Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
En un estupendo artículo en The New York Times Martín Caparrós ha tematizado recientemente el problema capital de la desigualdad de la manera más sencilla, densa y veraz. Clara y distinta, diría Descartes. No ha resuelto el enigma pero ha hecho la pregunta pertinente y, mucho se ha dicho, que en el arte de conocer suelen ser más importantes las preguntas adecuadas que las respuestas que provocan.
Todos repudiamos la desigualdad, falso, a decir verdad más bien muchos. Muy pocos la vitorean, generalmente algunos beneficiarios de esta. Se le considera algo así como el mal del siglo, aunque haya existido siempre, la falta de equidad en la distribución de los bienes terrenales. Bajo diferentes designaciones y ropajes ha motivado batallas históricas, a lo mejor la historia misma. Pero esos son temas harto complejos. El asunto es que en esta hora del reloj epocal ha cobrado una fuerte presencia en libros muy sabios y encumbrados, como consigna política mayor y, sobre todo, engendrado violencia callejera bastante generalizada, y no pocas veces ferozmente destructiva.
Desigualdad, sobra decirlo, no designa la existencia de ricos y pobres, sino cómo se reparte la riqueza que es distinto, aunque similar y entreverado con ello. Chile es un país de estupendos índices de eliminación de la pobreza, entre 10% y 15% (bastante menos de la mitad de la media latinoamericana) y sin embargo tiene un alto índice de desigualdad en el subcontinente que, dicho sea de paso, es la región más desigual del planeta. Las clases medias, sobre todo las más nuevas e inestables –proclives a caer de nuevo en la pobreza-, con otras ansias de bienestar y consumo que las de la pobreza, claman contra su estancamiento y con la situación que hace que la riqueza vaya desmesuradamente a manos de los pocos de arriba. En los sucesos recientes de Chile, aparte de los vándalos que destrozan metros sin fin visible ni razonable, las mayorías que hacen marchas históricas lo hacen por esa frustrante e injusta distribución de la fortuna. Y hablamos de Chile, pero podríamos hablar de Estados Unidos o la India. Caparrós recuerda unos números planetarios que lo dicen todo: 26 (¡veintiséis!) personas poseen más riqueza que la mitad de la humanidad 3.600.000.000 (¡tres mil seiscientos millones!).
Lo que aporta Caparrós es lo siguiente, todo el mundo habla de desigualdad y sus nefastas consecuencias, su inequidad y las crisis que ocasiona o su alarmante crecimiento mundial. Pero nadie se refiere a los más primario, al fin y al cabo la desigualdad es un concepto derivado: la igualdad. Allí, y nada menos que allí, encontramos más bien silencio y vacío. Y obviamente será muy mostrenca nuestra política si no definimos ese objetivo, la igualdad, hacia el cual tendrían que marchar los desiguales.
Dado que el socialismo de Estado parece haber mostrado sus esenciales límites, su incapacidad económica y su voluntad despótica, habrá que pensar en otra igualdad que la que este propone. Caparrós desecha, y coincido con él, la idea de los liberales de la “igualdad de oportunidades” que terminará en una diversidad de destinos. Me parece no solo absurda por la razón que este da, que es ficticia –las oportunidades del rico son otras que las del pobre- sino porque simplemente es la que existe y la que ha dado lugar a la hiperbólica desigualdad. Queda el más o menos iguales, que habría que precisar cuánto más y cuánto menos y allí es que hay que pensar el asunto. ¿Llevar a los altares los países nórdicos y sus envidiables cifras sociales que no contradicen la libertad de empresa y la democracia? Por ahí podría andar la cosa, socialdemocracia pues o algo parecido. Pero en todo caso es esa la política que hay que pensar, concretar, ver cómo solucionamos el rollo mundial no solo de los hambrientos, unos 800 millones no más, y cómo satisfacer las ansias de los que ya comen pero quieren comer mejor, la universidad para el hijo, el seguro que da real acceso a los nuevos tratamientos médicos. Humano, demasiado humano.
Son las cosas que hay que pensar en el siglo XXI: ¿qué cosa es igualdad?, propone Caparrós. En lógica se la simplifica como A es igual a A, lo descubrió Parménides hace milenios.
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