4F: A Chávez lo encumbraron el gran capital y los enemigos íntimos de CAP – Elizabeth Fuentes.

Cortesía El Cooperante

Publicado en: El Cooperante

Por: Elizabeth Fuentes

 

El 4 de febrero, cuando nacía la tragedia que ha vuelto cenizas a Venezuela, el teniente golpista no actuó solo. Rendido en cadena nacional, fracasado en el área militar – lo único para lo cual se había preparado-, la violenta incursión de Hugo Chávez contó con el sordo apoyo de cientos de hombres e instituciones poderosas que veían en Carlos Andrés Pérez y su política económica un enemigo para sus ambiciones políticas y un riesgo para sus negocios

 

Las anécdotas a veces sirven para enhebrar una buena historia, incluyendo la Historia con mayúsculas. Y mucho de lo que ocurrió aquella madrugada del 4 de febrero y sus días subsiguientes podrían servir para entender cómo Hugo Chávez pasó de ser un militar fracasado a convertirse en el principal aliado de poderosos grupos económicos que vieron en su figura la posibilidad de vengarse de Carlos Andrés Pérez y algunas de las medidas que tomó su gobierno, apostando así a su destrucción política sin prudencia ninguna.

 

Para el 4F – y disculpan el relato en primera persona-, yo trabajaba en Miami como corresponsal de la Agencia de Noticias Venpres, una iniciativa del Ministerio de Comunicación para tener corresponsales propios en las capitales más importantes del mundo, tal como Notimex en México o la BBC de Londres.

 

El proyecto, dirigido a seleccionar a los mejores periodistas sin ningún tipo de «palanca» partidista, se llevó a cabo luego de una rigurosa selección que incluyó desde el currículum de cada quien hasta un examen oral que debía presentar cada uno de los 72 preseleccionados ante un jurado temible. Y cuando finalmente seleccionaron a los 17 corresponsales que pasamos por todos los filtros, el Ministerio organizó un programa de inmersión dirigido a que cada seleccionado supiese todo y más sobre Venezuela. De modo que nos llevaron por todo el país para conocer a fondo cómo funcionaba PDVSA y todas las empresas del Estado.

 

Visitamos todas las entonces magníficas instalaciones de la petrolera, escuchamos charlas de sus más notables ejecutivos, fuimos a los pozos petroleros, hablamos con los obreros y los técnicos. Un arsenal de información que se repitió luego en cada una de las empresas básicas -Sidor, CVG, el Guri, etc-, y por supuesto, en el área turística y cultural. El contrato era por dos años prorrogable y el servicio de noticias era gratuito para todos los medios de comunicación de Venezuela. Fue un orgullo, una dicha y un reto profesional grandioso haber estado allí, al lado de varios de los mejores periodistas del país.

 

Pero los primeros que se opusieron al programa, lo atacaron y sabotearon fueron el partido AD (no habían seleccionado a ningún compañerito de partido) y los grandes medios de comunicación de entonces, como El Nacional, El Universal y RCTV, todos opuestos al gobierno de Pérez.

 

El sabotaje en este caso consistió en ignorar la mayoría de la información que los corresponsales venezolanos enviamos y que se editaba en la mesa de redacción de Venpress, dirigida por el periodista argentino Aram Aharonian. Porque a pesar de que se trataba de un servicio gratuito, ante un hecho noticioso importante – el derribo del Muro de Berlin, por ejemplo-, esos grandes medios preferían publicar las versiones de EFE o AFP -por lo cual pagaban-, antes que publicar, por ejemplo, la versión de primera mano de nuestro corresponsal en Alemania, nada menos que Cayetano Ramírez, uno de los periodistas más sabios que haya conocido el gremio; o leer sobre la caída de la URSS, magistralmente descrita por Roberto Giusti, corresponsal en Moscú.

 

Pero el daño al programa no consistía solamente en ignorar la información que enviábamos los corresponsales sino que en ocasiones era publicada pero con la firma de otro reportero local, como fue en mi caso: el «tubazo» que di desde Miami cuando detuvieron al exgobernador de Caracas, Adolfo Ramírez Torres por narcotráfico y entrevisté al director de la DEA de Miami, quien me contó cómo habían agarrado tanto a Rodríguez Torres como a varios de suyos con las manos en la masa. Y si bien mi trabajo ocupó una página completa en el diario El Universal, apareció firmado por una periodista de su plantel, asunto que nadie en Venpress pudo explicarme.

 

Tampoco supieron explicarme qué pasó con la entrevista que le hicieron en Telemundo al entonces preso en Yare, Hugo Chávez. El director de Venpress, Aram Aharonian, me exigió conseguirla y enviarla a Caracas con extrema urgencia «porque la solicitaban en Miraflores», fue su excusa para usarme de office boy.

 

Afortunadamente, un periodista venezolano muy amigo trabajaba en Telemundo y, bajo cuerda, me dio una copia de la entrevista. Con ella en mano me fui al aeropuerto y, tal como estaba planificado desde Caracas, se la dí a un sobrecargo de Viasa con la orden de entregársela a los funcionarios que la estaban esperando en Maiquetía. El joven hizo el encargo, entregó el video a quienes lo esperaban (como me lo confirmó después) pero, según Aharonian, el video nunca llegó.

 

 

 

Años después, ya con Chávez en el poder supe que Aharonian era un chavista consumado, alto funcionario del nuevo gobierno socialista. Y vaya usted saber para qué o quiénes necesitaba la entrevista de quien luego sería su jefe.

 

El anecdotario incluye que, luego del golpe, debía buscar reacciones de las personalidades más destacadas entonces. Fue así como entrevisté al entonces presidente del BID, Enrique Iglesias, quien no solo condenaba la asonada sino que consideraba la política económica del gobierno de Pérez como la más acertada de toda Latinoamérica, al extremo de que había hecho crecer la economía de nuestro país en más de 9% anual. Y lo mismo repetían los economistas más sólidos de la Universidad de La Florida, los directivos de la Cámara de Comercio, los empresarios japoneses y norteamericanos y hasta el mismísimo Marcel Granier- opositor furibundo de Pérez-, quien reconoció públicamente en un encuentro binacional que el gabinete del presidente Pérez era «el más brillante que había tenido Venezuela», refiriéndose a Ricardo Haussman, Moisés Naim, Gerver Torres, Miguel Rodríguez y Carlos Blanco entre otros, el dream team que nunca más se repetiría.

 

Pero mi vergüenza fue incalificable cuando en uno de esos encuentros multinacionales, organizado por la Cámara de Comercio de Venezuela y el Banco Industrial (con miras a restablecer la confianza del mercado en nuestro país a raíz de la intentona militar), y donde tanto los ponentes como la audiencia estaba compuesta en su mayoría por inversionistas de alto calibre, el entonces Fiscal General de la República, Ramón Escovar Salom, también invitado al encuentro, se dedicó únicamente a hablar pestes del gobierno de Pérez.

 

Dijo horrores, lo calificó de corrupto e ineficaz. Casi que justificaba el golpe. Tan grave y descolocada fue su intervención, que el corresponsal de la agencia mexicana Notimex me llamó a casa esa misma noche para preguntarme si ese señor, de verdad-verdad, era el Fiscal General de Venezuela, porque estaba escribiendo la nota y no quería meter la pata porque le parecía inaudito que un Fiscal General pudiera expresarse así de su propio país.

 

Ya con Chávez fuera de la cárcel -una de las promesas electorales de Rafael Caldera en su odio visceral contra CAP-, cuando Miguel Henrique Otero fundó el diario «Así es la noticia» para apoyar al golpista, Venevisión lo recibía con fanfarrias y Luis Miquilena pasaba la raqueta entre los grandes capitales para financiar su campaña, ninguna de esas lumbreras de la política y la economía pudo ver más allá de sus intereses contantes y sonantes, el «cuánto hay pa´eso» criollo que funciona no sólo ante un fiscal de tránsito sino en partidos y grandes capitales, esos que, para entonces, creían que el futuro del país era quinquenal y ante cada nuevo candidato se cambiaban o no la franela de acuerdo a lo que el futuro presidente les prometiera.

 

A ninguno le importó los más de 200 muertos que dejaron los dos golpes, la traición a la Constitución de sus cabecillas, la obvia ignorancia de quienes no habían sabido ni administrar una cantina militar y mucho menos se les ocurrió analizar a fondo ese personaje, un narcisista maligno que, como Hitler, cambió para mal la historia del país.

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