Por: Laureano Márquez
Imagínense que el Dr. Caldera hubiese dicho: “todo el que no es calderista no es venezolano”. ¿Qué creen ustedes que habría pasado?, ¿qué creen ustedes que habrían dicho los que hoy aplauden este comentario desde el gobierno?
Nosotros porque ya no lo tomamos en serio, entre otras cosas porque sabemos que esto no es la Alemania nazi, que los métodos de aquella, que en efecto se aplican, están matizados por el trópico que todo lo corroe (lo bueno, pero también lo malo, gracias a Dios.
Alguna compensación tendría que tener este caos). Uno sabe que aunque aquí se decidiera la construcción de cámaras de gas para exterminar a esa mitad de la población para hacerle caso a Consultores 21 a la que se considera enemiga de la patria, no venezolana, no humana, la corrupción no permitirá la construcción de cámaras eficientes, que alguien se robará el presupuesto del techo y el gas se escapará por las rendijas mal tapadas, pero tampoco habrá gas venenoso, porque el contratista encargado de suministrar el Ciclón-B, para meterse el doble del billete, llenará las bombonas de aire y al final todos saldremos vivos y fortalecidos de la ducha.
Pero además, los encargados de mandarnos a “la solución final”, estoy seguro, se compadecerían de nosotros y nos ayudarían a escapar.
Lo anterior no atenúa la gravedad del comentario. Para que esa mitad de la población que tiene derecho a la vida lo entienda, imagínense que el Dr. Caldera hubiese dicho: “todo el que no es calderista no es venezolano”. ¿Qué creen ustedes que habría pasado?, ¿qué creen ustedes que habrían dicho los que hoy aplauden este comentario desde el gobierno? ¿Qué habría dicho la monja benedictina y doctora en Salud Pública, Teresa Forcades i Vila y la izquierda francesa? ¿Qué habría dicho el que te conté mismo si pudiese viajar en el tiempo y verse ahora desde la futurología del pasado, desde una época en contra de la cual insurgió? ¿Se habría reconocido? Por más que uno sepa que no lo van a exterminar, el genocidio de la palabra también surte su efecto.
La imaginación vuela. Yo saqué mi cédula y la contemplé y pensé: “¿será que me la van a cambiar, que me le van a poner un asterisco o algo?, ¿no es acaso la lista de Tascón nuestra estrella de David?”. Uno sabe que todo es jodiendo: que aquí nadie se va a suicidar con cápsulas de cianuro por el susodicho, perdiéndose el goce de ingentes fortunas mal habidas, que no hay clima para trenes repletos, que no habrá Tubinga, tan solo porque la obvia rima de la echaderita de vaina desarmará el campo antes de que comience. Pero igual entra un friíto.
Si no soy venezolano, ¿qué soy? ¿Qué son esos 20 mil votantes de Miami? ¿Qué es ser venezolano en definitiva?
Ser venezolano es ser educado, no insultar a nadie salvo casos extremos de tránsito, donde hasta, seguramente, el Cardenal Urosa suelta un desatino. El venezolano es sensible, compasivo, amable, detesta los privilegios, aunque los use con frecuencia. El venezolano nunca cree que otro venezolano es menos venezolano que él, pensar distinto no es problema. Hace más de un siglo que no nos matamos por pensar distinto.
Ser venezolano es tener una mentalidad igualitaria, es pensar que la salsa que es buena para el pavo lo es también para la pava, es reconocer la injusticia, aunque saques provecho de ella.
Ser venezolano es resolver con lo que se consigue, preparar un desayuno con lo que sobró de ayer. Ser venezolano es tener pasión por la música, cantar y bailar sabroso. Es tomarse una cerveza fría en la mañana para matar el ratón de ayer.
Ser venezolano es encomendarse a La Virgen, pedir la bendición, es persignarse antes de emprender algo importante. Ser venezolano es ser contradictorio, es tener un país en los sueños y otro en la práctica cotidiana, también tener la certeza de que todo va a estar bien.
Es criticarnos a nosotros mismos y decir: “bueno, es que somos así, qué vamos a hacer” o “por eso estamos como estamos”. Ser venezolano es creer que somos un país rico, no tolerar al abusador cuando el que no abusa es uno.
Ser venezolano es ser sensible ante el dolor ajeno, echarle una mano al otro, ser compasivo, perdonar y no ensañarse con el que está en desventura. Ser venezolano es hablar una lengua diferente, muy parecida al español, pero mucho más rica, llena de gestualidades, de palabras nuestras. Ser venezolano es vivir con la certeza de que no hay mujeres más bellas que las nuestras, de que tenemos cielo, selva, nieve y playas fabulosas al alcance de la mano.
Ser venezolano es contar con el humor, con una gracia característica de esta Tierra de Gracia, que, como en el Jardín de Epicuro, nos permite reír de la insensatez sin que caigamos en la debilidad de odiarla.
…Por lo tanto, venezolanos somos todos, también él, aunque haya quien dude.
Excelente y agudo el comentario de Laureano, como siempre pone el dedo en la llaga.