Por: Carlos Raúl Hernández
Schopenhauer dijo que “este mundo no puede ser obra de un ser bondadoso, sino de un demonio, para deleitarse en la contemplación de la tortura de los justos”, obviamente inspirado en la secta de los Cátaros del siglo XII. Mick Jagger, toma el modelo del Mefistófeles de Goethe, presenta al demonio como un sofisticado caballero, esgrimista de la ironía, que fomenta el mal con la mayor exquisitez. Posiblemente de allí Bram Stoker diseña Drácula, un aristócrata de las tinieblas, que se parece poco al Príncipe Vlad, su versión verdadera.
La imaginación medieval del hacedor del mal lo presenta con cuernos, cola y una apariencia monstruosa. Lutero cuenta que en su reclusorio de Wartburg debió arrojarle un tintero al maligno que lo asediaba mientras traducía la Biblia del latín al alemán para hacerla accesible a su pueblo. Estas son figuras literarias del mal. Distinta es su estremecedora presencia material. La que atormentaba a la juez Afiuni noche tras noche con la amenaza de rociarla con gasolina para encenderle fuego ¿Cómo dormía Afiuni?
El Maligno que se transfiguró en un grupo de degenerados que entraba a su calabozo, según cuenta Francisco Olivares en la estremecedora obra La presa del comandante. Con rostro de lobo feroz que pinta en la carátula. Agentes de la Gestapo que irrumpían en los hogares de los judíos, violaban las mujeres, destruían todo y se robaban las joyas. Aun peor: el bello rostro de la funcionaria venezolana que la amenaza con demandarla por llorar en público y hacer saber su inmenso dolor, su inenarrable humillación.
El Maligno cotidiano no es elegante. Los torturados en Alemania nazi o Cuba estaban privados del placer de morir destrozados por la tortura. Los revivía Menguele para verlos padecer. Solo es cosa del demonio, el sadismo de mantener policías inocentes ocho años presos, para que sufran al máximo el demencial tormento y se mueran lentamente, a conciencia. Borges decía que cualquier animal es superior al hombre porque no tiene conciencia de su fin. El peor crimen es hacer a un hombre tomar conciencia de la muerte.
Al poeta venezolano Alí Lameda, por hacer un chiste sobre Kim Il Sum, lo enterraron vivo en un calabozo de dos metros de largo por uno y medio de alto, donde estuvo siete años hasta que lo liberó la intermediación de Carlos Andrés Pérez. Se necesita un corazón agusanado para permitir que un humano cualquiera, aunque se tratara de Goebbels, fuera testigo impotente de su destrucción paulatina. Si el hombre es bueno o malo, es un antiguo debate aclarado por la filosofía y el sicoanálisis.
Pero hay unos peores que otros. El demonio cotidiano no tiene buenas maneras. Es el dolor horrendo, la impiedad, la sangre vertida entre carcajadas, el disfrute de despanzurrar humanos. “El infierno son los demás”, dijo Sartre. La frase es demasiado elocuente.
Según narradores medievales, el Maligno se paseaba por los campos de batalla y disfrutaba la agonía de los destripados, que clamaban locos de sed entre sus propios intestinos desventrados y las fétidas emanaciones de los cuerpos que ya se descomponían. El Gran Mentiroso traiciona siempre. El sádico Ricardo III, que sedujo a la viuda del hombre que él mismo había asesinado, en medio de la batalla, impotente, clamaba cambiar “mi trono por un caballo”. El animal era su única vinculación para recuperar del sentido del poder. Satanás se reía de su aliado en desesperación.
Un cineasta maldito Paul Schrader, tal vez el más grande y más frustrado de los directores de Hollywood, en una película también maldita, la última versión de El Exorcista, casi desconocida porque el estudio la rechazó, nos da una versión de Satanás: el desamparo, la desesperación, la angustia, la enfermedad, la crueldad, el dolor que no se puede calmar, el infierno que se lleva en el alma, la prisión entre los barrotes del propio cerebro. La indefensión frente al verdugo interno y externo
Pero los hombres derrotan al demonio. Lo hizo Job quien sufrió tormentos inmerecidos por ser un hombre bondadoso. También William Wallace quien murió gritando por la libertad de Escocia y por la mujer que amó, en un suplicio incomparable en la historia, cortado en pedazos. María Antonieta cuando se disculpó por pisar el pie del verdugo. Julius Fucik, Walesa, Mandela, desmienten aquella terrible frase de Neruda “ocurre que me canso de ser hombre”. El hombre gana porque siendo la criatura más débil de la creación, construyó el mundo. Lucifer pierde porque sus sucesores cada vez son menos. Ganaremos a nombre del ser humano.