el texto que se acompaña con esta breve reseña. Sin embargo, el lunes 20, justo a la víspera del gran bautizo en el Trasnocho, me tocó conversar con Leonardo. He aquí esa conversación.
Texto presentación Libro Kilometro Cero, de Leonardo Padrón
Festival de la Lectura de Chacao, 2013
Lo voy a soltar de una, sin empacho: este es el mejor libro de Leonardo Padrón. La frase a más de uno le podrá sonar temeraria y altisonante, sobre todo si tenemos en cuenta que Padrón ha publicado una obra amplia, sólida, variada e importante. Obra que incluye poesía, ensayo, guiones cinematográficos y el género de la entrevista de largo aliento que con tanto éxito ha cultivado en “Los imposibles”. No obstante, me atrevo a ratificar la sentencia inicial porque este libro que esta tarde nos reúne, “Kilómetro cero”, es no sólo el compendio de todos los géneros anteriores, sino la manifestación más personal, cruda, directa y desnuda, de quién es en realidad Leonardo Padrón.
Para poder explicar el punto, he de entrar en el siempre delicado y gaseoso terreno de las confidencias. ¿Quién es en realidad Leonardo Padrón? En primer lugar, diría que un venezolano, un caraqueño de su tiempo. Es decir, pasa buena parte del día encerrado en el carro; y, como muchos de nosotros, esa parte del día la pasa arrecho. Pero, a diferencia de muchos de nosotros, él es poeta, lo que le permite descubrir, en medio de la arrechera del tráfico, a una pareja que ensaya pasos de tango en Altamira Sur, mientras la lluvia termina de complicarlo todo en la ciudad. Es caraqueñísimo, insisto, y por eso sabe sacarle carcajadas a las penurias. En este sentido, ya es harto elocuente la viñeta que abre el libro.
Una hermosa mujer se ejercita trotando por las calles de La Floresta. Mientras lo hace medita en una campaña de concientización para el país. “Andamos en crisis de valores”, piensa ella. Y, de repente, aparece un motorizado en la soledad de la calle. Acelera su moto hacia la bella mujer… “Ella piensa en su campaña por Twitter, algo que subraye la decencia, el espíritu comunitario. Él se acerca, maniobra el volante hacia su costado derecho. Ella ajusta el audífono en su oreja. Él se aproxima ominosamente. Los separan cinco metros de distancia. Él extiende la mano, abre la palma y aprieta fuertemente la nalga izquierda de ella. La carne se contrae. Sus glúteos chillan de furia. Él sigue de largo. Ella le grita ‘¡Desgraciado! ¡Maldito! ¡Qesúo!’ Él le lanza un beso y acelera. Ella se detiene, sudando rabia. Una frase se le queda estacionada en la boca: ‘¿Cómo voy a estar pensando en una campaña de valores ciudadanos si el país siempre termina agarrándome el culo?’”
Ese es Leo, le acompaña la carcajada, lo marca. Por más cruda y tramposa que sea la realidad, nunca logrará derrotarle la lucidez en la mirada y el buen humor que de ella se deriva. Por eso sus amigos lo frecuentamos, porque en tiempos de corrientes adversas un bombazo de ese oxígeno siempre hace falta.
Cuando insisto en que es el mejor libro de Leonardo, porque es el que mejor lo pone en evidencia, desnudándolo ante sus lectores, es porque doy fe, en tanto viejo amigo y compadre, que todas estas crónicas, o el espíritu que las alienta, estaban desde mucho antes de determinado poema, o de cierto ensayo o de cualquier entrevista. En otras palabras, hasta donde lo conozco, la crónica le es tan pertinente como su condición de ciudadano. Es el “natural” en esas aguas, como suele decirse, por ejemplo, del pitcher que sin esfuerzo suelta la recta a noventa y cinco millas: su destino son las Grandes Ligas como la crónica el del escritor Leonardo Padrón.
Un poema exige un trabajo arduo, largo y no pocas veces angustioso. Un guión cinematográfico implica muchos meses de dedicación, y ni hablar de todo lo que supone una entrevista antes, durante y después de realizarla. Pero, para Leo, un buen amigo cerca y un whiskey con soda en la mano ya dan pie para que la crónica se desate en todo su esplendor.
Muchas de estas crónicas antes de leerlas ya las había oído, así como he oído muchas que todavía no han llegado al papel. Pero pronto llegarán, lo sé, porque Leonardo, entre sus muchas ocupaciones, ahora ha colocado entre sus prioridades el arte de escribir crónicas con regularidad. Una afortunada invitación de El Nacional lo ha obligado a ponerle seriedad a este asunto. Y ese nuevo rigor es el que ha permitido que se publique este “Kilómetro cero”, que, no dudo, es apenas el primero de lo que será una larga lista de títulos de crónicas de Padrón.
Pero, ya que decidió caminar la crónica por la calle del medio, Leonardo se vio tentado a una aproximación teórica sobre el género. Buscó aquí y allá, leyó a los grandes cronistas, y, después de reflexionar a García Márquez (“Una crónica es un cuento que es verdad”) o a Caparrós (“un intento siempre fracasado de atrapar el tiempo en el que uno vive”), y a tantos otros, optó por su propia definición: “Hacer crónica es contar la realidad como si fuera mentira. Y hoy veo a mi país como una cantera abundante en historias inverosímiles. Un país donde, por ejemplo, la ministra de Prisiones amenaza con soltar a los presos que se porten mal… Un país donde el agua es más cara que la gasolina… Donde los comunistas rezan en televisión… Donde los policías atracan y secuestran a los ciudadanos… Donde los delitos los organiza gente que ya está presa y por lo tanto no los puedes meter presos…” Y la lista pica y se extiende, inacabable para un cronista de tan afilada mirada.
Ahora bien, ¿por qué “Kilómetro cero”? La referencia sólo le interesa al viajero. Al que merodea dentro de los límites de la ciudad el detalle le tiene sin cuidado. Pero sí es fundamental para el que se va lejos: saber cuánto ha recorrido, cuánto le falta por llegar, o cuánto tendrá que desandar. Pero los viajes que suponen estas crónicas de Leonardo Padrón son, como bien dice Alberto Barrera Tyszka en su hermoso prólogo, “otro tipo de viajes, que no se miden con las mismas millas, que funcionan con méritos y paralelos diferentes (…) Los muchos viajes que habitan las crónicas de Leonardo Padrón encuentran su unidad en una voz claramente definida, llena de humor, dispuesta siempre a dialogar con la sentimentalidad latinoamericana, decidida a pensar todo el tiempo en el país; en una estética que no teme saltar del crudo retrato social a la confidencia pasional; en una mirada aguda, que se deja inquietar por todo, que abandona fácilmente los prejuicios para entregarse a ese desorden que llamamos realidad.”
También repara Alberto, imprescindible contertulio en esas reuniones de crónicas orales, en el epígrafe de Flaubert que abre el libro: “De todas las orgías posibles, viajar es la mayor que conozco”. Y acota Barrera: “A partir de ese momento el lector deja la página en blanco para subirse a un lenguaje que es también un tránsito, un movimiento, un intercambio, un desorden sensorial que crea un nuevo orden, otra experiencia de los sentidos”.
La referencia es exacta, porque la experiencia que nos llega desde la prosa de Leonardo es también, y sobre todo, sensorial. De hecho, el cronista nos invita abiertamente a entrar en su peculiar mundo de sensaciones. Para muestra baste este botón:
“Una mujer con un inesperado olor a semen cruza la sala de la embajada americana y levanta, unánime, la quijada de un público aburrido de esperar”.
En fin… Hay sensaciones, olores, que sólo los percibe Leonardo, y si no son ciertos igual uno le cree. Total…
Quiero cerrar por donde empecé: es el mejor libro de Padrón porque, como en ningún otro, él está aquí presente, entregado. Sus crónicas tienen un perfil singular, que procura siempre la belleza, porque son escritas con el lenguaje del poeta; una estética inesperada porque se alimentan de la visión del cineasta; un hedor a cruda realidad porque, en definitiva, es un periodista el que les lleva el pulso.
Además de la sumatoria anterior, estas crónicas gozan de un detalle magnífico: son una invitación a la amistad. Arrime usted la silla y acompáñenos a viajar por el país, por el mundo, por tantas gentes distintas y por nosotros mismos. Esto es lo que hacemos los amigos. Sírvase lo que quiera.
César Miguel Rondón.
Plaza Altamira, 4 de mayo, 2013.
Les felicito a los dos. A César por tan sincera y bien lograda presentación y a Leonardo por su libro. Pido al Universo se me de el milagro, en algun instante mágico de esta surrealista Venezuela, de permitirme estar presente en una de esas reuniones. Dios, debe ser una experiencia increible.